Era el 26 de julio de 1953 y Bayamo despertaba con una sinfonía de balas. Suceso extraño en una urbe de tradición rebelde y combativa, pero de gentes afables y carácter pacífico.

Los que decidieron romper el silencio de la madrugada, eran 21jóvenes procedentes de otros territorios cubanos, que habían llegado a nuestra actual capital provincial, para tomar por asalto el cuartel Carlos Manuel de Céspedes.

Momentos de intensa actividad y tensión vivieron esos noveles en el hospedaje Gran Casino, antes de emprender la acción. Alistados los fusiles de bajo calibre y ataviados con uniformes de la dictadura para confundir, emprendieron el camino hacia el recinto militar.

Malogrado el factor sorpresa, y ante una superioridad armamentística que favorecía a los guardianes del régimen, fue imposible ocupar la fortaleza.

El asalto al cuartel tenía como objetivo rendir la plaza militar, ocupar las armas y crear una avanzada que impidiera la llegada de refuerzos a Santiago de Cuba, procedentes de Manzanillo, Las Tunas y Holguín.

El enfrentamiento duró escasos minutos y solo fue herido entre los atacantes Gerardo Pérez-Puelles Valmaseda.

Pero tamaña osadía no podía quedar impune, y entonces se desató la más feroz persecución y se intentó escarmentar con sangre, la valentía indiscutida de quienes no dejaron morir al Apóstol en el año de su centenario.

Lamentablemente 10 combatientes relacionados con la acción, aparecieron posteriormente sin vida en varios sitios de la ciudad y otros poblados,  no se incrementaron los fallecidos gracias al apoyo brindado por las familias bayamesas.

Después de aquella histórica madrugada, la Ciudad Monumento Nacional y Cuba no volvieron a ser las mismas, pues ese fue -como lo concibió Fidel- el motor pequeño que echaría a andar el motor grande de la Revolución, el cual coronaría los sueños de libertad de la nación, el 1 de enero de 1959.