La historia engendró tu grandeza, pero tu verdadera virtud reposó en la simpleza de tu alma, en el verso teñido de nostalgia, y en el andar fecundo de tus pasos.
Y aun, sin advertirte inmenso, tu cuerpo doblado ante el lustrador de zapatos, visiblemente pobre, indicaba, que tu mayor virtud reposaba en la lealtad.
Lo probó el Moncada, lo ratificó el Granma, y la Sierra lo corroboró entre disparos y suspiros que llevaban consigo la esperanza de terminar con el dolor del grillete opresor.
Mas, como principiante, varios reveces archivó y, a punto de claudicar el valor de muchos, él se alzó en un grito alentador: “!Aquí no se rinde nadie, carajo!”.
La advertencia no espantó el fracaso, pero irguió la dignidad que parecía diezmaba en el torrente de balas que Alegría de Pío sabe y es testigo que mucha sangre hermana se derramó.
Comandante, lo nombraron entre el abrupto paisaje de la campiña cubana, un tremendo honor que febrero de 1958 guardó, y quizás obvió que aquel era su más alto título, pues desde temprana edad la escuela debió dejar para ayudar en su hogar.
La humildad de su casa le cambió los juegos infantiles, por las faenas de albañil.
Cargado de muchas nostalgias, que entre risas disimuló, recordó a ratos en medio de la fragancia rebelde, que se expandía por las montañas del Oriente cubano, a sus 12 hermanos, el temperamento del padre y la bondad de una madre.
Su enemigo no siempre usó revólver, pero él les disparó sin contemplación. Del fusil muchas veces en vez de balas, se destapó a quema ropas, más de un centenar de rosas, que a la Lupe, en el exilio les regaló.
Así no pocas veces “tiroteó” a la nostalgia, las frías madrugadas, la soledad y otros caprichos que fustigaban su vida o atrapó de un salto con su poesía musical -con más de 300 piezas- la alegría que en su pecho latía.
Ese hombre, con la isla tatuada en el alma y el coraje siempre en la punta de sus dedos fue Juan Almedida Bosque, a quien los tributos hoy le colman pero siempre se le recuerda como un ejemplo digno más allá de un 17 de febrero.