Esclarecer el enigma escondido detrás de lo que les sucedió a las familias bayamesas que decidieron quemar su ciudad el 12 de enero de 1868 ha sido motivo de curiosidad, por ser un tema poco tratado en los libros de Historia.
Anécdotas como las narradas por Candelaria (Canducha) Figueredo y Vázquez en su autobiografía La Abanderada de 1868, tocan los sentimientos y hacen viajar en el tiempo para visualizar aquellos momentos difíciles, pero gloriosos de Cuba.
“Tres meses estuvo libre Bayamo en nuestro poder, pero habiendo dispuesto Valmaseda, Capitán General de la Isla, que fuera un gran contingente a recuperar a Bayamo, y viendo los bayameses que les era imposible defenderla, tanto por falta de armas y pertrechos, como por la posición de la ciudad, abierta a todos los ataques, determinaron quemarla antes de entregarla a los tiranos y tuvimos todas las familias que irnos al campo”.
Así comienza el relato donde narra las condiciones en las que vivió junto a sus padres y hermanos después de este suceso. Su suerte no fue distinta a la de las más de dos mil familias que decidieron prenderle fuego a sus hogares en esa madrugada, hace ya 150 años.
Después del incendio, no quedó otra alternativa que el traslado hacia los campos. La mayoría de las personas acaudaladas comenzaron a vivir en sus casas de descanso, mientras que los más pobres no tuvieron otro refugio que la manigua insurrecta.
Según refiere en su testimonio, el día 18 de enero mientras se hallaba en la finca Valenzuela, a ocho leguas de Bayamo, al mirar hacia al horizonte en dirección a la villa, se percató de que el cielo tenía color rojizo.
La tristeza tocó el corazón de la familia Figueredo al imaginar a su idolatrado Bayamo destruido por el fuego; sin embargo, todos quedaron convencidos de que era preferible ver a su ciudad “pasto de las llamas”, que en posesión del tirano.
Difícil y precario fue el escenario al que los bayameses se enfrentaron al quemar su ciudad. La situación se tornó cada vez más complicada, sobre todo a partir de 1870, debido a la persecución de Blas Villate, Conde de Valmaseda. Al respecto Canducha escribió: “el enemigo quemaba y destruía cuanto encontraba al paso; y hasta el ganado desaparecía de las fincas; y como no había pertrechos para hostilizarlos se fue apoderando de los campos”.
Durante la Creciente de Valmaseda, los españoles y el cuerpo de voluntarios asesinaron familias enteras que se encontraban en rancheríos de Cauto Cristo, Bueycito y Guisa, tal es el caso de la masacre de los 16 integrantes de la estirpe del Coronel Juan Antonio Estrada.
Igualmente las tropas de Valeriano Weyler contribuyeron a la inestabilidad de los bayameses, con violaciones y asaltos; los más perjudicados resultaron ser las mujeres y los niños, como es el caso de la agresión en el caserío de Jagüey, en la que tomaron prisioneros a 12 infantes y 27 féminas.
La familia Figueredo tampoco quedó exenta de las enfermedades y plagas del monte cubano, debido al paludismo y el tifus, que ocasionaron la muerte de un gran número de patriotas.
Cuenta la Abanderada de Bayamo, que luego de 19 meses burlando la persecución española, y después de tres días de estancia en Santa Rosa, Perucho Figueredo llegó con una fiebre alta síntoma de la peligrosa fiebre tifoidea.
Esta familia no escapó del asedio y el 12 de agosto de 1870, al amanecer, son sorprendidos por una tropa ibérica, debido a una delación. A partir de ese momento se produce la dispersión de sus miembros; y a pesar de los esfuerzos Canducha nada logró saber de la suerte que habían corrido los suyos, aunque no dudaba de que su padre fuera fusilado si no moría en el trayecto debido a la enfermedad.
Expuesta a los ultrajes de los españoles vivió mucho tiempo junto a las esposas e hijos de otros patriotas, donde “solo no había qué comer, sino que toda la ropa la habíamos perdido excepto los harapos que llevábamos puestos”.
Ante esta situación, propia de todos los que se fueron a la manigua, los bayameses tuvieron la necesidad de asimilar otros patrones diferentes a los enseñados, para el sustento familiar. La ropa comenzó a confeccionarse con jagüey y guacacoa bien pulidas.
Los hábitos alimenticios también cambiaron, y ante la escasez se vieron obligados a consumir jaibas, jutías, pericos, tejones, miel de abeja, manteca de coco y viandas, asimismo practicar la agricultura de cultivos de subsistencia.
Aún perduran en la memoria de los habitantes de la Ciudad Antorcha los nombres de las familias que enfrentaron con arrojo y valentía los tiempos después de la quema, como la del Coronel Juan Antonio Téllez Tamayo, la estirpe Tamayo Saco o la del músico Manuel Muñoz Cedeño, además de la del Padre de la Patria Carlos Manuel de Céspedes.
Hoy, cuando conmemoramos el aniversario 150 de este hecho no deja de estremecer la voluntad de lucha de un pueblo donde comienza a consolidarse la nacionalidad y la cubanía.
A decir del historiador Aldo Daniel Naranjo Tamayo, la quema de la ciudad se ha convertido en un símbolo, con un alto valor como patrimonio político, revolucionario, patriótico, moral y cívico de las familias descendientes de aquellos que, como declaración de dignidad prefirieron perder sus bienes antes que la libertad.
Programa especial dedicado al aniversario 150 de la quema de Bayamo.
Programa especial dedicado al aniversario 150 de la quema de Bayamo.
Publicado por La Demajagua en Viernes, 11 de enero de 2019