Dicen que cada persona nace con un talento especial, y los que incursionamos en el periodismo -de una forma otra- tenemos una predisposición, casi genética, hacia la comunicación. Esa que nos permite informar, actualizar a nuestros destinatarios sobre Cuba y el resto del mundo, y narrar las historias fascinantes que se descubren en el accionar cotidiano de muchos seres humanos.

El desarrollo y el progreso actual han influenciado nuestras maneras de hacer, pero a pesar de ello se mantienen los principios de apego a la verdad y de fidelidad hacia nuestros públicos, pues ellos constituyen nuestra razón de ser.

Es cierto que nos alegra que nos lean, escuchen o vean, pero no es la fama lo que nos impulsa cada día a relacionarnos mediante un micrófono, cámara o papel con quienes consumen nuestros productos comunicativos, sino una imperiosa necesidad de actualizar, despejar dudas y reflexionar sobre los temas más relevantes de nuestra realidad.

Hoy son mayores los retos por la multiplicidad de medios para informarse y por los nuevas batallas que se libran en las redes sociales, donde intentan desacreditar la obra de la revolución, esa que ha sido defendida por el periodismo cubano, porque sabemos que solo dentro de ella tenemos garantizados todos los derechos que nos hacen hombres y mujeres dignos, plenos y libres.

Convencidos que la palabra es nuestra principal arma, sabemos que la misma llega más lejos cuando se le dice bellamente, y cuando nace del corazón y los sentimientos puros, de quien las emplea -con el fin supremo- de que sean útiles a los demás.

Influenciados por el espíritu de Martí, cada 14 de marzo, lo asumimos como una conmemoración y un pretexto para reflexionar sobre cómo podemos ser mejores en nuestro quehacer. Seguros de que la verdad prevalecerá más allá del tiempo, y que su fuerza ciclónica, siempre derrumbará las columnas de los templos erigidos sobre la base de la mentira.