Bajo los mangos y el rocío de la manigua todavía está la espada encendida de un Titán que nos habla a los ojos sin blanduras.
Bajo los mangos se oye todavía, a 141 años, un grito que en la infinitud rompió corojos, más allá de marzo y de un lugar específico de Cuba.
Bajo aquellos mangos se pasmó la euforia española, el plan pacificador del general Arsenio Martínez Campos y un Zanjón, que más que zanja fue flaqueza.
Bajo aquellos mangos se salvó esta nación de la mancilla y se anunció al mundo que ya no éramos almohada, sino tempestad de un deseo, el mismo que habían enarbolado nuestros primeros patricios en 1868.
Hoy nos pellizca el recuento y encontramos en aquella protesta de honor un camino para salvarnos siempre del yerro y el cansancio.
Cuando los flojos capitulaban agotados, ahí estaba el indómito de mil combates, con su machete filoso, para hacer polvo las traiciones.
Cuando 10 años de contienda parecían abrumar la existencia, ahí estaba el hombre de bronce con su voz de león para enseñarnos que es preferible desaparecer antes que arrodillarse frente a las águilas.
Cuando los huesos dolían de tanto batallar en los campos, ahí estaban él y los suyos en Baraguá, bajo los mangos y la verdad, para mostrarnos que ya éramos Patria grande.
Cuando algunas manos firmaban “Paz” ahí estaba el hombre de la guerra imprescindible para escribir, modestamente “Maceo”; para empuñar la espada que hoy nos alumbra el cielo, la tierra y el tiempo.