Abraham Lincoln (1809-1865), tal vez el mejor presidente que haya tenido Estados Unidos, sembró en aquel país el concepto del gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, una idea emparentada con el pensamiento de democracia que nos legaron los griegos desde la antigüedad.
Y aunque en la práctica ese precepto no se concretó en U.S.A, debido al enorme dominio que ejercieron y ejercen los grandes monopolios sobre las mayorías, en los estadounidenses siempre ha latido el ideal lincolniano. Su paradigma soñado es, por regla, el de la democracia a cualquier precio.
Abe, como también se le llamaba al mandatario, vergonzosamente baleado a quemarropa en un teatro lleno, de seguro hubiera sentido pena con la realidad imperante en su nación desde 1962 (o un poco antes).
Desde hace 54 años sucesivas administraciones de Estados Unidos han ido contra Licoln al desarrollar, como ley, un bloqueo económico, comercial y financiero contra Cuba, una injusticia que traspasa las fronteras de ambos países y daña a terceros. No se trata solo de una guerra despiadada contra un Estado que no profesa constitucionalmente la misma ideología que la de la “Gran América”.
Es, también, una batalla sin el pueblo, contra el pueblo y frente al pueblo. Lo escribo porque incontables encuestas de opinión entre los norteamericanos han expresado, hace mucho, el deseo de terminar con esa absurda política y porque, a fin de cuentas, el bloqueo también daña a los propios habitantes del “País de la Libertad”.
¿Cuántos millones y millones de estadounidenses desean, como dicta la Constitución, viajar libremente a Cuba? ¿Cuántos quisieran tratarse con el Heberprot-P, el único medicamente probado en el mundo con eficacia contra la úlcera del pie diabético? ¿Cuántos anhelan probar el ron, el tabaco o el café de esta antilla rebelde? Son tres simples ejemplos entre un rosario de casos y cosas.
Lincoln fue implacable con los esclavistas del Sur, a quienes impuso una guerra militar y un embargo con el propósito de mantener la Unión Americana, pero aún en los momentos más graves se mostró indulgente y aceptó dialogar con sus supuestos adversarios.
Ninguno de los presidentes estadounidenses desde 1959, excepto Barack Obama en su segundo mandato, se ha sentado a conversar con el inventado enemigo. Y todos han implantado o recrudecido más que un embargo, el cual lejos de favorecer la Unión ha dañado a la Unión.
¿Dónde está la democracia del bloqueo? ¿Dónde está la libertad del bloqueo? ¿Dónde está la justicia? ¿Cómo hablar de tolerancia cuando una potencia mantiene un bloqueo obsoleto que va en contra del dictado de casi 200 países en la Organización de Naciones Unidas (ONU)?
Estoy seguro que, al responder estas preguntas y al ver la votación de hoy contra el bloque en la ONU, el gran Abe, aun enfundado en su traje de abogado, se abochornaría.