Hablar de Camilo Cienfuegos en un tono tan serio pareciera un distanciamiento de la jovialidad y picardía que lo caracterizaron, pero su grandeza histórica impide referirme a él con palabras llanas ¿Será acaso porque el Héroe de Yaguajay se convirtió a fuerza de ejemplo y consagración en un paradigma de revolucionario al cual se debe avistar desde las altas cumbres del decoro?
A ningún cubano le resulta extraña la imagen con su exuberante barba y sombrero alón, porque eran parte de los atributos que lo caracterizaban y de los símbolos con los que se distinguió en La Sierra Maestra, donde llegó movido por el ideal de libertad que lo impulsó a lanzarse al mar con los 81 restantes tripulantes del yate Granma.
Fue el último en alistarse para la expedición, mas luego -en el fragor del combate- sería siempre de los primeros, de los que anteponen el pecho a las balas sin temor a la muerte.
Inicialmente su nombre no fue tan descollante en el Ejército Rebelde, pero luego su valentía, arrojo y responsabilidad le hicieron ganar méritos y la confianza de Fidel, quien le asignó el grado de Comandante y la difícil tarea de llevar, al mando de la columna dos Antonio Maceo, la guerra hasta el occidente del país.
Las montañas granmenses conocieron de sus peripecias y también los llanos, pues fue el primer jefe rebelde en llevar el combate más allá de la Sierra Maestra, extendiendo la influencia del ejército de los barbudos y manteniendo en jaque las tropas de Batista en la llanura del Cauto.
Su carisma era tal que por donde pasaba todos querían verlo, tocarlo, abrazarlo y escucharlo. Era una especie de ídolo de multitudes, una genuina celebridad nacida de las entrañas del pueblo.
La cercanía a Fidel lo convirtió en un entrañable amigo, al cual el líder de la Revolución consultaba con frecuencia, pero nunca fue más preciso su consejo que aquel día en que, mientras Fidel discursaba a una gran multitud, interrumpió sus palabras y preguntó: ¿Voy bien, Camilo? A lo que él respondió: ¡Vas bien, Fidel!
En otros momentos también demostraría su fidelidad, como lo hizo en aquel juego de béisbol en el que, anunciado como adversario de Fidel, salió con el uniforme de los Barbudos argumentando que él no estaba contra Fidel, ni en un juego de pelota.
Especial mención tiene en su vida la amistad entablada con el Che, el cual, a pesar de ser famoso por su rectitud y carácter tampoco escapó a sus travesuras o camiladas. En los momentos más amargos al combatiente argentino no le faltaron las muestras de afecto y las ocurrencias de Camilo para alegrar el alma.
Quizás por esas y otras razones el Che diría, con sentidas palabras: “Camilo fue el compañero de cien batallas, el hombre de confianza de Fidel en los momentos difíciles de la guerra y el luchador abnegado que hizo siempre del sacrificio un instrumento para templar su carácter y forjar el de la tropa… Camilo era Camilo, señor de la vanguardia, guerrillero completo que se imponía por esa guerra con colorido que sabía hacer”.
La pronta desaparición del Comandante del pueblo el 28 de octubre de 1959, a los 27 años, dejó un vacío inmenso en el corazón de la nación. Miles de hombres y mujeres buscaron infructuosamente su cuerpo por cielo, mar y tierra. Mas al no aparecer tuvimos que conformarnos con la idea de que su cuerpo yace en alguna parte del inmenso mar, pensamiento incitador de pasiones en mentes infantiles, como la de aquel niño que en una ocasión me dijo: “Cuando sea grande quiero ser buzo, para encontrar y rescatar el cuerpo de Camilo”.
Lo que ese niño desconoce es que mientras tenga presente ese anhelo, mantendrá vivo el recuerdo del hombre de la eterna sonrisa.