Elegantemente vestido con guayabera blanca que contrasta con la tersa y oscura piel de su rostro, desciende Jesús Menéndez Larrondo del tren en el que viaja a Manzanillo, invitado por Francisco (Paquito) Rosales, primer alcalde comunista de Cuba.
En el andén de la terminal ferroviaria de la ribereña ciudad, el capitán de la Guardia Rural Joaquín Casillas Lumpuy, intenta detenerlo no obstante su inmunidad parlamentaria como miembro de la Cámara de Representantes, por lo que el líder azucarero se niega y comienza a caminar.
Iracundo debido a las serenas palabras y viril actitud de Menéndez, el sicario le realiza cobardes disparos por la espalda y el valiente General de las Cañas cae herido de muerte, aproximadamente a las 8.30 de la noche del 22 de enero de 1948. Tiene solo 36 años recién cumplidos.
Aunque por ese crimen es llevado a juicio y declarado culpable, el victimario queda en libertad, obtiene ascensos dentro del Ejército de Fulgencio Batista, combate, sin éxito, a tropas del Ejército Rebelde en el oriente cubano, donde asesina a campesinos.
No puede cumplir la orden de Batista de defender la plaza de Santa Clara, donde se encuentra un regimiento con cerca de cinco mil soldados, y frenar el avance de tropas de las guerrillas revolucionarias que marchan indetenibles hacia la capital cubana.
Ese bastión cae al final de la batalla librada del 28 de diciembre de 1958 al 1 de enero de 1959 y toda la guapería de la que Casillas Lumpuy ha hecho gala ante los indefensos se va a bolina.
El hasta hace poco bravucón –frente a los indefensos- comandante cambia su atuendo militar por uno civil, se oculta y trata de escapar por la zona de Santo Domingo, en la entonces provincia de Las Villas.
Pero como dice un refrán que al que velan no escapa, suspicaces vecinos del lugar sospechan que entre desconocidos allí vistos, es posible que esté el asesino de Menéndez y lo informan al comandante del Ejército Rebelde Víctor Bordón Machado, miembro de la columna 8 Ciro Redondo, cuya tropa opera en el territorio.
El avistamiento es cierto, el sospechoso es detenido y llevado a una casilla ferroviaria en la que es preciso protegerlo de quienes quieren pasarle la cuenta por su crimen en el andén de Manzanillo, 10 años atrás.
“La escena era deplorable. Casillas parecía un guiñapo humano dentro de aquella cárcel improvisada. No se le podía dar un tratamiento inhumano a pesar de que había sido responsable de uno de los hechos más crueles de la historia de Cuba”, cuenta Víctor Bordón Machado en una entrevista que le realiza el periódico Trabajadores.
Un tribunal revolucionario juzga los crímenes de Casillas Lumpuy, lo declara culpable y condena a pena de muerte por fusilamiento, cumplida el 2 de enero de 1959. Merecido final del Capitán del Odio, así denominado por Nicolás Guillén en su Elegía a Jesús Menéndez.