Carlos Puig: Ademanes imborrables de la música cubana

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Por Geidis Arias Peña | 14 octubre, 2019 |
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FOTO/ Luis Carlos Palacios

Exactamente hace 66 años que Santiago de Cuba se estremeció. Un llanto primogénito, de varón, de buena suerte y de gran corazón, salía del vientre de Dulce María Premión mientras Ramiro Puig impaciente aguardaba en el salón por el muchachón.

El largucho, de sobresalientes ademanes, bautizaron como Carlos Rafael Puig Premión, y sin darse cuenta criaron al director, avezado flautista, saxofonista que también supo clarín, y del llano y la Sierra se adueñó.

El niño ya convertido en un “jovenzón” hacía las primeras señas a la Banda para acomodar las notas musicales Do-Ré-Mí-Fa-Sol, que orquestaron desde un buen rumbón hasta el simbólico canto que a la Patria enardeció.

Cuando el clarinete, el trombón, la flauta y los platillos, junto al resto de la banda provincial de conciertos de Granma se guiaban por las señas de Puig, lo mismo se alzaba el clarín mambí, que sonaban los cañonazos de La Habana.

La interpretación del Himno Nacional ha sido de esas presentaciones que te erizan por la majestuosidad y exactitud de sus acordes.

Tampoco se puede olvidar entre sus actos de solemnidad a la Marcha del 26 de Julio que hizo temblar a todos en medio de tanto fulgor, como bien retumba en emoción la Internacional de Mayo.

Cada encuentro con el Maestro y su banda de conciertos, llena de historia y tradición, hinchaba de solemnidad y reconfortaba el alma de la gente porque adquirieron el don de explicarte de dónde vienes y a dónde vas.

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El simbolismo que encarna Carlos Puig Premión dentro de la cultura local y nacional pasa de acordes bien orquestados a creador de luces sin sombras. Eso lo aprehendió con apenas 13 ó 14 años en las rigurosas filas del Ejército, donde se fomentaron las primeras Bandas de Concierto del país.

Fue en la década del 70 del siglo XX, cuando se definió como hijo indiscutible de la tierra natal de Céspedes, que comenzó su ajetreo incansable por recuperar las sinfonías de una institución musical en peligro de extinción.

Buscando sonoridades para salvar al conjunto incluyó un alto rigor técnico y los sintetizadores, lo que le atribuyó originalidad y lo distinguió del resto del país, al extremo de musicalizar los oídos más necios e ignorantes en fascinantes melodías.

El desafío continuo y su pasión desmedida por la música lo llevaron a permanecer a deshoras frente al teclado de una computadora, detrás de un piano o manoseando una flauta para lograr las piezas icónicas como la música que acompaña el izaje de las banderas de Carlos Manuel de Céspedes, en la Plaza de la Revolución, y del mausoleo de la Plaza de la Patria, ambos sitios emblemas de la ciudad de Bayamo.

Con ese empuje tremendo, que aún muchos buscan descifrar, enrumbó miles de sueños de jóvenes cubanos mediante la creación del programa para la primera Escuela de Bandas de Música de Concierto, que dio sus pasos iniciales en 2004 en Granma, donde egresaron más de un centenar de bandas.

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El currículo de Puig, quien hace solo nueve meses nos dejó físicamente, aún con obras inéditas y cientos de historias que te estrujan el alma, archiva un sinfín de méritos como ser creador del método para la aplicación de la Metodología de Evaluación en todas las especialidades de la música de Concierto y Popular; brindó aportes significativos a la documentación del Sistema Evaluativo para los músicos del país y forjó los festivales Sindo Garay y el infantil Reparador de Sueños. Además, fue miembro de la Comisión Nacional de Evaluación.

A tan elevado nivel llegó su virtuosismo. Cuentan que en una ocasión, en un festival de la música en la Tropical, Puig en plena presentación saltó de la flauta al clarinete, del clarinete al saxofón, del saxofón al trombón. Dejó a no pocos estupefactos en ese afrodisiaco rincón de La Habana.

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La música no fue el único don de Carlos, quien, como hombre previsor, vio la importancia de crear un archivo de la música más significativa de la provincia, que legó a su hijo Carlos Puig Battle, heredero de la batuta de su padre en la Banda Provincial de Conciertos.

En casa se sobran las anécdotas del excelente electricista, mecánico, electrónico…que una vez desarmó el polki y lo tuvo por un año guardado en piezas junto con las esperanzas familiares de volverlo a contemplar y, para asombro del familión, un día despertaron con el rugir de los motores del carro.

Recordado como un hombre de una entera humildad y una desmedida entrega a la música, Carlos Puig Premión caló en el corazón de los artistas e intelectuales cubanos, quienes le agraden y le recuerdan a ratos en la ingratitud de no llevarse, a consideración de muchos, un premio nacional de la música, que se repone con el aplauso permanente y cariño de su gente.

El músico no se retira, muere con las botas puestas, decía Carlos Puig, quien hoy cumpliría 66 años de edad. Sin otro fin que enseñar, elevar la cultura y llevar enriquecedoras propuestas al público, se convirtió un referente para las artes en toda Cuba.

(Tomado de la ahs.cu)

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