Érase una vez un hombre llamado Celestino Maravilla, que recolectaba latas, botellas y cartones extraídos de los depósitos comunitarios y rectangulares de color azul , para luego venderlos en la tienda recuperadora de materia prima.
Vestía overol gris, camisa sin mangas, tenis descoloridos y enanchados por el dueño anterior, nasobuco y un pedazo de alambrón empleado como arpón, cuando en una de sus inmersiones encontró un centavo:
-¿Qué me compraré?-meditó y al percatarse de que esa expresión correspondía a la Cucarachita Martina, lanzó al vacío la moneda, dejó caer el saco sobre la hierba mojada y como buzo experimentado volvió a la carga.
Entraba y salía de aquel mar revuelto solo para depositar en el bolso la captura del momento: un aspa de ventilador, tres laticas de cerveza Cristal, dos botellas de ron Pinilla, un caldero de aluminio…
Respiró un poco de aire puro y volvió a la inmersión, movía el gancho auxiliar de un lado al otro del colector, hasta que un sonido metálico advirtió la presencia de otra presa:
-¿Una lámpara de aceite?-dijo y comenzó a frotarla hasta que de su interior brotó un duendecillo similar al cuento de Aladino:
-Soy el genio de la lámpara, pide un deseo y serás obedecido-indicó con voz tenebrosa el recién aparecido.
-Bueno…por el momento tráeme cigarros-solicitó Celestino y el genio aclaró:
-Me parece que no podré complacerlo, señor, la cajetilla está a 120 pesos en el mercado informal y no aparece, le sugiero tabacos, al final es lo mismo y más barato, solo tiene que esperar que retorne de la bodega- y allá se fue.
-Le corresponden dos por persona-expuso la dependienta y agregó-¿Trajo la libreta?. El genio frunció el seño: enojado, silencioso y desapercibido retornó a la profundidad de su habitad.
Pasaron horas y “el buzo”, cansado de esperar volvió a frotar la lámpara:
-Debe ser que la cola para los tabacos está inmensa-pensó y prosiguió su faena.
El sol caía con fuerza sobre la ciudad y el genio brillaba por su ausencia, Celestino retomó la lámpara entre sus dedos y murmuró:
-No pienses que te echaré aceite como en el cuento original, el litro está demasiado caro y esta versión lleva ese líquido,
Celestino Maravilla secó el sudor de su rostro, cruzó la calle en busca de sombra, colocó la lámpara sobre sus piernas, comenzó a friccionarla intensamente y cuando no pudo más la golpeó como a los televisores Krim 218.
Un destello de humo brotó del recipiente y tras él un simpático cartelito amarillo escrito con letras negras:
Por favor no moleste al genio, ¡es hora de almuerzo!
Cuentan los vecinos que aquel hombre de overol gris y camisa sin mangas solo detuvo sus maniobras ante la esperada alerta:
-¡Vecinos, llegaron el aceite y los cigarros a la bodega!
El genio sacó la cabeza por el orificio mayor de la antigua lamparita:
-¿Qué dijo?-preguntó.
-Te aclaré que esto es una versión moderna y tú no llevas aceite-precisó Celestino lanzándola al tanque de los milagros.