Pocos pueblos del mundo han reducido a cenizas sus casas y bienes más preciados, como muestra inequívoca de su decisión de perderlo todo en nombre de la libertad.
Aún en los bayameses hay cicatrices de aquel holocausto, que encumbró aún más el nombre de la primera ciudad libre de Cuba y cuyos hijos dieron al mundo un ejemplo de inmolación y patriotismo.
De seguro aquel histórico 20 de octubre de 1868 cuando entraban triunfantes a Bayamo las tropas mambisas, muy pocos imaginaron que dos meses y medio después los insurgentes y los nativos saldrían de la urbe dejando tras de sí llamas devoradoras.
PRELUDIO
La decisión de los bayameses, aunque algunos no los entendieran, tenía su justificación, el enfrentamiento armado de las tropas cubanas al mando de Donato Mármol contra las del Conde de Valmaseda, terminó lamentablemente en éxito para los hispanos.
Una investigación sobre el tema realizada por la historiadora y escritora Onoria Céspedes Argote refiere: “El encuentro, de por sí desigual, se realizó en las márgenes del río Salado. La superioridad en organización y armamento de los españoles, que contaban con cañones, fusilería, y bayonetas, además de la ventajosa posición geográfica, les dio la victoria.
“No obstante, los combates fueron intensos, pues hubo derroche de coraje y patriotismo en las bisoñas tropas cubanas. Fue un encuentro cuerpo a cuerpo, y según un participante:
“(…) la sangre corría a torrentes y por entre el humo de la pólvora, el trueno de los cañones, el silbido de las balas y el chischás de los machetes, se oían las voces de mando y los gritos de ¡Viva Cuba! y ¡Viva España! con que los jefes de uno y otro bando procuraban excitar el valor de sus soldados: la carnicería fue espantosa”.
El Ejército patriota, diezmado, se retiró, y el español continuó su marcha hacia Bayamo, sin encontrar grandes obstáculos, relata el libro Bayamo en el crisol de la nacionalidad cubana.
Indagaciones publicadas por el historiador José Maceo Verdecia en su libro Bayamo, detallan que el primer correo portador de la noticia del avance de Valmaseda se recibió en la ciudad por la tarde, causando entre los patriotas un profundo desasosiego.
Ausente Céspedes y Aguilera, muy pocos eran los revolucionarios que se encontraban en el pueblo, resguardado por Perucho Figueredo y un pequeño número de soldados, además de las autoridades civiles. Sabedores de que la derrota de Mármol representaba un rudo golpe para la revolución; persuadidos de las crueldades que traería consigo la llegada de Valmaseda se citaron a toda prisa para deliberar acerca de la resolución que debían adoptar ante el desastre que se confrontaba.
Explica Maceo Verdecia que la reunión aconteció sobre las 11:00 de la noche en los salones de la casa Ayuntamiento. Presidía la reunión Perucho Figueredo y presente se hallaba el Gobernador y el Síndico de la ciudad. Expuesto por Figueredo el motivo de la reunión así como la imposibilidad de oponerle por el momento nueva resistencia al enemigo que avanzaba, quedó abierto el debate.
Una hora duraba este sin que pudiera llegarse a un acuerdo definitivo. Ante aquella situación, y dominando la confusión de los patriotas, resonó en el espacioso salón la voz imperativa de Don Joaquín Acosta, Gobernador de la ciudad:
“¡Bayameses!, gritó. Ante la desgracia que palpamos y los horrores que se avecinan, sólo hay una resolución: ¡Prendámosle fuego al pueblo! ¡Qué las cenizas de nuestros hogares le digan al mundo de la firmeza de nuestra resolución de libertarnos de la tiranía de España! ¡Qué arda la ciudad antes de someterla de nuevo al yugo del tirano!”.
Esta exclamación enérgica, que nadie osó discutir, fue la que predominó en el espíritu de los patriotas, aceptándola unánimemente.
Aquella, sí, nada más que aquella era la respuesta que Bayamo debía darle a Valmaseda; aquella, nada mejor que aquella, la demostración de rebeldía de un pueblo digno para persuadir al mundo de sus propósitos de redención, expone Maceo Verdecia.
OPOSICIÓN A LAS LLAMAS
Aunque la mayoría apoyó la terrible y escalofriante decisión, no faltaron quienes intentaron impedir la consumación del hecho.
Sobre el incidente relata el mencionado historiador que sobreponiéndose a la confusión reinante, y ya pública la noticia del incendio, se reunieron un grupo de damas, esposas casi todas de comerciantes y oficiales españoles para solicitar de los patriotas que no llevasen a vías de hecho su intento, mediante el obsequio de crecidas sumas de dinero.
Acordado esto se dirigieron a la Casa del Gobierno, entre una y dos de la mañana, solicitando una entrevista urgente con el Gobernador, que lo era a la sazón el General Joaquín Acosta, hombre de principios austeros y arraigados, y autor, además, de la proposición del incendio.
-Caballero- le dijeron las damas una vez en su presencia. Sabemos que a propuesta de usted los patriotas tomaron el acuerdo, en la reunión celebrada hace pocos momentos en el Ayuntamiento, de prenderle fuego a la población, y venimos a rogaros para que no adoptéis esa medida.
-Señoras- les contestó Acosta. Nada puedo hacer en este asunto para complaceros. Ese, como muy bien decís, fue un acuerdo tomado por los patriotas…
Esta réplica terminante del Gobernador, no detuvo a las damas; todo lo contrario. Como sí esperasen la respuesta y tuviesen la contestación meditada de antemano, le arguyeron de nuevo, casi todas a la vez:
-Os ofrecemos 30 onzas cada una de nosotras para que no permitáis que se cumpla ese acuerdo.
Al oír esta proposición, el Gobernador Acosta se levantó de su asiento y, cortés como era, le replicó a las suplicantes: Señoras, la entrevista que os he concedido ha terminado. Retornad a vuestros hogares y esperad en ellos mi respuesta…
Cumplió su palabra. A las 5:00 de la mañana las primeras llamaradas del incendio les anunciaban a las damas que debían abandonar la ciudad…
BAYAMO EN ASCUAS
El 12 de enero de 1869 el fuego comenzó a arrasar con todo y no se sabía si descendía del cielo o se alzaba desde la tierra hasta las nubes. Entonces el pueblo incendiario inició el largo peregrinar hacia la manigua, y una vida llena de carencias para muchas familias acostumbradas a la riqueza y la opulencia.
Cuántos niños, ancianos y mujeres fueron lanzados a las precariedades y vicisitudes del campo insurrecto, por la invariable decisión de no dejar ningún medio de subsistencia, ni trofeo material a los ibéricos.
Benjamín Ramírez, un participante del hecho, relató:
“El objeto de este incendio fue para que Valmaseda no tuviera donde alojar sus tropas y que se le dificultasen los elementos de boca, y al mismo tiempo, alejar a los habitantes de la ciudad del contacto con Valmaseda y que por último viera este que estábamos dispuestos a sostener y destruir todas nuestras propiedades, antes de someternos de nuevo a la dominación española”.
Solo el día 16 de enero pudo Valmaseda caminar por las calles humeantes de la ciudad donde, según sus acompañantes, había todavía algunas casas llameantes, y la mayor parte eran tan solo cenizas. Era preciso a veces apartar vigas y horcones encendidos.
En silencio, meditando sobre aquel hecho insólito e incomprensible, atravesaron la ciudad como quienes obtienen una victoria pírrica y sienten en sus labios el sabor amargo del triunfo sin trofeo.
LA REPRESALIA
Sobre el impacto de aquella escena en el oficial español expresó Maceo Verdecia: “El Conde de Valmaseda ante el promontorio de escombros que era la ciudad había tremado de indignación y de cólera.
“Y ese gesto, para Valmaseda y el Capitán General de la Isla, no podía quedar impune. Atrevimiento, había que castigarlo; reto, había que responder a él. España no podía tolerar ni una cosa ni la otra.
“De esa conclusión, su célebre y odiosa proclama, falseada en sus principios para justificar las represalias que había concebido. Su objeto no era como decía, pacificar los campos, sino destruirlos. El exterminio, para ejemplo, era su plan de combate”.
En ese documento declaraba que ante esos desafueros, ante tanta ingratitud, ante tanta villanía ya no es posible que yo sea el hombre de ayer; ya no cabe la neutralidad mentida; el que no está conmigo está contra mí.
A pesar del evidente objetivo de crear el pánico entre los inmolados, esto no hizo la más mínima mella en la valentía y patriotismo de los hijos de esta tierra, pues quienes son capaces de semejante hazaña, no temen siquiera a la muerte, pues meses antes habían reafirmado en un canto de combate que morir por la patria es vivir.
El corazón de la nación, gracias a los bayameses, quedaría marcado para siempre, porque ya le habían surgido unas hermosas e indelebles cicatrices de fuego.
Programa especial dedicado al aniversario 150 de la quema de Bayamo.
Programa especial dedicado al aniversario 150 de la quema de Bayamo.
Publicado por La Demajagua en Viernes, 11 de enero de 2019