Los niños de mi generación crecimos con el sueño noble de verlo desde cerca, saludarlo, tocarlo y recibir uno de aquellos abrazos que veíamos por pantallas de televisores.
Este 13 de agosto, ese hombre alto, de barba y luz infinita, cumple 92 años de vida, aunque el 25 de noviembre de 2016, a las 10:29 de la noche, haya decidido seguir junto a nosotros de otra manera.
En cortejo fúnebre, que recorrió gran parte del país, parecía decirnos hasta siempre. Jamás olvidaremos esas jornadas de velas, flores, lágrimas, amor…, y su nombre en la voz y la frente de muchos, pero especialmente en el alma de la nación, como padre y amigo grande de todos.
¿Cómo olvidar el 2 de diciembre de 2016, cuando llegó otra vez a Granma, una provincia que no durmió esa noche, porque prefirió cantarle en una vigilia histórica, peregrinar, hacerle guardia de honor…, y demostrarle el cariño y amor desbordados que sentimos los más de 830 mil habitantes de este oriental territorio, donde él peleó, soñó y conquistó a favor de las multitudes.
Una frase, “Yo soy Fidel”, todavía rebota a lo largo de este archipiélago, sale con limpieza e ímpetu y retumba en la Sierra Maestra, en poblados y ciudades… ¡Cuánto simbolismo, responsabilidad y compromiso en apenas tres palabras!, que deben constituir una meta permanente para los cubanos, hijos dignos de ese gigante, que sobrevivió a más de 600 atentados, impulsados desde el exterior.
Aquel infante, nacido en Birán y amante de los cocuyos, el hijo de Lina y Ángel, el graduado de Derecho, el líder universitario, el organizador de los asaltos a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, el jefe guerrillero, el Comandante en Jefe, el Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, el Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, tendrá siempre la capacidad para iluminar el mejor camino, el de las esencias, la bondad y el valor.
Dejo de teclear durante unos segundos, cierro los ojos, y lo veo caminar otra vez junto a miles y millones de personas, estar al frente en tribunas abiertas, hablar y luchar por el regreso del pequeño Elián, decir ¡Volverán!, impulsar proyectos para la libertad de otras naciones y para ayudar en la salud, la educación, el deporte…
Lo veo con pioneros en brazos, el beso a una señora, el abrazo a un anciano, la sonrisa franca… Él sigue aquí, en el centro del pueblo, como corazón eterno de una nación que no se rinde y sigue en la ruta de las victorias.