Cercana estaba la fecha del séptimo aniversario del asalto a los cuarteles Moncada (Santiago de Cuba) y Carlos Manuel de Céspedes (Bayamo). El Caney de las Mercedes, un lugar de la Sierra Maestra y escenario de grandes hazañas, se aprestaba a recibir a cubanos de todas partes para celebrar el histórico acto del 26 de julio de 1960.
Este era un paraje inhóspito antes del Triunfo de la Revolución, pero el ascenso al poder de los rebeldes, dispuestos a darle al pueblo todo el bien posible, llenaron de esperanzas y comenzaron a cambiar la imagen de ese paraje montañoso.
Entre las grandes promesas que la Revolución cumplía, estaba la de sembrar escuelas por doquier, y llevar la luz de la enseñanza a zonas donde solo prevalecían las tinieblas de la ignorancia.
Cuentan que al visitar Fidel la construcción de la Ciudad Escolar Camilo Cienfuegos (CECC), iniciada en septiembre de 1959, les expresaba a los participantes que cuando en plena guerra miraba desde las montañas esa llanura, soñaba con la edificación allí de una Ciudad Escolar. Este fue uno de los motivos de la celebración en ese paraje intrincado.
RESEÑA DE LA ÉPOCA
En la revista Bohemia del 31 de julio de 1960 se reseñaba que lo que fue ayer miseria, abandono, falta de higiene, como testimonio indignante de una sociedad corrompida, que tenía que morir algún día, es hoy un pedestal de progreso y civilización. Ahora la porción humana del paisaje resulta merecedora de su marco geográfico.
Los miembros del Ejército Rebelde, quienes antes supieron pelear, prueban en la paz su capacidad para construir una Cuba mejor. Dejan el rifle al margen, sin apartarse mucho de él -porque no se han acabado los enemigos- y empuñan el instrumento de labor. Se ve también a los voluntarios civiles –fenómeno acostumbrado ya en toda la Isla- prestando su concurso en la edificación.
Las montañas heroicas de la guerra de liberación aguardaban a la gente de la capital, imantándola para un contacto fecundo de cubanía; para una compenetración patriótica que es como la médula de la Revolución. Representaciones extranjeras, delegaciones de periodistas y miembros del entusiasta Congreso de las Juventudes Latinoamericanas se vieron envueltas en el torbellino popular.
JORNADAS PREVIAS AL ACTO
La referida revista también manifestaba en esa edición que en jornadas previas una consigna había prendido en el pueblo “Todos a la Sierra el 26”.
Fidel, en nombre del hombre de la ciudad, había contraído el compromiso con los hermanos del campo en una concentración realizada el año anterior, en la cual muchos de ellos participaron. En 1960, la visita sería a la inversa, con la gloriosa Sierra Maestra como meta final.
Oriente esperaba a los cubanos de las provincias occidentales. La dirección nacional del M-26-7, con la asistencia de la Federación Estudiantil Universitaria, los sindicatos obreros y otros organismos, asumió el peso de los trabajos organizativos.
Fundamentalmente, había tres problemas: transporte, alojamiento y alimentación. La ingente tarea se abordó simultáneamente en La Habana y en las ciudades orientales. En varios lugares de la región heroica se buscaba, por todos los medios, ampliar la capacidad de albergue.
Los guajiros, dentro de sus modestas posibilidades, se aprestaban también para recibir y atender a millares de visitantes. Era un estado de entusiasmo colectivo. Trenes, camiones, ómnibus, rastras, autos, aviones y barcos entraron en el colosal traslado.
Por su parte, el periódico Revolución en su edición del 2 de agosto de 1960 cronicaba que no había nada más poético que la columna de guajiros enseñando la multitud de títulos de posesión de las tierras que trabajaban. Era una explosión de alegría.
La multitud como un río en una desembocadura, se esparcía por el monte, librada a las necesidades inmediatas del sueño, el descanso y la comida.
Hombres y mujeres en hamacas, otros durmiendo en el piso, en construcciones rústicas y tiendas de campaña, y disfrutando del refrescante baño en el río.
LA CIUDAD SE UNIÓ CON EL CAMPO
El mencionado rotativo evocaba los ensayos del acto. Alrededor del escenario se confunden, sentados en la tierra húmeda, con los niños de la Ciudad Escolar, algunos dirigentes revolucionarios, escritores, periodistas, obreros, campesinos y el pueblo.
Toda aquella alegría era espontánea; nacía de saberse allí en la Sierra, libres por primera vez en nuestra historia, compartiendo el mismo pan, el mismo suelo y el mismo propósito que hermana a los hombres.
El escenario se alzó al aire libre. En el acto participaron el presidente Osvaldo Dorticós con el primer ministro Fidel Castro, estaban además Celia Sánchez, Haydée Santamaría y demás líderes de la Revolución.
Llega el líder rebelde y durante 25 minutos una ovación ensordecedora truena y hace eco entre las montañas. Comienza el desfile con una bandera humana, formada por las empleadas de tiendas. Pasan los niños de la nueva Cuba. Las milicias desfilan también…
El silencio era absoluto e impactante. Fue notable la disciplina mostrada por el pueblo durante todo el acto. Un niño habló sobre lo que representaba el sentido de la Revolución, la necesidad de aquella Ciudad Escolar, y el grado de conciencia que hizo que el pueblo fuera a la Sierra Maestra.
Los invitados extranjeros quedaron muy impactados por la organización del acto y los sacrificios realizados por los cubanos para participar en ese día especial.
Allí Fidel pronunciaría unas palabras de gran valía para todos los tiempos: “Los pueblos que no tiemblan ante el adversario poderoso; los pueblos que están dispuestos a pagar el precio que tengan que pagar; tienen derecho a ganar la libertad, la felicidad y la justicia”.
Cuentan los visitantes que luego de aquel acto no se fueron solos a su casa, pues indudablemente la Sierra Maestra regresó con ellos.
PARTICIPANTES DE UN DÍA HISTÓRICO
Ese 26 de julio de 1960 quedaría plasmado para siempre en la memoria de Ulicer Álvarez Tejeda, pues tuvo una importante misión: “Por orientación de Fidel se creó un grupo de seis militares que estábamos en la zona y éramos responsables de hacer un levantamiento desde El Caney hasta Pilón, para saber los campesinos a quienes se les debía entregar el título de propiedad de la tierra.
“Después del levantamiento, organizamos puntos de recogida para traerlos al acto donde debían recibir sus títulos. Fue un momento muy emotivo cuando el líder de le Revolución se los entregó.
“Lo que más me impresionó de esas jornadas fue la multitud de personas, la emoción y el entusiasmo para avanzar hasta El Caney de Las Mercedes, a pesar de los caminos en mal estado. Había fervor revolucionario”.
Sobre el discurso refiere que lo más evocador fue la parte en que el Comandante en Jefe habló de los campesinos y de las tareas a realizar en el futuro para hacer más grande la obra revolucionaria.
“Después de sus orientaciones me hice el compromiso de cumplirlas cabalmente. Se respiraba en el aire un cariño y amor desbordado por aquel gigante que nos impulsaba a seguirlo en sus sueños, sin vacilaciones”.
Otro de los privilegiados participantes fue Eraldo Celles Rivas, quien en ese acto le correspondió atender los servicios médicos como sanitario mayor: “En los días previos cinco personas pasamos para el lugar del acto con una casa de campaña para atender a los visitantes. Eran tantas personas que el día 26 se paró el tránsito en el Cerro Pelado.
“Yo estaba a una distancia como de 100 metros y lo más sorprendente para mí fue la cantidad de campesinos que vinieron a la conmemoración porque tenían hijos aquí, los cuales serían futuros profesionales y por quienes sus padres sentían un gran orgullo y agradecimiento a la naciente Revolución.
“Fue algo asombroso, porque era impactante ver de cerca a nuestro Líder Histórico hablarle en pleno campo a toda Cuba. Ese es uno de los honores más grandes que puede tener cualquier ciudadano”.
Oscar Francisco Barroso González es un espirituano aplatanado en el Caney de las Mercedes no solo por la belleza natural de ese sitio montañoso, sino porque fue flechado de amor por una nativa.
Había venido desde 1959 a trabajar como mecánico de los equipos pesados. El día 26 de julio de 1960 le asignaron la tarea de atender las plantas eléctricas utilizadas en el acto, y aunque no despreocupó su misión, tampoco desatendió las palabras del barbudo guerrillero.
“Su presencia fue un regalo para quienes vivimos el capitalismo, porque era increíble ver a un hombre preocuparse por la situación social de nuestro país, y hablar sobre la significación de la escuela en la formación de los futuros profesionales.
“Era un día de mucho entusiasmo y alegría, en el cual vinieron personas de todas partes, quienes pasaron mucho trabajo para llegar porque no había casi caminos o estaban en mal estado. Hubo hasta quienes se lanzaron al río para cruzar de un lugar a otro”.
Al finalizar sus testimonios, estos participantes en esa histórica jornada manifestaron que esperan que el venidero acto, sea un incentivo para trabajar más, alcanzar resultados y construir un futuro mejor, siempre al lado de la Revolución.