Cuando un libro toca el corazón

Edith mereció este año el Premio nacional Raúl Ferrer por la promoción de la lectura, que confiere la Biblioteca nacional José Martí
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Por Zeide Balada Camps | 1 agosto, 2015 |
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Edit Castillo
Liliana Brull (IZQ), directora de la Biblioteca Provincial 1868, entregó este premio Raúl Ferrer a Edith Castillo / FOTO Luis Carlos Palacios

“Todo comienza en las páginas de un libro”, este slogan del proyecto de promoción literaria Claustrofobias, del escritor Yunier Riquenes, se adapta perfectamente a la historia de Edith Rafaela Castillo Nelson, una mujer sencilla y tímida que enseñó a amar los libros y la lectura a cientos de niños y adolescentes en Bayamo, capital de la provincia cubana de Granma.

Ya no desanda a menudo la sala infantil y juvenil de la Biblioteca 1868, que fue como su casa por 34 años, desde su fundación, sin embargo, su huella en esta institución es imborrable; cuentan que hasta los libros la extrañan.

Gracias a su madrina, Nilda Calá, ella conoció desde muy temprana edad la pasión por lo literatura. Siempre había para la pequeña Edith un texto de cuentos y, aunque quería ser pintora, se cumplió la predicción de Calá cuando avizoraba a la bibliotecaria en ciernes.

Con sus 71 años de edad, ya jubilada y en su natal Veguitas, en el municipio de Yara, no deja de recibir muestras de afecto de hombres y mujeres que aún la recuerdan, porque, sin aspirar a mayores reconocimientos, supo encaminar a cuantos llegaban a sus salas.

“En cada niño y niña vive un lector en potencia, la curiosidad y el deseo de saber es innato en ellos, solo que a veces la familia no sabe cultivar eso y piensan que es tarea de la escuela, y no es así”, expresa.

No obstante, ella se preocupó siempre por buscar vías didácticas y atractivas para quienes tenían esa motivación dormida, los círculos de interés fueron una de estas.

“La época influyó mucho en esa explosión de cultura, que la biblioteca fuera una de las 10 instituciones básicas que se crearon en los años de la década del 80 del pasado siglo.

“Éramos jóvenes y teníamos deseos de hacer, de investigar, y los círculos de interés permitían relacionarnos con los niños, hicimos de literatura, ajedrez, filatelia, de artes plásticas…

“Nos hizo promover la lectura como no eres capaz de imaginarte, cada sello había que estudiarlo; ellos investigaban por temas, el deporte, las olimpiadas, personajes célebres… el niño de todas formas tenía que consultar el libro, esa fue una de las actividades más poderosas de la sala juvenil, y existía un buen equipo de trabajo”.

Una de las experiencias que más agradece fue el encuentro con la pintora cubana Antonia Eiriz, de quien recibió un taller de papier maché. Tampoco olvida el encuentro con Raúl Ferrer, precisamente el nombre del premio que recibió, en honor al legado de ese excelso profesor.

“Lamento no recordar todo lo que conversamos sobre lograr que todo el mundo leyera, nos contó que la historia de Bayamo significaba tanto para él que cuando vino la primera vez besó su suelo.

“Uno se cohibía, porque era un hombre muy importante, escritor, pero después se desbordaba con una sencillez tan grande, y sus proyectos de trabajo muy románticos, esa es la palabra, era una divinidad”, apunta.

El premio Raúl Ferrer no se lo esperaba y despertó muchas emociones: “Me sorprendió que las compañeras me hayan propuesto. He recibido otros, pero este tiene una gran significación”.

Al despedirse afirma que estos son otros momentos, en los cuales tampoco se puede descuidar la lectura, pero se necesita más esfuerzo e ingenio ante la tecnología.

Si Edith fuera de estos tiempos, ya habría ganado adeptos, para que llegaran siempre a las páginas de un libro; ella sabe que cuando una obra toca el corazón en la infancia, todo lo que ha de venir es provechoso.

 

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