¨Ver a mi Cuba tan próspera y feliz como es el ardiente deseo de su más amante hija¨, fueron las últimas palabras de Candelaria Figueredo Vázquez en su autobiografía, escrita desde La Habana, cuidad donde vino a vivir, junto a sus hijos y esposo, luego del fin de la guerra y donde cerró sus ojos el 19 de febrero de 1914, hace 116 años.
Habría que hacerle un pedestal y erigir su estatua a tamaño natural en metal precioso, a juzgar por el valor que tuvo para la causa de la independencia antes, durante la contienda y fuera de Cuba, cuando a pesar de su padre asesinado, y su familia desmembrada, la fidelidad a la independencia no cedió ni un milímetro en su pensamiento y acciones revolucionarias.
Si bien fue educada en el seno de una familia culta y adinerada, con los prejuicios de la época, ni siquiera en el adelantado pensamiento de su padre, el abogado y músico bayamés Pedro Felipe Figueredo Cisneros, se concebía que sus hijas fuesen a estudiar al extranjero como era tradición con los vástagos masculinos.
Decisión que no tronchó el cultivo de artes, ciencias y valores en la joven Canducha, mucho menos el sentimiento patrio, ya por entonces rondando muy de cerca el ideario social y político de una generación de bayameses a los que se ha denominado por la historiografía, con toda razón, padres de la nacionalidad cubana.
Qué decir de esta brava muchacha, que creció escuchando las tertulias nocturnas en las casas de sus parientes y amigos de sus padres. Alimentando el espíritu con poesías y dramas, con acordes y canciones que hablan de belleza y libertad. Su tía materna, María de la Luz Vázquez, es a la sazón la protagonista, la musa inspiradora de La bayamesa escrita y cantada en 1851, nueve meses antes de nacer Canducha ( 11 de diciembre de 1852).
En este ambiente músico-poético-patriótico-rebelde es difícil sustraerse y negarse a la solicitud de su padre, Perucho, que necesita una abanderada para la División La Bayamesa que comanda y ha de entrar triunfal en Bayamo el 20 de octubre de 1868, ella, altiva y orgullosa con la enseña vestiga de impecable blanco y portando un gorro rojo. Tendría entonces solo 15 años.
En el Bayamo libre que lo será desde ese día de octubre y hasta la madrugada del doce de enero de 1869, Canducha con otras once jóvenes, interpretan a viva voz en el atrio de la Parroquial Mayor, acompañadas por la banda del Maestro Muñoz, La bayamesa de Perucho, esa misma que irá a los campos en las bocas de los patriotas y cada uno hará la versión que más energía le imprima en el combate o en las largas noches de tempestades, hambre, incertidumbres y sufrimientos.
No es difícil imaginar el cumpleaños 16 de Canducha en medio de Bayamo libre, más preocupada por la continuidad de las acciones bélicas, por reunir y coser ropas para los desnudos soldados cubanos, que de embellecer su pelo y su rostro.Virtuosa y delicada, pero firme y esbelta como palma, formaba junto a su madre y demás mujeres de su familia, una estirpe inigualable que hasta hoy despierta admiración.