Cumplió en Angola la misión de su vida

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Por Orlando Fombellida Claro | 20 mayo, 2021 |
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Daniel Chávez Mora FOTO/Carlos Vanegas Ricardo

El cumplimiento de misión internacionalista devino ejercicio final del currículo, aunque no estuviera incluido en el diseño de este, en la formación militar de Daniel Chávez Mora, egresado de Escuela de Cadetes y de la Academia de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR).

A mediados de 1985 llegó a la República Popular de Angola para contribuir, como especialista en comunicaciones, a frustrar las apetencias de nacionales y extranjeros de apoderarse de ella y fraccionarla.

“Donde primero estuve, cerca de tres meses, fue en una escuela en Funda (municipio de Cacuaco de la provincia de Luanda), en la que preparaban al personal que iba para la Operación Olivo de lucha contra bandidos y entre otras cosas te enseñaban a pasar hambre, ahí pasé el hambre más negra de mi vida”, rememora el teniente coronel (r) de las FAR”.

Concluido, añade, el riguroso entrenamiento para combatir y sobrevivir en condiciones extremas, es enviado a Jamba, municipio de la provincia de Huíla, fronteriza con Namibia.

“La estancia allí, expresa, implicaba que todo el tiempo teníamos que levantarnos de madrugada, a las cuatro y media, esperando ataque en cualquier momento de la aviación enemiga, que duraban hasta después de la 6.00 de la mañana, los de por la tarde se extendían hasta cerca de la 7 de la noche. Esa era la rutina de todos los días.

Un elemento, dice Daniel, que él y sus compañeros tenían a su favor, es que el tipo de tierra del lugar es arenoso, fácil de excavar, “con una pala se hace un hueco del tamaño que uno quiera y no se derrumba”, y eso permitía que los cuarteles en que dormía la tropa estuvieran soterrados.

Cuenta Daniel Chávez que debido a la situación de guerra y la lejanía, “los últimos que recibíamos los mecánicos de comunicaciones éramos nosotros allá en el sur”, por lo que afrontaban dificultades en los equipos para la intercomunicación de tanques, carros blindados y personales, por roturas frecuentes y estado deficiente de las baterías que los alimentaban.

Un buen día, recuerda, en el avión que les llevaba la correspondencia, bautizado chipojo por ellos, “se me aparece un muchacho, cohetero, y me dice: yo en Cuba reparaba plantas de comunicaciones, va a revisar un equipo que estaba en una loma y le alerto: si te dicen que no comunica con nadie, revisa el fusible central, va, lo hace y con la suerte de que era eso mismo, resuelve el problema y dicen este sí sabe”.

Explica que la comunicación de los tanques de guerra estaba montada en una torreta, pasaba por un contacto deslizante y cuando la cinta se rompía, el conductor la halaba con una soguita.

“La mayor parte de nuestros tanques y carros blindados tenían ese problema, el muchacho dio con él y lo resolvió. En lo adelante tenía que prestárselo a las tropas, incluso a la agrupación, de toda la línea desde Menongue hasta Namibia, era el rey de la intercomunicación en el sur”.

El entrevistado lamenta no recordar el nombre de aquel combatiente, sí no olvida que era del centro del país y que “me salió de oro”.

Narra Daniel que la tropa a la cual pertenecía tenía su propia flota de camiones de transporte de mercancías y carros de combate, que integraban una caravana, independiente de otras tres existentes en la zona, que viajaba unos 500 kilómetros a Namibia a buscar alimentos.

Expone que en cada carro blindado que las acompañaban montaban un lanza cohete antiaéreo llamado flecha “una maravilla de arma”, y ametralladoras antiaéreas cuatro bocas encima de las rastras.

Eran tres días de tensiones y riesgos en el viaje de ida y otros tres días idénticos al regresar, tal como lo muestra la película Caravana. “En los lugares denominados problemáticos, realizábamos exploración por fuego, consistente en lanzar ráfagas para si había enemigos que respondieran”.

En esas misiones contaban con el apoyo de combatientes namibios, quienes con una espiga parecida a la de hierba de Guinea, detectaban minas colocadas a orillas de carreteras y caminos por integrantes de la Unión Nacional Para la Independencia Total de Angola (Unita). “Nunca tuvimos ningún percance y garantizamos buen abastecimiento. Si en Funda pasé mucha hambre, en la zona de guerra no”, subraya Daniel Chávez.

Cumplida la misión, retorna a Cuba y llega al hogar, en Bayamo, poco antes de las 12.00 de la noche del 31 de diciembre de 1987 para saludar con familiares y amigos la llegada del 1 de enero de 1988, aniversario 29 del triunfo de la Revolución Cubana.

Militar de carrera, adulto, Daniel Chávez fue a dar su ayuda solidaria a los angolanos consciente de los riesgos que implicaba. “Tuve, dice, la suerte de que no me correspondiera morir, pero iba en son de que pudiera suceder. Todo revolucionario quiere cumplir en su vida una misión de peso, que se recuerde. Para nosotros Angola fue nuestro Moncada, nuestra Sierra Maestra.

Daniel Chávez FOTO/Carlos Vanegas Ricardo

“Fuimos porque quisimos. Si tú no eres capaz de hacer por otros, poco eres capaz de hacer por ti. Si hay misión justa es esa, donde tú das la mano al que lo necesita, al que agreden, al que quieren subyugar, es una misión que vale la pena, y eso fue lo que hizo Cuba”.

Desmovilizado de las FAR hace casi dos décadas, con 73 años cumplidos, labora como especialista de gestión comercial en Tabacuba y asegura: “mientras sirva para algo estoy en disposición de cumplir la misión que se me plantee”.

 

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