Esmaralda, Camagüey.–«Oiga, por aquí sí que acabó Irma… ¡Ay, mi madre!», comentó asombrado el campesino Florencio Aleaga Reyes, mientras pelaba uno de los maderos que serviría de viga para sostener la estructura del techo de una de las 34 viviendas rústicas que se construyen en la comunidad de Aguacate.
Llegados desde el poblado de Hatuey, en Sibanicú, él y un grupo de asociados a la cooperativa de crédito y servicios Álvaro Barba Machado aprovechaban la jornada para acelerar todo cuanto podían la conclusión de la casa que les solicitaron levantar en gesto solidario con las personas damnificadas del huracán.
«Si se ponen los materiales en tiempo a pie de obra, esto se acaba rápido», aseguró su compañero de faena, Alberto Acevedo Hernández, en alusión a la tipología sencilla de las viviendas, cuya estructura está conformada por paredes hechas con tabla de palma, techo de tejas y piso de cemento.
«Hoy tenemos en Esmeralda unos 250 hombres integrados en 17 brigadas, cada una de las cuales construye una casa rústica para las familias que sufrieron el derrumbe total de sus hogares», informó Aida Díaz Figueredo, presidenta provincial de la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (ANAP).
En total, entre los cuatro municipios más dañados por los embates del ciclón (Esmeralda, Sierra de Cubitas, Minas y Nuevitas), la organización, junto a las cooperativas campesinas, debe trabajar en la edificación de más de 260 viviendas destinadas a los asociados que lo perdieron todo.
DEL PALMAR SALE LA MATERIA PRIMA
Según Alexis Gutiérrez Santana, director de la unidad silvícola, perteneciente a la Empresa Agroforestal de Camagüey, suman 518 las palmas derribadas solo en una de las fincas cercanas a la comunidad de Aguacate y que el dueño donó con el propósito de aprovechar la madera de su tronco.
«En estos momentos, señaló, contamos con una brigada de 12 trabajadores, apoyados por profesores del Inder en Esmeralda, para agilizar todo el proceso, que incluye picar la palma en dos grandes trozos, extraer las tablas, limpiarlas y entregarlas de inmediato a la zona donde se construyen las casas campesinas».
Para ilustrar mejor cuán provechoso es el empleo de las palmas reales que yacen hoy sobre las llanuras camagüeyanas, Gutiérrez Santana explicó que el módulo de una vivienda rústica consume entre 120 y 130 tablas del árbol nacional de Cuba, mientras que de uno ellos se pueden sacar alrededor de 16 listones.
«Hemos conformado tres brigadas, agregó, para buscar 1 200 tablas en el día, pues está previsto, a partir de la experiencia de Aguacate, abrir nuevos frentes de edificación de viviendas en otras zonas rurales de la provincia».
GESTOS QUE ENORGULLECEN
La otra mitad de las 34 casas en construcción en la comunidad de Aguacate, ubicada en las afueras del poblado de Esmeralda, es asumida por entidades del sector de la Agricultura, cuyas brigadas laboran casi sin descanso para cumplir el compromiso contraído con los habitantes del lugar.
Han transcurrido apenas unos días del inicio de las labores y ya está prácticamente terminada, pintura incluida, la primera de las viviendas, honor que corresponde a 14 trabajadores de la Empresa Agropecuaria de Najasa, aunque otros colectivos vecinos mantienen también un excelente ritmo de ejecución.
«Mi agradecimiento infinito para esta gente buena», exclamó Pavel Moreno Acevedo, quien tras una noche terrible vio perder su humilde casa de guano y ahora, en el mismo lugar, aparece otra, mucho más bonita y confortable que la anterior, para compartirla junto a su esposa y su hijo pequeño.
Unas cuadras antes, Eduardo Marrero Iglesias no lo pensó dos veces y cedió una franja de su finca junto al camino para la construcción de varios módulos de viviendas rústicas: «Un pedazo, más o menos, de tierra no daña a nadie. Lo importante es que ya ahorita esas familias tendrán sus casitas nuevas».
Para lograrlo allí trabaja, entre otras, una brigada de la unidad básica de producción cooperativa (UBPC) Primero de Enero, cuyo administrador, Oscar Ramírez Falcón, refirió que desde que llegaron a la zona están «fajados» de tú a tú con la vivienda que les tocó construir en medio del fango y de los fastidiosos mosquitos.
No les ha faltado, sin embargo, el «cafecito recién colado» que a cada rato les lleva Dolores Prieto Rodríguez, una de las vecinas cercanas, a quien los vientos de Irma le dañaron parte del techo y de las paredes, pero sabe agradecer lo que se hace por otros en peores condiciones que ella.