La cercana celebración del 23 de agosto, aniversario 57 de la Federación de Mujeres Cubanas, en medio del actual proceso preparativo de los comicios generales para elegir a los delegados a las asambleas municipales y luego a los delegados a las asambleas provinciales y diputados a la Asamblea Nacional del Poder Popular, nos trae a colación la creciente influencia femenina en el todo el quehacer del Gobierno.
Las granmenses, que ocupan cerca de la mitad de los puestos del sector estatal civil, llegan a estos comicios representando el 44, 4 por ciento de los diputados del territorio al Parlamento, y el 45,1 por ciento entre los delegados a la Asamblea provincial, por solo citar tres cifras que evidencian su empoderamiento.
Pero, como si fuera poco, entre los integrantes de las comisiones electorales de circunscripción, estructuras claves en la organización y desarrollo de estas nuevas elecciones, el 57, 52 por ciento mujeres.
Tales datos reafirman que el empoderamiento femenino en Cuba no solo llegó con el triunfo revolucionario, sino ha sido y continúa ascendiendo otra gran revolución dentro del proceso de cambio social, iniciado en enero de 1959.
Los cubanos hemos jurado fidelidad a la memoria histórica y por eso no olvidamos que, como en otras ocasiones hemos publicado, a pesar de profundos debates y reclamos en ese sentido, las cubanas no lograron ser incluidas en el derecho al sufragio en la Constitución de 1901.
Esa latente proclama no fue atendida hasta después del primer golpe militar de Batista, cuando la llamada Pentarquía (presidencia colegiada de la nación cubana mediante comisión ejecutiva de cinco integrantes en 1933) delegó el poder en uno de sus miembros; el doctor Ramón Grau San Martín.
Mas, las reformas ni siquiera llegaron a propuesta de este último, sino de Antonio Guiteras Holmes, quien les brindara enérgico apoyo en su función como secretario de gobernación.
Fue Guiteras quien tomó las medidas más radicales, incluso de carácter antimperialista, que recuerda la historia del país en aquella época, entre estas la de designar a dos mujeres como alcaldesas: Elena Azcuy, en Güines, y Caridad Delgadillo, en Jaruco.
En todo caso, Grau San Martín fue seguidor de ese ideario y, antes de abandonar la presidencia bajo presión batistiana en complot con el imperio del norte, otorgó a las mujeres el derecho al voto sin restricciones, por decreto ley firmado el 10 de enero de 1934, y puesto en vigor a partir del mes de febrero de ese propio año.
La nueva Constitución de 1940 reafirmó el derecho de las cubanas al sufragio y a otras importantes reivindicaciones, como la igualdad con independencia de la raza, clase o sexo; el derecho a ejercer diversos roles civiles sin autorización marital, y la protección de la maternidad obrera sin diferencias entre casadas o solteras. Pero, esas dignificaciones constituyeron letra muerta, o no pasaron de los discursos politiqueros de entonces.
Fue el triunfo revolucionario de 1959, quien nos hizo y mantiene verdaderamente dignas, nos ha correspondido al derecho propio de crecer como estudiantes, profesionales, dirigentes…; de dejar una huella en cada suceso de la vida social, económica y política del país.
Las elecciones del Poder Popular son, entonces, solo una parte esencial, de tan amplia inclusión.