Las caras de los adolescentes y jóvenes –de uno y otro sexos- que llegan con una lámpara de luz brillante, libros y lápices, a las casas de tablas de palma, o yagua, techos de guano y pisos de tierra, en monte adentro, a sus moradores se les parecen a las vistas alguna vez en páginas de revistas que no saben leer.
La muy corta edad de algunos de los recién llegados provoca dudas, en cuanto a su preparación escolar, en quienes los acogen en sus humildes hogares.
Para esos hombres y mujeres es “lo más natural del mundo” aseguran, levantarse cuando falta un buen rato para que el Sol lo haga, y salir, ellos, a buscar el sustento de la familia en duras faenas en el campo, y ellas, ponerse a lavar ropa y a cocinar con leña.
Sin embargo, sudan frío cuando, al anochecer, bajo la intensa y blanca luz del farol chino, toman los lápices para escribir las letras que el alfabetizador –o alfabetizadora-, les muestra en la cartilla y luego guía sus manos para reproducirlas.
Al acostarse y quedar todo oscuro “como boca de lobo”, el intenso y penetrante cri-cri, cri-cri producido por grillos al raspar sus alas anteriores con las patas posteriores, sobrecogedores craqueos de lechuzas en busca de presas y los variados sonidos de otros animales, sobrecogen a los alfabetizadores llegados de las ciudades.
Pero pronto se acostumbran al concierto nocturno y hasta les ayuda a conciliar el sueño mientras piensan en los suyos.
Pasan los días, semanas, meses. Los alumnos aprenden a leer y a escribir; los bisoños maestros, por su parte, aprenden de los discípulos su idiosincrasia, sencillez, humildad; cómo se cultiva la tierra, a manejar una yunta de bueyes, poner trampas para cazar palomas…
Son miles los que participan en la cruzada para derrumbar, al decir de Fidel, principal inspirador de la Campaña de Alfabetización, cuatro siglos y medio de ignorancia.
El odio de lo retrógrado cobra las hermosas vidas de Conrado Benítez, devenido símbolo de la campaña, Manuel Ascunce Domenech y el obrero alfabetizador Delfín Sen Cedré.
Nada ni nadie impide que el 22 de diciembre de 1961, en la Plaza de la Revolución José Martí, en La Habana, sea izada una bandera de seda roja en la que se lee: CUBA TERRITORIO LIBRE DE ANALFABETISMO, mientras sus protagonistas desfilan con un cartel que dice: FIDEL, dinos que otra cosa debemos hacer.
Por ello, ese es el Día de los educadores cubanos, en el cual se les reconoce, de manera especial, el enorme aporte que hacen a la sociedad quienes, además de enseñar a las jóvenes generaciones a leer y escribir, contribuyen a su preparación para la vida.