María Carla Ríos Verdecia es un niña que ha luchado por la vida y mucho más. Vino al mundo con un mielomeningocele (un tipo de espina bífida) y con los pies equinovaros, pero esas limitaciones no la llevaron a la rendición.
Hoy, a sus 12 años, narra con naturalidad que tiene una sonda vesical, la cual suele guardar en una cartera. Y que ya perdió la cuenta de la cantidad de ingresos hospitalarios.
“La salud no la ha acompañado, ya ha sido llevada tres veces al salón y estamos esperando una cuarta operación”, dice conmocionada su madre, Viurmis Verdecia, quien antes tenía que subir una empinada loma para llevar a la niña hasta su casa, situada en la cabecera municipal de Buey Arriba.
“Lo mejor es que ella jamás se ha sentido menos que nadie. Supera obstáculos a menudo. Ya está en sexto grado y con muchos deseos de seguir estudiando”, expresa.
Como prueba de lo anterior, María Carla confecciona objetos con papeles, muñecas, imitaciones y dibuja muy bien desde su añeja silla de ruedas. Además, baila en una coreografía, que su instructora de arte, Yanela Tasé, llamó “Volver a nacer”.
“Es como si ella estuviera envuelta en un capullo y fuera saliendo al mundo, a luchar. Los movimientos que debe hacer no son muy complejos, aunque tiene que abandonar la silla de ruedas y danzar en el piso”, explica su hermosa instructora.
“Llevo tres años trabajando con ella. Es una labor paciente y hermosa. En la etapa difícil de la Covid tuvimos que parar, aunque siempre nos mantuvimos en contacto. Le tengo un cariño especial”, acota.
Yanela, quien tiene 34 años y tuvo el honor de cumplir misión internacionalista en Venezuela, dice que haber enseñado a danzar a María Carla ha sido un reto y agrega que si la coreografía se ha presentado en distintos escenarios del municipio, es por la voluntad de la niña, quien nunca cree en barreras.
Entre quienes, estremecidos, han aplaudido a esta princesa, se encuentran sus compañeros de la escuela primaria Argel Carvajal, sus padres y su maestra, Rubí Vázquez, quien acude cada día a la casa de María a impartirle clases.
“Ella me sorprende a menudo. Yo la llevé a vivir a mi casa unos meses, junto a mis dos hijos y al principio la sobreprotegía, pero ella me demostró que puede hacer muchas cosas normalmente. Y la idea de concretar una danza la ha puesto por las nubes”, expresa Rubí.
María Carla decía tiempo atrás que quería ser doctora, “pero me doy cuenta que tengo que pararme para atender a los pacientes y eso no lo puedo hacer”. No obstante, sentencia que “quiero estudiar y ser algo en esta vida”.
Al despedirse, dibujó algo para el periodista: me pintó frente a su modesta casa, construida por subsidio estatal. Su dedicatoria todavía estremece: “Para Osviel, con cariño, de María Carla”. Será un tesoro que conservaré mientras exista.