Un día luctuoso para las tropas mambisas

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Por Yelandi Milanés Guardia | 7 diciembre, 2021 |
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La caída de Maceo según la recreación del pintor cubano Armando García Menocal/FOTO Tomada del periódico Escambray

El 7 de diciembre de 1896 las huestes mambisas perdieron a dos hombres de gran importancia en la guerra llamada por Martí “necesaria”, e iniciada el 24 de febrero de 1895.

El primero de ellos era un General negro nacido en Santiago de Cuba, a quienes muchos temían por su gigantesco valor y coraje, puestos a pruebas en infinidades de combates y batallas, las cuales dejaron una veintena de heridas en todo su cuerpo, que constituían como un símbolo de guerra o muestra irrevocable de su desdén hacia el peligro y la muerte.

Desafortunadamente este día de 1896 la suerte le fue adversa, pues cuando llegó a San Pedro, en el occidente del país, no se sentía bien, pero la entereza de su ánimo, que lo hacía sobreponerse a las dolencias, y el jubiloso recibimiento con que fue acogido hizo que recobrara su buen humor.

Según la última noticia, la columna enemiga más cercana era la del comandante Francisco Cirujeda, que procedente de Punta Brava se dirigía a Cangrejeras.

Insignificantes huellas producidas por el Titán de Bronce al cruzar la carretera de Hoyo Colorado fueron suficientes para que el oficial español torciera el rumbo para dirigirse a San Pedro. A las dos de la tarde ruidos de disparos turban la calma del campamento. Maceo se incorpora en la hamaca; ordena que todos monten y él mismo pone y ciñe el equipo al corcel.

Al montar, arenga a la tropa con esta frase: “¡Muchachos: vamos a la carga, que les voy a enseñar a dar machete!”. El Lugarteniente General del Ejército Libertador toma por el flanco izquierdo; encuentra al coronel Acea, que acude al fuego; le ordena que abra portillo en el cercado de piedras para salir al camino y caer sobre los españoles.

Lo dispuesto por él se realiza. Queda una cerca de alambres, que comienzan a cortar con el machete. “¡Esto va bien!” comenta el héroe; pero entonces ocurre lo inesperado, una bala le da en pleno rostro, suelta las bridas del corcel, el machete se desprende de su mano y el héroe se desploma. Todos corren hacia el caído.

El enemigo arrecia el fuego y se hace muy complejo el rescate del cuerpo. Sin embargo, su ayudante Panchito Gómez Toro, hijo del Generalísimo Máximo Gómez, con ímpetu impresionante y con un brazo herido días antes, sale a rescatar el cuerpo de Maceo, pues cuando pregunta: “¿Dónde está el General? Nadie le responde. En vano tratan de detenerlo, porque su decisión era recuperar los restos mortales del protagonista de la protesta de Baraguá, o morir en el intento.

El joven se acerca al cadáver del alto jefe militar y pretende cargarlo. Una bala le atraviesa una pierna; otra le taladra el pecho y cae sobre el cuerpo del Titán abatido.

Los españoles llegan hasta los cuerpos; Panchito, aun con vida, intenta quitársela infructuosamente, y lo rematan de un machetazo. No obstante, los ibéricos desconocen quienes son los muertos, los registran y se llevan algunas de sus pertenencias; pero cuando regresan ya es tarde, los cuerpos han sido recogidos; el heroico teniente coronel Juan Delgado ha regresado con dieciocho hombres, decididos a ofrendar sus vidas para no entregar los preciosos restos al enemigo. Los cadáveres fueron trasladados a casa de los Pérez, donde tuvieron sepultura al amanecer del 8 de diciembre de 1896.

El sitio donde fueron enterrados permaneció sin revelar hasta el final de la guerra, momento en el cual se les pudo dar digno entierro con los honores militares que ambos merecían.

Fue tan grande el dolor de la pérdida, que Gómez escribiría a la viuda María Cabrales una carta conmovedora donde traslucía el aprecio tan grande que sentía por el Héroe, y el hondo vacío que dejaba en su vida la pérdida del querido amigo y de su amado hijo Panchito.

Evocar la caída en combate de Antonio Maceo debe constituir un momento oportuno para recordar muchas de sus enseñanzas recogidas en famosas frases en las que aleccionaba. “Tampoco espero nada de los (norte) americanos; todo debemos fiarlo a nuestros esfuerzos; mejor es subir o caer sin su ayuda que contraer deudas de gratitud con un vecino tan poderoso”.

Y era tanto su conocimiento sobre las verdaderas intenciones de los Estados Unidos que cuando se le intentó reclutar para la causa anexionista, respondió a un interlocutor: “Creo, joven, que esa sería la única forma en que mi espada estaría al lado de la de los españoles…”

El más ilustre de los hijos de Mariana Grajales tenía una fe ciega en el valor de los cubanos y en el logro de la independencia, por eso en carta al patriota cubano José Dolores Poyo, afirmó: “Cuba será libre cuando la espada redentora arroje al mar sus contrarios. […] Pero quien intente apropiarse de Cuba recogerá el polvo de su suelo anegado en sangre, si no perece en la lucha”.

En estos tiempos en que se amenaza constantemente la libertad de Cuba válidas son las palabras del Titán de Bronce cuando expresó: “La libertad se conquista con el filo del machete”, y desde la óptica de este redactor no solo se conquista, sino que también se defiende.

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