Su ausencia física demostró lo que nadie dudaba: no moriría, su ideario sería inmortal. Fiel discípulo de Martí hoy mira el mundo desde la cumbre donde solo se entronizan los héroes, esos que hasta hermosos de cuerpo se vuelven cuando pelean por ver libre a su patria.
No fueron suficientes 90 años para materializar completamente la obra de su maestro, porque aprendió del que nació en la habanera calle de Paula, que nadie tiene el derecho de dormir tranquilo mientras haya un hombre, un solo hombre infeliz.
En Fidel había mucho del Apóstol, porque siempre buscamos parecernos en algo a nuestros ídolos, esos que nos inspiran y alientan en medio de la tempestad, y alumbran el camino cuando reinan las tinieblas.
Quizás cuando el barbudo guerrillero leía el hermoso texto Tres héroes, no imaginaba que algún día su grandeza lo encumbraría a esa cima donde solo arriban los excepcionales e irrepetibles.
En ese escrito brotan las enseñanzas de cómo son esos seres de dimensión sobrehumana, los que cuando hay muchos hombres sin decoro, tienen en sí el decoro de muchos. Esos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que les roban a los pueblos su libertad, que es robarles su decoro.
Fidel es otra estrella que ilumina a Cuba, porque en vida cultivó cuantiosas virtudes, que es como sembrar luz. Antes de partir contribuyó a dejar liberados a un grupo de pueblos de la esclavitud, la opresión y la ignorancia, el más sutil de los métodos de dominación.
Ese fue otro de los méritos que lo exaltaron, porque al decir de Martí esos son héroes; los que pelean para hacer los pueblos libres. Y en ellos van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana.
El más universal de los cubanos regresó del aparente olvido gracias al mejor de sus alumnos, aquel memorable año de 1953, en el que acompañado de valerosos jóvenes asaltó los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes.
Quién diría que aquellas palabras que expresó el joven abogado en el juicio por los hechos del 26 de julio de 1953, tendría tanta vigencia y se repetirían con su persona.
Cuando el Comandante eterno dijo en su autodefensa sobre Martí: “Pero vive, no ha muerto, su pueblo es rebelde, su pueblo es digno, su pueblo es fiel a su recuerdo”; parecía que estaba describiendo la escena de un país que rindió tributo a su inmortalidad.
Ahora ambos cabalgan librando batallas en otros confines, porque saben que la muerte no es verdad, cuando se ha cumplido bien la obra de la vida.