Un día llegué a su casa en Bayamo buscando información sobre el grupo provincial de aficionados a la arqueología Manuel Sánchez Silveira, del cual es fundador, y descubrí que aquel hombre de naturaleza inquieta llevaba en sí una gran pasión, que contagia a su familia y amigos.
Carlos García Leyva, me sorprendió con su afán de atesorar gran variedad de caracoles, que le convierten en una persona imprescindible entre los aficionados a la malacología (ciencia que estudia los caracoles) en la provincia cubana de Granma, aunque también lleva un trabajo sobresaliente en la numismática y guarda, además, anillas y vistas de tabaco, casquillos de bala, armas blancas, tarjetas telefónicas y llaves antiguas.
La atracción por los moluscos comenzó desde la juventud, en un acercamiento a la naturaleza como parte de un grupo de exploradores nombrados scouts, antes de 1959, donde adquirió nociones de la protección al medio ambiente, premisa que ha mantenido a lo largo de su vida.
Así lo constatan quienes han disfrutado de sus exposiciones en diversas instituciones, como el Gabinete de Arqueología donde ha exhibido ejemplares del Aporrhais pes-pelicani Linné, del Mar Adriático, en Italia, las diminutas Scala delicatula Grosse, de la Bahía de Auro, en Australia; la Lepsialla scobina Gray y Gainard, del Norte de Auckland, Nueva Zelandia, entre otros.
APRENDIZAJE
Fruto de más de 50 años de bregar por ese campo de la zoología, mi entrevistado reúne una amplia colección de polimitas, de Guantánamo y Granma.
Asegura que, ese caracol típico de la zona oriental del país en peligro de extinción, son los preferidos.
Aprendió de manera autodidacta por medio de libros, catálogos y gracias a la ayuda de José Fernández Milera, un estudioso del auténtico molusco cubano, quien atendió años atrás el área de la malacología en la Academia de Ciencias de Cuba.
“Consultaba con él muchos de los ejemplares, de los cuales sabía su procedencia pero no su nombre específico, y lo principal es esto, porque si una persona tiene un grupo de muestras y no sabe cómo clasificarlas es un amontonador, no un coleccionista.”
“Gracias a varios trabajos y visitas realizados por Milera a Granma, adquirí mayor experiencia.”
Luego formó parte de la comisión de Medio Ambiente provincial y realizó diversos estudios convocados por la Academia de Ciencias.
“Realizábamos conteos, clasificación de especies con vistas a su preservación, aunque no se llevó a cabo la conservación de los sitios”, apunta.
Uno de esos ejemplos lo constituyen la Loma de Alberto, en Santa Rita, en Jiguaní, y la Loma de Corojal, en Niquero.
En otra ocasión llevó al Jardín Botánico Cupaynicú mil 500 caracoles colectados en la Joya, en Guisa, para su cuidado. Allí presenció 100 caracoles durmiendo en una misma rama, “todo un récord”.
UNA RAREZA DE GRANMA
La primera vez que conversé con él sobre caracoles me mostró dos aparentemente iguales. Se trata del Liguus vittatus Swainson, un ejemplar autóctono de Granma y único, porque sus conchas arroyan a la derecha o a la izquierda, cosa que no sucede con el resto de los Liguus (variedad de polimitas) que lo hacen en una sola dirección.
Mientras los acaricia recuerda los incesantes llamados de atención a entidades y persona para preservar las zonas geográficas donde habitan estos especímenes, patrimonio natural de la provincia, pero no siempre encontró oídos receptivos.
“Muchos cogen los caracoles para hacer artesanía, destruyen su habitad, deforestan el lugar y desaparecen las polimitas. De El Granizo, cerca de Jiguaní, un lugar donde habían maravillas, sacaron la madera y ya no queda nada.”
Entre sus aspiraciones, junto a Ulises Feria, un amigo aficionado a la malacología y un conservacionista, estuvo crear en Bayamo un museo de historia natural, aunque nunca se llevó a efecto a pesar de su gestión.
“Pretendíamos tener una colección completa porque sabíamos que muchos de esos ejemplares iban a desaparecer.
“Nosotros los conservamos para que las personas puedan ver lo que disfrutamos en vivo y caminando.
“La mayoría de los caracoles los colectamos muertos con vistas a que el habitad no se dañe, pero otra mano contraria a la idea nuestra lo devastó.
Carlos García disfruta cuando los niños se le acercan y admiran las exposiciones, porque sabe que él comenzó en el mundo del coleccionismo por una chispa que prendió en la infancia, y que a lo largo de su vida le ha llevado por el apasionante campo del conocimiento, la investigación, guardando para las futuras generaciones huellas naturales y humanas como testimonios del tiempo.
Excelente nota mezcla de crónica, historia de vida y periodismo científico. Felicitaciones.
Muchas Gracias César, me alegro que le haya gustado.