El Hombrito, una nueva experiencia guerrillera

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Por Yelandi Milanés Guardia | 30 agosto, 2017 |
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El Che observa en la Sierra Maestra su teatro de operaciones

Era la noche del 29 de agosto de 1957, un campesino informaba a las fuerzas rebeldes que había una tropa batistiana alistándose para subir la Maestra, precisamente por el camino de El Hombrito. Como en ese tiempo se recibían muchas noticias falsas se tomó el hombre como rehén para comprobar la veracidad de sus palabras.

La Columna formada tenía solo un mes y medio de vida y ya empezaba a moverse y hacerse sentir en el lomerío. Estaban en el valle llamado El Hombrito, porque, vista la Sierra Maestra desde el llano, un par de lajas gigantescas, superpuestas en la cima, semejan la figura de un pequeño hombrecito.

Sobre la columna reflexionaba el Che:Todavía era muy novata la fuerza, había que preparar a los hombres antes de someterlos a trajines más duros, pero las exigencias de nuestra guerra revolucionaria obligaban a presentar combate en cualquier momento. Teníamos la obligación de salirle al paso a quienes invadieran lo que ya empezaba a ser territorio libre de Cuba.

“Para la emboscada a la tropa se le ordenó al  pelotón de Lalo Sardiñas ocupar el lado Este y castigar con fuego a la Columna cuando esta fuera detenida. Ramiro Valdés con la gente de menos poder de fuego por el lado Oeste debía hacer una estilización acústica para sembrar la alarma.

“Ciro Redondo los atacaría en una forma oblicua y, el Che, con una pequeña Columna de los tiradores mejor armados, debía dar la orden de fuego con el primer disparo. La mejor escuadra estaba al mando del teniente Raúl Mercader, del pelotón de Ramiro, por lo cual fue colocada como fuerza de choque para recoger los frutos de la victoria.

“El plan era muy sencillo: Al llegar a una pequeña curva del camino donde este hacía un ángulo casi de 90 grados para bordear una piedra, el guerrillero argentino debía dejar pasar  a 10 o 12 hombres aproximadamente y disparar sobre el último, de manera que quedaran separados del resto; entonces los otros debían ser rápidamente liquidados por los tiradores.

“La escuadra de Raúl Mercader avanzaría,  tomarían las armas de los muertos y nos retiraríamos inmediatamente protegidos por el fuego de la escuadra de retaguardia mandada por el teniente Vilo Acuña”.

En la madrugada del 30 de agosto de 1957, desde un cafetal, los barbudos miraban la casa de Julio Zapatero, donde estaba acampada la tropa. Al despuntar el sol empezó a verse un movimiento de hombres, lo cual demostraba la aseveración del campesino. Por la parte rebelde toda la gente estaba ya situada en su posición de combate.

El enfrentamiento

La espera se hacía interminable en aquellos momentos hasta que al fin se acercaban, se oían sus voces despreocupadas y sus gritos. Pasó el primero, el segundo, el tercero, pero desgraciadamente iban muy separados uno del otro y no daría tiempo a que pasara la docena escogida por eso se adelantó el disparo inicial. El Che abrió fuego inmediatamente y el sexto hombre cayó; enseguida se generalizaron los tiros y, a la segunda descarga del fusil automático, desaparecieron los seis hombres del camino.

Se dio la orden de ataque a la escuadra de Raúl Mercader, mientras algunos voluntarios caían también sobre el lugar y a ambos lados se hacía fuego sobre el enemigo. Desde el peñón hacían fuego a la columna enemiga y le quitaron el arma a un soldado herido por el Che, el cual resultó ser sanitario y solo llevaba un revólver 45 con 10 o 12 balas, los otros cinco habían escapado despeñándose por el camino hacia su derecha y huyendo por el cauce de un arroyo.

Al poco tiempo empezaron a sonar los primeros balazos disparados por las tropas repuestas de la sorpresa, pues no esperaban encontrar ninguna resistencia en su marcha.

La ametralladora Maxim era la única arma de algún peso que había además del fusil ametralladora del Che, pero no había funcionado y su encargado fracasaba en el manejo de esta arma.

Retirada estratégica

No obstante, las armas de poco calibre hacían un ruido infernal disparando a cualquier lado, aumentando el desconcierto de los guardias. El Che dio la orden de repliegue a los dos pelotones laterales y cuando estos empezaron a cumplirla, también se retiró la escuadra de retaguardia encargada de mantener el fuego hasta que pasara todo el pelotón de Lalo Sardiñas, pues estaba prevista una segunda línea de resistencia.

Durante la retirada se presentó, enviado por el Líder del Ejército Rebelde, el capitán Ignacio Pérez con un pelotón. Luego se trasladaron a unos metros del lugar del combate y allí establecieron una nueva emboscada en espera de los guardias.

Moralejas del combate

Este combate demostró la poca preparación combativa de la tropa, incapaz de hacer fuego con certeza sobre enemigos que se movían a corta distancia. De todas formas era un triunfo muy grande, se había detenido totalmente la columna de Merob Sosa, la cual al anochecer, se retiraba. Una pequeña victoria obtuvieron sobre ellos con la minúscula recompensa de un arma corta que costó, sin embargo, la vida de un combatiente valioso.

Todo esto se consiguió con un puñado de armas medianamente eficaces contra una compañía completa, de 140 hombres por lo menos, con todos los efectivos para una guerra moderna y que había lanzado una cantidad de balazos y de morterazos sobre las tropas del Ejército Rebelde, tan a tontas y a ciegas como también procedían los inexpertos adversarios.

El combate tuvo una repercusión nueva; uno o dos días después se conocía un parte del ejército donde se hablaba de cinco o seis muertos, entre los cuales estaban un compañero y cuatro o cinco campesinos, todos totalmente ajenos a lucha pero conocían la presencia de las tropas y simpatizaban con la causa, pero eran inocentes totalmente de la maniobra.

Este combate también enseñó lo fácil de atacar columnas enemigas en marcha y, además, nacía entre los rebeldes la certidumbre de la bondad táctica de tirar siempre sobre la cabeza de la tropa en marcha para tratar de matar el primero, o a los primeros, logrando así que todos buscaran no ir adelante y se llegara a inmovilizar la fuerza enemiga.

Esta táctica poco a poco fue cristalizando y al final era tan sistemática que realmente el ejército enemigo dejó de penetrar varias veces en la Sierra Maestra, pues los soldados rehuían la vanguardia.

El Hombrito mostró la creciente fuerza del Ejército Rebelde, el cual estaba dejando atrás su vida sedentaria y comenzando a convertirse, con sus pequeños enfrentamientos, en un dolor de cabeza para las tropas batistianas.

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