El sol que nunca apagaron

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Por Yelandi Milanés Guardia | 27 febrero, 2021 |
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FOTO/www.cmhw.cu

 

Día aciago para la causa independentista fue aquel nefasto 27 de febrero de 1874, jornada luctuosa en la que caía en combate la chispa humana que había encendido y, portado por mucho tiempo, la antorcha de la libertad.

Para mucho fue una pérdida irreparable, pues como dijera Máximo Gómez: “el que sucumbe es un suicida sublime en aras del deber. Por eso nos parecen dioses tendidos sin vida, encima de tantas grandezas que nos encantan y asustan”.

Su nombre se estampó con letras doradas en el libro de la Historia porque ate las vacilaciones y titubeos de algunos, supo que la hora era solemne y decisiva y encabezó la revolución independentista que hubiera fracasado por la delación y la inercia.

Los envidiosos calificaron su osadía como una estrategia para agenciarse el poder y llenar de gloria y laureles su persona, pero como dijo Martí: “es preciso haberse echado alguna vez un pueblo a los hombros, para saber cuál fue la fortaleza del que, sin más armas que un bastón de carey con puño de oro, decidió cara a cara de una nación implacable, quitarle para la libertad su posición más infeliz, como quien quita a un tigre su último cachorro”.

Y aunque su forma de gobierno no era muy aplaudida, declaraba que: “trabajo sin descansar por Cuba: no puedo asegurar que lo hago con acierto, pero es con buena fe”.

Este proceder estaba sustentado en un firme principio: “nada variará mi propósito que desde el principio de la revolución me he formado de salvarme o sucumbir con ella”.

Pero las bajas pasiones predominaban en la dirección de la contienda y sin respeto a tanto sacrificio, lo despojaron de toda autoridad, como si fuera posible apagar la luz de alguien que se había convertido en un sol libertario. Por eso decía: “para oscurecerme y deshonrarme tendrían que rasgar más de una página de la historia”.

Al morir lamentablemente no solo dejaba un vacío imposible de llenar, pero “¡hay de nosotros si nos dejamos arrastrar de las pasiones y estas chocan enfurecidas! ¡Hay de nosotros, si ambiciones protervas rompen los diques que la comprimen! Si queremos demoler de un soplo lo que ha levantado la revolución. Entonces veremos (…) si, pero el día del triunfo se alejará más y más y las almas débiles caerán desfallecidas antes de cantar el hosanna de la redención”.

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