“Fidel nos cambió la vida”

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Por Anaisis Hidalgo Rodríguez | 4 octubre, 2022 |
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FOTO Luis Carlos Palacios Leyva

Aquella noche del 28 de  marzo de 2002, la Plaza Celia Sánchez Manduley, de Manzanillo, era un semillero de jóvenes. Se decía que iba a estar Fidel. La sola idea de ver su enigmática figura, los ponía ansiosos. No podía ser menos. Fidel encarnaba un símbolo de dignidad y una hidalguía capaz de encandilar.

Que el rebelde de la Sierra Maestra y el asaltante del Moncada confiara en aquellos muchachos desvinculados del estudio para que volvieran a las aulas era un compromiso mayúsculo que recaía en aquellos noveles hombros.

Así lo sintió Madeleidis Fonseca Rondón, entonces una joven que se desempeñaba como ama de casa, al cuidado de tres niñas, un esposo y un hogar.

“Para mí no estuvo muy claro desde el primer momento en que pasaron los trabajadores sociales, indagando en los barrios quiénes querían matricular en el curso de superación para jóvenes. Me decía que ya no tenía tiempo para eso, pero el padre de mis hijas  me incitó a que estudiara.

“Le doy gracias, porque mientras en muchos matrimonios se prohíbe a la mujer estudiar,  yo tuve apoyo. Esa fue mi primera motivación; la segunda, no lo voy a negar, era el estipendio de 100 pesos, que en aquel tiempo, era significativo”, rememora Fonseca Rondón.

Aquel retorno a las aulas era un río de emociones y a su vez, un mar de desafíos para quien  con una familia construida, debía atenderlo todo.

“Revivir la etapa de estudiante es una maravilla. Aprendes, interactúas con las personas. Es más fácil cuando eres joven y no tienes obligaciones ni responsabilidades. Captas rápidamente todo el contenido; pero cuando estudias en este otro contexto, con niños que se te enferman y con el cerebro medio embotado por el tiempo desvinculada del proceso, es difícil. En mi caso siempre me gustó leer, así que no estuve apagada del todo.”

El afán por la lectura y los libros, hicieron de Madeleidis una estudiante con buen rendimiento académico, e incluso, cargos en la esfera estudiantil. Dadas sus facilidades para hablar y comunicar, muchos pensaron que se haría comunicadora, pero apostó todo a la abogacía.

“Lo traigo en la sangre. Provengo de una familia rebelde, que ha estado involucrada en procesos decisivos de este país. Mi abuelo era presidente del Comité de Defensa de la Revolución y nos levantaba tempranito a participar en los trabajos voluntarios, en la siembra de caña. Crecí en una cuadra designada Vanguardia nacional en la emulación cederista.

“Mi papá fue combatiente de Angola, todo eso te va formando con un apego por la justicia. Después los avatares de la vida me llevaron a ser víctima de una arbitrariedad, y aunque me restauraron todos los derechos, aquel hecho reforzó la  idea de hacerme abogada algún día”, expone.

La Universidad requirió mayor consagración y compromiso, primero con ella misma, segundo, con sus hijas, a quienes había prometido terminar la carrera. Aquel juramento implicó abrazar múltiples desafíos, entre ellos las lecturas de los extensos libros de Fernández Bulté , mientras la sapiencia y la pedagogía de otros la llevaron a apasionarse por asignaturas tan teóricas como Filosofía y Sociedad.

Hubo momentos de incertidumbre, en los que las circunstancias conminaban a tirar la toalla, mas no faltó la mano amiga, el consejo oportuno y el regaño para encarrilar el sendero, por eso el día que discutió exitosamente la estatal en Derecho Penal,  abrazó a su  familia y agradeció a quienes la impulsaron hasta lo que es hoy, jurídica en la dependencia interna del Gobierno provincial.

“Los que nos graduamos a raíz del curso de superación integral, hemos tenido la dicha de aportarle a nuestro país, un deber y una obligación de todo ciudadano. No es menos cierto que existen quienes siempre buscan manchas en todo, uno de las aristas más enjuiciadas es la facilidad que dio para que todos fuesen universitarios, cuando cada cual debe saber hasta dónde da su techo; pero ello no opaca la valía del curso, que permitió, a muchas mujeres, desmarcarnos del rol de amas de casa y cuidadoras; y a los muchachos replantearse la vida lejos de una prisión.

“No pienso igual ahora a cuando estaba desvinculada del estudio, incluso, no es el mismo pensamiento en la educación de tus hijos; lo que te aporta en conocimiento no tiene precio, se abre tu diapasón sobre el mundo.

“El curso de superación para jóvenes nos dio un futuro. sería futuro. No ha sido el mismo porvenir para los que se enrolaron en aquel sueño del Comandante. Realmente nos cambió la vida. Fue el último tren, como decimos en buen cubano”, manifiesta Fonseca Rondón.

Aquella noche, la Plaza de Manzanillo, Madeleidis alcanzó con la vista  a ver a Fidel. Su ojos se centraban en la silueta verde olivo del barbudo, sus gestos, su tono. Hubiese querido abrazarlo y agradecerle la oportunidad, pero prefirió demostrar con hechos todas aquellas palabras.

 

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