Cacha, usted se salva que su gallina no ha caído en el “patio equivocado”, si no, no hace el cuento- dijo jocosamente un vecino mientras devolvía a salvo el vistoso animal.
Sé de alguien que no corrió igual suerte. Destinó mil 200 pesos para comprar un cerdo y no le duró ni 24 horas en el corral, y aunque indagó por el barrio si alguien había visto un puerco con tal y más cual característica; como acostumbra a ser en estos casos, nadie vio nada.
A menudo empleamos en nuestro argot la expresión en el “patio equivocado” en sustitución de la persona o las manos equivocadas, o sea, para aludir a quienes se apropian indebidamente de lo que no es suyo; en otras palabras, lo que le pertenece o corresponde a otros.
En nuestra sociedad, y sobre todo cuando la soga aprieta y la situación o “cosa” como solemos decir, está muy mala, muchos optan por el facilismo de apropiarse de lo ajeno en vez de trabajar para salir adelante económicamente.
El delincuente aprovechará descuidos, horarios, días de tormenta y situaciones vulnerables en la familia para llevar a cabo su fechoría, a veces a costa de la vida de los moradores.
El inescrupuloso es fácil de identificar, en nuestros barrios los tenemos tarjeteados. Siempre están asechando, queriendo vivir del sudor de los demás, viendo a qué le saca provecho, a veces, a costa de la economía del Estado y de nuestro sacrificio.
Otros, haciéndose eco del refrán a río revuelto ganancia de pescadores, se aprovechan de las circunstancias para sacar partido, como los saqueos que ejecutaron algunos en varias tiendas del país durante las protestas el pasado 11 de julio; un daño que para resarcir implicará mayor gasto por parte del Estado.
La familia, -decía Juan Pablo II, – es base de la sociedad y el lugar donde las personas aprenden por vez primera los valores que les guían durante toda su vida.
Qué niño no se ha llevado de su círculo un juguete, que niña no ha tomado en su escuela una pulsa o se ha apropiado de una goma de borrar, o del lápiz de un compañero de aula; es ahí, cuando ocurre el primer incidente, que no debemos ser indulgentes, explicar el valor de respetar lo ajeno y hacer que nuestro hijo devuelva, de sus propias manos, lo que ha tomado indebidamente.
Solo si se educa bien, si se fomenta el amor hacia el trabajo, la honestidad y la honradez, habremos puesto herramientas para sortear con éxito situaciones tentadoras en que nos pone la vida.
El respeto por lo ajeno, decía un colega, empieza por el respeto a uno mismo. Lo cierto es que cuando se rebasa esa frontera y se pierde la vergüenza, se pierde toda integridad y la vida, ya no es la misma.