En la memoria fundadoras de la FMC

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Por Orlando Fombellida Claro | 18 agosto, 2017 |
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La vitalidad de la FMC está garantizada / FOTO Luis C. Palacios Leyva

El advenimiento de cada nuevo cumpleaños de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), me traen a la memoria a varias de sus fundadoras, inmensas en su sencillez y visión, a las cuales tuve la dicha de conocer.

Al mencionarlas, siento la obligación de comenzar por Lala, cuyo apellido no sé si alguna vez lo escuché, esposa del campesino Pablo Ricardo, el mejor amigo de papá.

En la etapa fundacional de la FMC ella fue, una por una, a las viviendas de Santa Justa, mi barrio natal en el municipio de Banes, provincia de Holguín, para invitarlas a integrar la naciente organización que lucharía por su igualdad social, y tratar de convencer a sus maridos de permitírselo.

Desde que, hace varios años, comencé a rememorar ese hecho, me pregunto qué la motivaría a hacerlo, y he concluido que quizás fuera el ser su hogar uno de los pocos de la zona en que había un radioreceptor, en el que escuchó a Fidel, a Vilma, y se identificó con su pensamiento.

De mi terruño de origen recuerdo, también, a Fredesvinda, a Lucila y otras cuyos nombres en olvidado, pero sus rostros no, integrantes de una delegación de la FMC a la cual le realicé un reportaje, por su destacada labor, nadie piense que por afinidad.

Asentado -y aplatanado- en Granma, hace casi cuatro décadas, recorro su geografía y en El Cedrón conozco a Silvia Espinosa Cruz, empedernida soñadora, pero con los ojos bien abiertos y los pies firmes en ese barrio arropado por montañas de la Sierra Maestra, en el municipio de Media Luna.

De anécdotas sobre esa maestra, que fuera diputada a la Asamblea Nacional del Poder Popular, se pueden escribir, sin aburrir a los lectores, las ocho páginas de este semanario, pero vayamos al tema de este comentario.

En cierta ocasión, Silvia aseguró que con la creación en su barrio de la FMC, a la cual se vinculó en su etapa inicial “las lomas comenzaron a hervir y nosotras, las mujeres, a librar la batalla por nuestra igualdad. Por eso creo que si me falta la Federación mi corazón se detiene”.

En un contar y cantar, encuentro que en vísperas de los 23 de agosto sostenían las federadas granmenses, una boyarribense nombrada Celerina, rememoró:

“En aquellos años: 1960, ’61, éramos guerrilleras. Hacíamos captación de mujeres para las escuelas de corte y costura Ana Betancourt, movilizaciones a la caña, recogida de café… los padres y esposos de la zona, decían que únicamente conmigo dejaban ir a las hijas y esposas a los trabajos voluntarios”.

A Lala, Silvia, Celerina y a todas las que como ellas alimentaron e hicieron crecer a la FMC, les es aplicable el calificativo de creyentes, no “por creerse cosas”, expresión de moda para referirse a ostentosos, sino porque creyeron en Fidel y en Vilma.

Hoy, cuando algunos de mala, en incluso de buena, fe, consideran que la FMC cumplió su ciclo de vida, las Silvia, Lala y Celerina actuales  deben demostrarles, con un funcionamiento de la organización acorde con las circunstancias actuales, cuán  vital hermosa y femenina, puede y debe estar.

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