En busca de las raíces chinas en la cultura cubana, su unieron descendientes de emigrantes chinos y el único representante de la otrora colonia china de Bayamo, para dialogar acerca de la historia, la literatura, la culinaria del gigante asiático y su presencia en la actualidad en la vida cubana.
Es curioso y a la vez admirable, tener de frente a un hombre que con apenas 17 años cruzó el mar mundial con sus muchos nombres para ir tras de un sueño, el de labrar el futuro propio y el de su familia.
Fue dichoso Tan Chi Jao pues logró asentarse en Bayamo en la década de los años 50, junto a sus padres y coterráneos, hacerse de trabajos dignos, y sobre todo del respeto y la admiración de los nuevos vecinos.
En Cuba adoptó el nombre de Evelio, pero mantuvo su apellido Tan, tan conocido y famoso en Bayamo hasta hoy en día cuando se menciona a Tan y Men, un enorme comercio ubicado en la intersección de las calles José Antonio Saco y José Martí, donde la excelencia en el trato y las bondades para comprar eran únicas. Los de mejor memoria no lo olvidan.
Casado con Irene Paz, de evidente rasgos asiáticos en sus ojos semialmendrados y cabellera lacia, Evelio tuvo tres hijos a los que educó en los preceptos del trabajo, la honradez y la sencillez, tres valores claves para el éxito.
Al preguntarle uno de los concurrentes sobre el idioma natal dice con total franqueza que lo olvidó, más de 60 años en Cuba hablando el castellano sin ejercitar sus propias voces era imposible mantener vivo el idioma.
Entre sus hijos destaca el color azul de los ojos, evidencia de la mezcla de etnias que se produjeron en la isla de Cuba, tema presente al debate en la tarde calurosa, pero donde nadie pescó un sueñito, la ansiedad por conocer de la colonia china despertó a los más remolones.
Daniel Casanova, realizador audiovisual, explicó largamente acerca de ese primer grupo de inmigrantes que hizo tierra en Bayamo en 1930. Luego, Jorge Luis Rosales, maestro y vicepresidente de la Asociación Culinaria de Granma, habló de las influencias innegables de la cultura china en la mesa cubana, de cómo aquellos vendedores de frutas y vegetales modificaron poco a poco los colores en los platos cubanos y de los puntos comunes en el arroz y los frutos, los pescados y mariscos, y las múltiples elaboraciones.
Del panteón politeísta asiático, la religión que profesan y que sin dudas trajeron y practican, de la costumbre mantenida aún por los chinos cubanos de llevar alientos al cementerio a sus muertos, y de la imbricación con las religiones de origen africano y la fe católica, se habló en la Feria del Libro.
Allí no faltó la literatura china o cubana, buenos ejemplares que muestran la riqueza, la pluralidad de identidades de un país enorme y plurilingual. Por eso no podían faltar las artes marciales con la escuela de Wu Shu y la práctica del Tai Chi por el proyecto Flor de Loto, un espacio donde adultos y jóvenes aprenden a meditar, relajarse y otras técnicas que contribuyen a mejorar la calidad de vida.