Enero es de Martí por siempre

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Por Agencia Cubana de Noticias (ACN) | 13 enero, 2020 |
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FOTO ACN

Caimito de Hanábana, Monumento Nacional situado en la periferia de Calimete, municipio de la provincia de Matanzas, es sagrado, un niño a la edad de nueve años fue a vivir allí con su padre y con espanto sintió de cerca la esclavitud, de tal manera que lo marcó para el resto de su existencia.

José Martí escribió su primera carta en aquel lugar rodeado de la exuberante naturaleza de un río, árboles inmensos, y la tranquilidad de la zona intrincada en la geografía al Sur de Cuba.

A Leonor Pérez le contaba de la crecida del río Sabanilla, de su caballo al que enseñaba “a caminar enfrenado para que marche bonito, todas las tardes lo monto y paseo en él, cada día cría más bríos…” y de un gallo fino que le regalaron.

El niño José Martí permaneció poco tiempo en Caimito de Hanábana, suficiente para despertar su amor por la naturaleza y la decisión de enfrentar para siempre la injusticia.

Allí tuvo su primer contacto con una de las más deplorables instituciones humanas, aquella que dividía a los hombres por el color de la piel y hacía que los unos, los blancos, se sintieran dueños de los otros, los negros.

Muchos años después, cuando escribió sus Versos Sencillos, reseñó con maestría el pasaje avistado cuando los negros esclavos entraban silenciosos al barracón, en aquel sitio oscuro que mantenía el tráfico ilegal de los esclavos en la colonia de España y en las Obras Completas se puede leer: -“¿Quién ha visto azotar a un negro, no se considera para siempre su deudor? Yo lo vi, lo vi cuando era niño, y todavía no se me ha apagado en las mejillas la vergüenza”.

Historiadores y profesores coinciden en afirmar que Caimito de Hanábana fue el lugar dónde Martí empezó a entender el esclavismo, fue la génesis de su lucha por las causas justas.

Un monumento a José Julián perpetúa su estancia en aquellos parajes, entre abril y diciembre del año 1862, y un Memorial, diseñado por el arquitecto Domingo Alás, resalta la luz del sol por cada una de las fechas importantes en la vida de Martí, es visitado diariamente por personas de todo el mundo, interesados por los detalles de la estancia del niño, que es hoy el Héroe Nacional de Cuba.

Nunca más volvió Martí a aquel lugar, tal vez para no interrumpir sus estudios en La Habana, quizá porque sus vivencias estaban tan arraigadas…
La imagen áspera de la esclavitud que descubrió entre ríos, júcaros y ceibas, fue pesado argumento en la definición de uno de los caminos de su ética: luchar sin descanso por una Cuba en la que se consagrara la dignidad plena del hombre.

Desde el lugar sagrado, se defiende que enero y todo el año es de Martí siempre, y los niños de las escuelas vecinas traen flores frescas, y los maestros enseñan el verso sencillo número XXX, para que nadie lo olvide, para que nunca se repita tal barbarie:

El rayo surca, sangriento,
El lóbrego nubarrón:
Echa el barco, ciento a ciento,
Los negros por el portón.
El viento, fiero, quebraba
Los almácigos copudos;
Andaba la hilera, andaba,
De los esclavos desnudos.
El temporal sacudía
Los barracones henchidos;
Una madre con su cría
Pasaba dando alaridos.
Rojo, como en el desierto,
salió el sol al horizonte;
Y alumbró a un esclavo muerto,
Colgado a un seibo del monte.
Un niño lo vio: tembló
De pasión por los que gimen;
Y, al pie del muerto, juró
Lavar con su sangre el crimen!

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