‘Mi mamá se parecía a mi papá en muchas cosas y ella lo amó tanto, que ese amor nos lo pasó a nosotros’, dijo Aleidita, como cariñosamente la llaman. ‘A pesar de la ausencia física de papi, nunca la sentíamos porque ella llenaba ese espacio. Si hoy soy alguien que puedo servir a la sociedad es por que mi mamá me educó en Cuba’, acotó.
Prensa Latina (PL): ¿En qué momento de tu vida necesitaste más la presencia de tu padre?
Aleida Guevara March (AGM): Fue a los 16 años, en plena adolescencia. En esa etapa empecé a preguntarme muchas cosas y sentí por primera vez que me faltaba.
Recuerdo que cuando abrí los ojos después de recuperarme de la anestesia que me practicaron durante la cesárea de mi hija mayor estaban a mi lado Ramiro Váldes y Oscar Fernández Mell y yo les pregunté qué hacían ahí. Entonces Ramiro me respondió: como no está tu papá, estamos nosotros.
Esas son cosas muy lindas -aseguró con la voz entrecortada de la emoción- y en ese momento, cuando tal vez lo pude añorar, no fue así, porque estaban ellos a mi lado y eso nunca podré terminar de agradecerlo.
Ramiro, Oscar, pero sobre todo mi tío Fidel (Castro) llenaron ese espacio. Nunca sustituyeron a mi papá, ni pretendieron hacerlo jamás, pero la presencia de ellos hizo sentir cerca la de mi papá.
PL: ¿Cuándo tuviste conciencia de quién fue tu papá?
AGM: La primera vez fue cuando murió. Hasta entonces yo no tenía idea de quién era él y cuál la magnitud de su estatura humana.
Durante el recorrido hacia la casa de tía Celia (Manduley) empecé a ver muchas fotos enormes de mi papá en la calle. Enseguida me pregunté qué estaba pasando, por qué esas fotos. Había letreros abajo, pero yo tenía seis años y todavía no leía rápido. Preguntaba y nadie decía nada. Después me dieron la noticia de la muerte de papi y fue cuando entendí todo.
En ese momento me di cuenta que mi papá era un hombre conocido, querido y admirado por muchos. Pero fue de joven, cuando empecé a leer sus escritos, que me sentí más orgullosa de ser su hija, pues además pude comprender su conocimiento filosófico.
Luego, cuando comienzo a visitar otros países me percato que mi papá ha roto fronteras, incluso en lugares tan distantes a nosotros, por eso considero que él es imprescendible para hacer un mundo mejor.
AGM: A veces siento vergüenza ajena, pues durante una visita a un pueblito del Líbano salió la gente bajo la lluvia a saludarme. Incluso en una ocasión una Escuela de Zamba de Brasil me invitó a un carnaval porque querían homenajear a Cuba y me montaron en una carroza, algo que realmente no me esperaba.
En momentos como esos tengo que hacer gala de la educación que me dio mi madre, quien siempre nos dijo que íbamos a recibir muchas cosas por ser los hijos del Che, las cuales no podíamos rechazar, pero a la vez debíamos pararnos firmes sobre la tierra y dejar pasar todo lo que no fuéramos capaces de ganarnos por sí mismos.
Por otra parte, es impresionante que un pueblo diferente al tuyo utilice su festividad cultural más importante del año para rendirle tributo a otro pueblo.
PL: Siempre hablas de papi, ¿para ti está vivo?
AGM: Yo no tengo ningún tipo de creencia religiosa, por tanto sé que después de la vida, como él mismo decía, no hay otra cosa.
Él siempre se preguntaba qué es la vida después de la muerte: sobrevivir en tus hijos, puede ser una forma. Es como leer una carga al machete de Antonio Maceo (patriota cubano).
Hay una milonga argentina que dice: si yo muero, no llores por mí, haz lo que yo hacía y seguiré viviendo en ti. Yo creo más en eso, en que uno sea capaz de llevar a la práctica lo que soñaba y quería ser.
A lo mejor no logras hacer totalmente lo que él quería, pero si intentas hacer realidad lo mejor posible sus sueños, claro que sigue viviendo junto a ti.
Y esto es lo que pasa con mi papá, no solamente en mí. Lo mejor es que vive en muchos hombres y mujeres de este mundo que intentan hacer realidad sus sueños.
PL: Naciste de dos padres guerrilleros y te has criado entre militares y gente de armas, ¿cómo es posible entonces que hables de amor?
Las veces que he trabajado con poblaciones autóctonas e indígenas he podido percatarme de la importancia que le damos a las cosas materiales; sin embargo, esa gente vive como si estuviéramos en el siglo XV. Pero, lo más difícil de aceptar es que ellos son más felices.
A veces no tienen ni agua para tomar, pero viven unidos a la tierra, a la naturaleza y con un respeto por la vida, al punto que disfrutan hasta el silencio del bosque, ese que a veces se transforma para ellos en sonido y les hace vivir a plenitud. Por eso hay que aprender mucho de ellos y valorar más lo que tenemos.
Si todos nos damos cuenta que podemos ser más solidarios, compartir lo poco o mucho que tenemos con otra persona, entonces aprendemos a ser mejores seres humanos y más felices.
El amor está relacionado con todo, pero yo también puedo tomar un arma en mis manos, porque estoy educaba para proteger y defender la vida y mi territorio nacional si fuese necesario.
PL: Imagino que en algún momento asumiste el papel de hermana mayor, ¿cómo fue esa relación con tus hermanos?
AGM: Yo tuve una hermana mayor (Hilda) que desgraciadamente falleció hace algunos años y no vivió con nosotros directamente, por eso asumí el papel de hermana mayor que no siempre fue fácil.
En la infancia hubo muchas discusiones, sobre todo entre Camilo y yo; pero siempre fui muy protectora de mis hermanos pequeños, en especial de Celia y Ernesto. Después crecimos y nos hicimos más cómplices.
Entre nosotros bromeamos y en verdad los quiero mucho, porque cada vez que he necesitado de ellos han estado ahí a pesar de las diferencias que puedan existir en un momento.
Mi hermana Celia es además mi amiga, siempre estamos en contacto. Nuestra familia es muy unida y nos queremos mucho. En verdad existe una linda relación.
PL: ¿Qué significó para la familia que 30 años después del asesinato del Che en Bolivia fueron hallados sus restos y trasladados a Cuba en 1997, cuando tal vez no tenían la esperanza de encontrarlos alguna vez?
AGM: La verdad es que nunca nos preocupó eso porque mi papá siempre dijo que un guerrillero, donde cae, queda. La única de nosotros que siempre lo quiso de regreso fue mi hermana Celia, los demás estábamos dispuestos a cumplir lo que él quería como guerrillero.
Sin embargo, cuando se descubren sus restos no podíamos abandonar el deseo del pueblo cubano, que siempre quiso que regresara. Por eso lo más justo fue lo que hicimos, traerlo devuelta a Cuba, donde hay un pueblo que realmente lo ama, en especial los niños.
Yo disfruto mucho el intercambio con ellos, sobre todo sentir el amor y en ese sentido recuerdo que en pleno periodo especial (década de los 90) fui a una escuela de arte en Guantánamo y una niñita delgada, que no levantaba ni un metro del piso, se acerca y me regala dos lapicitos amarillos con goma y yo le digo que a ella les hacían más falta.
La niña inmediatamente me miró con dulzura y me dijo: por favor, no lo rechaces, que es lo único que tengo para regalarte. Eso no lo voy a olvidar nunca porque es la expresión de un niño cubano, no para mí, sino para mi papá. Y si hacemos caso a nuestro José Martí, el hombre que reconoce las virtudes de otro es porque las lleva en sí mismo.
Por eso cuando yo veo a los niños nuestros (cubanos) reconociendo las virtudes del Che, respiro a profundidad y tengo una confianza tremenda en el futuro del país, porque esos niños saben amar.