“Esos rostros nunca se te olvidan”

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Por Angélica Maria López Vega | 23 diciembre, 2019 |
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FOTO/ Angélica María López

Me espera sentada en un banco, tranquila. Alguna que otra arruga adorna su rostro lleno de sabiduría. Sin habernos visto jamás, nos reconocemos de inmediato, como si alguna fuerza mayor hubiese pactado nuestro encuentro hace mucho tiempo.

Con Xiomara Céspedes González, la profe, me atrevo a llamarle así, en minutos aprendí del sacrificio, la entrega y el amor al trabajo. No podía ser diferente, quien nace con la vocación de educar lo hará siempre, aunque no se percate de ello.

-¿Cómo llega el magisterio a su vida?

-Estudiaba en El Sombrero, en la secundaria básica y opté por la carrera de Educadora de círculos infantiles, porque siempre me gustó trabajar con los niños. Luego cursé cuatro años en la Mariana Grajales en Santiago de Cuba y me gradué en 1981.

-Recuerda qué sintió cuando se paró por primera vez frente a un aula.

-Cuando vi a los niños, por primera vez, sentí una emoción muy grande, porque esa es la edad más linda que hay en la vida de un ser humano, de cero a seis años. Los infantes llegan sin saber nada y cuando terminan están listos para desempeñarse en la Enseñanza Preescolar.

“Me sentí nerviosa, porque al enfrentarte a ellos, tan pequeños, cada uno tiene sus propias características, son delicados, necesitan guía y mucha dedicación.

“Trabajé con niños de 45 días de nacidos pues en aquel entonces existían las salas de lactantes. Era una responsabilidad muy grande, pero en cada centro había un consejo de dirección bien preparado, y me entregué tanto que en menos de dos años ya era reserva de la subdirectora del círculo infantil Amiguitos de Angola”.

-¿Qué es lo más hermoso que ha vivido como educadora?

-Hermoso… Me han pasado tantas cosas; pero sin duda cuando ves a los niños y el fruto del trabajo que haces con ellos, es lo mejor, los conoces tan diminutos y luego los encuentras graduados como médicos, ingenieros; eso es lo más lindo que te puede pasar, porque esos rostros nunca se te olvidan.

-Supongo que también pasó por momentos duros.

-Sí, como no, en el período especial, trabajamos bastante para no cerrar ningún círculo, buscando alternativas, pero siempre atendiendo bien a los educandos que es y será prioridad en este país.

“Se hicieron hazañas, por ejemplo, en la alimentación, teníamos que crear, porque no siempre estaban todas las condiciones, había escasez y mucha necesidad, por las limitaciones económicas, pero nunca paramos. Los pequeños no dejaron de sonreír, no podíamos permitirlo”.

-Los profesores llevan en su memoria a alguno de sus estudiantes.

-Tengo varios, pero hay una en específico; cuando dirigí el Pequeños Constructores, Anabel (dice sonriendo), era muy inapetente, y aprendió a comer conmigo, después no quería irse del círculo nunca, me la tenía que llevar para mi casa porque me cogió tanto cariño que aquello era lo más grande de la vida.

“Hoy es estomatóloga, me ve en la calle y le manifiesta a sus padres que la etapa más linda que recuerda es esa. Anabel Díaz se llama, (piensa por un momento), Anabel Díaz Masó, cómo olvidarlo”.

-¿Qué es lo que más disfruta de su profesión?

-Mirar a los infantes sonreír, cómo desarrollan sus habilidades y capacidades, salen con un nivel de conocimiento enorme, los enseñamos a amar a la Patria, a Fidel, formamos hábitos maravillosos; eso es lo que más disfruto.

-Algo que la haya marcado.

-Tuve una trabajadora que lamentablemente falleció, Marta Maceo, que adoraba lo que hacía, muy buena, sufrimos mucho (sus ojos se tornan vidriosos); porque enferma trabajaba, pasamos los momentos más difíciles en el círculo, hasta ciclones y ella allí, eso me marcó mucho (me dice mientras se escapan algunas lágrimas, pide disculpas y se toma un instante para seguir conversando).

“Tengo muchas anécdotas es una enseñanza en la que los alumnos son muy felices. Emanan una fuente de energía tan grande que todo lo que te dicen es espectacular. Puedes llegar triste por algún problema que tengas y ellos hacen que lo olvides en fracciones de segundos, se dan cuenta de todo: desde si te cortaste el cabello, si te pintaste, si traes una flor en la cabeza, reconocen el trabajo del educador, porque son observadores impresionantes”.

-Hábleme de la profesora que fue algún día y la que es hoy.

-Inicié sin experiencia, me fui formando, aprendiendo de los que tenían más años de trabajo. Me superé en la Escuela nacional de Cuadros, en 1986, y, a partir de ahí, he ocupado siempre cargos de dirección.

“Fui subdirectora, directora, metodóloga de la Educación Preescolar en el municipio y actualmente inspectora, llevo desde el 2006 trabajando en la Dirección municipal de Educación atendiendo la primera infancia y la Educación Especial. Además, soy Profesora auxiliar, le imparto clases a las educadoras noveles”.

-¿En estos 39 años de profesión alguna vez se arrepintió de algo?

-No, he dado todo, he entregado mi vida y mi alma a la Educación, porque me gusta. Creo que eso a veces me ha jugado en contra, pues me obsesiono con el trabajo y no dejo casi tiempo para mí y eso me afecta; pero me encanta lo que hago, y lo hago con amor y dedicación, apenas tengo descanso. Así soy y si no fuera así, dejo de ser Xiomara”.

-El magisterio, con sus altas y bajas, es una profesión que algunos tildan de desagradecida.

-Jamás he dicho eso, ni lo he pensado. Depende de cómo encamines el proceso que desarrollas, de cómo te vincules con la familia, con la comunidad y sobre esa base recibes el agradecimiento de la sociedad.

“Es cierto que todos no valoran la labor del maestro, que es tan sacrificada; pero cuando dicen que una institución es la mejor, la familia lo reconoce donde quiera”.

-Este año recibió la orden Frank País de Segundo Grado, ¿qué representó esta condecoración?

-Ha sido un honor muy grande, representa mayor compromiso para el tiempo que me queda, no digo que me voy a jubilar, aún no lo he pensado. Nosotros no podemos decir ya terminé, una deja de ser educador  cuando se muere.

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