Llegó el primer día de octubre, imprevisible como el mismo amor, que no solo debe cultivarse en febrero, aunque en este mes adquiere los tonos de mayor entrega.
La intensidad les provocó los suspiros, acarició el eterno abrazo de los corazones, la devoción de una sonrisa que dibujaba en el rostro la delicadeza de mágica de estampilla.
Los minutos les trajeron la frase de Cortázar: “andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”, y resultó así: penetrante, fuerte, maravilloso, como las emociones que sacuden las fibras íntimas.
Las pasiones los engrandecieron cada amanecer, junto a los sueños de madrugadas de plenitud, elevándolos a grados de la inconciencia, que mucho bien le hacen a las almas.
Tomados de las manos anduvieron juntos, absortos del candor; refulgieron las miradas y cariño; el horizonte les señaló el fragor.
En la breve historia regalaron espacios para multiplicarla entre los hijos, los padres, los amigos, las profesiones, sabiendo que el amor es compartir el crecimiento de afectos colectivos.
Las palomas ronronean hoy al saberlos lejos del lugar: la penetrante luz de unos ojos maravillosos, de la sonrisa que les dejó sabores únicos, y los eternos suspiros grabados para siempre en los latidos del lado izquierdo del alma.