Desde tiempos remotos la ciudad cubana de Manzanillo, es tierra prodigiosa para músicos callejeros que, sin formación académica alguna, alegraron las calles del terruño como otros lo hacen en el parque Céspedes, la calle Heredia o el El Tivolí, de Santiago de Cuba, por citar algunos.
Grupos portadores como el conjunto Guasimal, del Guacanayabo, que debutó el 23 de diciembre de 1880, aún deja a su paso una estela de sones, polcas, cumbias, ballenatos, danzones…como también lo hicieron La melcocha de Min, la de Román y otras, cuyo acordeón alternativo mantuvo la sonoridad del órgano manzanillero en bares, cantinas y otros escenarios populares de la localidad.
Se unió a la lista de estos artistas populares, Paulino Leyva con su filarmónica y latica acompañante, para complementar el peculiar sonido que acaparaba, fundamentalmente, la atención de los niños del barrio que, agrupados a su alrededor, solicitaban la canción preferida que complacía en el acto.
Recuerdo estos pasajes porque en los últimos tiempos un nuevo personaje capta la atención de quienes transitan o descansan en el parque Carlos Manuel de Céspedes, sitio que frecuenta un reciente juglar: José Solis, el hombre orquesta y su música tradicional.
Se trata de un jubilado del transporte local, con habilidades para tocar la filarmónica, maracas, el guayo, cencerro y el timbal, armónicamente dispuestos para ejecutar la música cubana que interpreta.
Este tipo de fabulación cultural, que mayoritariamente tuvo su esplendor en los carnavales y en los desaparecidos bailes de la loma, merecen un tratamiento especial para que la cultura popular tradicional preserve las esencias de su fundamento.