En estos días en que estamos cerca del aniversario 66 de los asaltos a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, no puedo evitar pensar en la Generación del Centenario, cuyos miembros se inmolaron ante el altar de la Patria en pro de una Cuba mejor.
Al traerlos a mi memoria es imposible olvidar su legado, cuyos máximos inspiradores, Fidel y Raúl, se consagraron a materializar el sueño de quienes ofrendaron sus vidas para cambiar la triste realidad de sus compatriotas.
Entonces, cómo podemos ser fieles a su ejemplo, en estos tiempos en que no necesitamos empuñar armas ni asaltar enclaves militares.
Nuestro compromiso es construir un país superior, trabajando más y contribuyendo a consolidar la obra revolucionaria, esa que fue el anhelo de los asaltantes del 26 de Julio y gracias a la cual disfrutamos beneficios que otros añorarían en sus naciones.
La Revolución cubana no es perfecta, pero qué obra humana lo es. Sin embargo, estamos dando pasos sólidos para eliminar los errores y trabas mentales que nos impiden desarrollarnos y lograr un socialismo próspero y sostenible.
Esto no puede ser una simple consigna, porque sin obviar los contratiempos y problemas causados por el bloqueo económico, está evidenciada la existencia de reservas materiales e intelectuales, para crear más bienes y servicios, y sustituir importaciones que nos ponen a merced de un mercado dominado por los norteamericanos, que ellos tratan de cerrarnos constantemente.
La laboriosidad y el ingenio son y serán las armas más idóneas para hacer progresar la Revolución, esa que no ha dejado nunca desamparado a nadie y ha sido consecuente con las aspiraciones de aquellos noveles que no dejaron morir al Apóstol en la mañana de la Santa Ana.
El amor patrio, aunque es imperioso en estos tiempos, no debe cegarnos, y creernos que todo está bien, porque aún quedan muchos desafíos, pero teniendo claro que debemos proceder a la sombra del socialismo, pues este sigue evidenciando ser la opción más conveniente, al tener como centro y fin al ser humano, y la satisfacción de sus necesidades, de acuerdo con las posibilidades del sistema.
Lo anterior lo demuestran las palabras del Presidente Miguel Mario Díaz-Canel, en la sesión de clausura del VIII Congreso de la Asociación Nacional de Economistas y Contadores de Cuba, cuando expresó: “Para cualquier otro Gobierno sería fácil desentenderse de la responsabilidad del Estado con la sociedad y dejarle las soluciones al mercado; pero el nuestro no es un Estado cualquiera, es un Estado socialista de derecho, comprometido con asegurar los derechos fundamentales a todos sus ciudadanos. Sigue siendo una Revolución con los humildes, por los humildes y para los humildes”.
En otro momento de su intervención, reflexionaba sobre lo que sería de nosotros con una educación y salud privatizada. Sin dudas, una vuelta al pasado oprobioso que impulsó a la Generación del Centenario a alzarse en armas.
En su más reciente discurso, en el III período de sesiones de la IX legislatura del Parlamento, Díaz-Canel refirió: “De la generación histórica, de Fidel y de Raúl, aprendimos a desechar el lamento inútil y a concentrarnos en buscar salidas, a convertir los desafíos en oportunidades y los reveses en victoria”.
Ese es el espíritu que debe permanecer vivo en nosotros para, una vez más, decirles a los caídos en nombre de la libertad: “Hermanos, la Revolución está hecha, vuestra sangre no cayó en vano”.