Germán y la magia del campo corto

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Por Cubadebate | 20 junio, 2018 |
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Como mismo él se escapó muchas veces de la escuela para ir al estadio Nelson Fernández a ver lo que hacían en el campo corto Rodolfo Puentes y Giraldo González; decenas, cientos, miles de aficionados se escaparon luego de escuelas, centros de trabajo y casas para verlo jugar en el Latinoamericano.

La mayoría lo sigue considerando el torpedero más espectacular, el más atrevido, el mago del campo corto y de la pelota cubana: Germán Mesa Fresneda, campeón olímpico en Barcelona 1992 y plata en Sídney 2000; tres veces monarca mundial (Edmonton 1990, Managua 1994 y Taipéi de China 2001), y triple oro nacional: dos como jugador (1992 y 1996) y una como mentor (2010), entre otros lujosos premios que guardan hoy su vitrina.

A los 17 años (1984) entró silencioso a las Series Nacionales, en las cuales vistió primero de rojo, en un equipo Metropolitanos que le sirvió de perfecta modelación para cuatro años después llegar al sueño azul de los Industriales, toda pasión, toda perfección, cual ilusionista que comenzaba a divertirse en el béisbol con manos ágiles para coger todo lo que pasara entre segunda y tercera y un poco más allá también.

Tiros a primera sin mirar cautivaron con asombro y provocaban las delicias de niños y adultos. Capturas de fly de espaldas al home se hicieron frecuentes y cada vez con mayor elegancia. Atrapadas felinas en movimiento hacia delante o hacia los lados le impusieron un sello particular y motivador. Pases relámpagos para doble play levantaban de emoción al graderío para hacerlo sentar solo con aplausos y euforia.

A los batazos que le llegaba Germán en su amplio territorio defensivo otro torpedero ni lo intentaba. Una de sus principales virtudes recayó en hacer fácil lo difícil y en espectacular lo increíble. Comenzó a ser comparado con los mejores paracortos del planeta, en especial Ozzie Smith, quien no pocas veces cuando le preguntaban si conocía algún pelotero igual o con más virtudes que él siempre recordaba que en La Habana había uno, de apellido Mesa.

Fuera de todos los cánones para su posición hasta ese momento por su baja estatura (1,72) y poca musculatura (68 kilogramos de peso), Germán se las ingenió para brillar a partir de su talento natural para saltar, fildear, correr, batear y ser imprescindible dentro de un terreno. Tres lideratos en bases robadas (1988, 1989 y 1991) cuando existían excelentes robadores en los equipos provinciales; más de un batazo oportuno para decidir un partido cerrado y 112 jonrones en 16 campañas son apenas tres hechos ilustrativos de un excelente primer o noveno bate en las alineaciones, tal y como lo preferían los mánagers.

Muchas anécdotas rondan la leyenda del que algunos identificaron para siempre como “el Imán Mesa”, por la rapidez para capturar y soltar cada una de las pelotas que parecían buscarlo dentro del terreno para que hiciera una de sus maravillas defensivas.

Y si hacia su derecha estampaba jugadas electrizantes por el desplazamiento tan veloz que poseía, no menos lo eran cuando se trataba de una conexión hacia su izquierda, en la cual no pocas veces recibió la asistencia de su mejor compañero, el camarero azul Juan Padilla, con quien inició andanzas beisboleras en 1988.

La combinación Germán-Padilla cruzó los hilos tensos que siempre ponen la historia y el imaginario popular. Se entendían con solo mirarse y nunca fallaron a la hora buena, cuando había que realizar la doble matanza salvadora de un inning o un juego. Eran la garantía más segura para cualquier lanzador y tanto fue su maestría que implantaron un sello: divertirse sacando outs sobre aparentes hits que buscaban el centro del terreno.

Una sanción inconcebible amenazó con apartarlo del béisbol. Y lo logró por dos temporadas 1996-1998. Su apelación justa y merecida lo devolvió al Latinoamericano en la inauguración de la XXXVIII Serie Nacional. Pocas veces se escuchó un aplauso más cerrado por un jugador sin anunciarlo por los altavoces, sin batear o fildear. Apenas lo vieron entrar a la grama, vestido de azul y con el inconfundible número 11, miles de aficionados le rindieron una reverencia inefable.

Era el mismo escenario donde siete años antes, en los XI Juegos Panamericanos, había dejado otra huella inmortal, en el partido final Cuba-EE.UU. Octavo inning, bases llenas y el receptor Charles Jhonson en la caja de bateo. Un fuerte roletazo por encima de la segunda base le obligó a un “clavados” beisbolero para capturar la pelota desde el suelo, desde donde le pasó a Antonio Pacheco, quien se encargó de completar un doble play definitivo.

“Es una de las ocasiones en que más he deseado que batearan por mí. Solo cuando llegué al banco interioricé que si se me hubiera escapado perdíamos el partido y quizás hasta el campeonato”, recordaba años más tarde en una entrevista.

Germán fue quizás el último de los ídolos del campo corto en Cuba, capaz de atraer personas a los estadios solo para verlo actuar en cada lance, incluso antes del lance, con ese estilo peculiar de ubicar el pie izquierdo delante y el derecho detrás, cual espera inquieta por una conexión hacia su posición.

Sobre la eterna comparación con el villaclareño Eduardo Paret no existe mejor conclusión que el agradecimiento de este último a las enseñanzas y la ayuda del capitalino en los equipos nacionales. En números, estadísticas y matemáticas Paret lo aventajó por la mínima; en virtuosismo, magia y creación, nadie mejor que el industrialista.

Con un total de 335 bases robadas (séptimo en la historia de nuestros clásicos), 1 239 indiscutibles (195 dobles y 33 triples) y 805 participaciones en los importantes doble play, le llegó la despedida al torpedero capitalino en el 2002. Desde entonces sus seguidores extrañan ese malabarismo mágico, guardado en la memoria y en algunos videos dignos de una época superior en el béisbol cubano.

Agradecidos por su regreso como director de Industriales del 2008 al 2011, Germán Mesa contó de una vez y por todas que el kárate, el judo, la gimnasia, el ciclismo, el tenis de mesa y hasta el baloncesto lo conquistaron primero que el béisbol, pero por suerte, de este fue el único del que se enamoró para toda la vida.

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