Una peligrosa guerra se libra en lo simbólico, en el terreno de las ideas y de la psicología. Por nuestras calles camina una bandera llena de estrellas. Va en blusas, pulóveres, bicitaxis, zapatos … Algunos la llevan hasta con orgullo, como una moda.
Ese símbolo es mucho más que dibujos o pedazos de telas. El doctor Luis Toledo Sande, ensayista, lo dejó claro en una de sus visitas a Bayamo, cuando expresó:
“No, esa invasión no es un hecho banal en ningún momento. No es algo que merezca pasar inadvertido… El espacio donde transcurren los hechos no es solamente físico, sino también histórico y cultural, político, ideológico.”
Enfatizó que si ese símbolo es el de un imperio agresivo que desde su fragua como nación aspiró a someter a Cuba, de un imperio que sigue generando masacres en el mundo, no hay por qué asumirlo con entusiasmo.
No existen elementos legales para regular el empleo de símbolos extranjeros, más allá de interpretaciones de algunos artículos. Lo más importante es lograr que cada quien deje de emplearlos por conciencia, porque sientan que no deben llevarlos en el vestuario o de otra manera, porque les quemaría la piel y el alma.
Pensemos en qué sentirían Martí, Céspedes, Maceo, el Che y otros si vieran esa enseña pululando en el país, el mismo donde tanta sangre se derramó en busca del sueño de libertad y se luchó hasta con machetes y púas contra el dominio extranjero.
¿Qué deben sentir los hijos, hermanos y padres de quienes fueron víctimas de actos terroristas, organizados con el apoyo de EE.UU.? ¿Por qué se ha producido esta avalancha de banderas de 50 estrellas? ¿Casualidad? ¿Moda? ¿Qué hacer?
Esa bandera implica mucho más que lo aparente, constituye una manera de penetrar en las mentes de los pueblos.
Otros intelectuales, como Abel Prieto y Eusebio Leal coinciden en denominar todo esto como artimañas de un imperialismo cultural, que también aprovecha las nuevas tecnologías y los espacios digitales, con iniciativas dirigidas especialmente a los jóvenes, para lacerar la cultura nacional.
El Comandante en Jefe, impulsor de sueños, el amigo de los niños y de todo el pueblo, siempre tuvo claridad sobre la dimensión real de los símbolos, las tradiciones y el orgullo colectivo de ser cubanos, como motores para vencer cualquier obstáculo y no dejarse engañar.
Recordemos la reacción de Bonifacio Byrne, al regresar a Cuba y ver aquel símbolo ajeno en lo alto, luego de la intervención estadounidense. Aquellas estrellas ondeando fueron como golpes a su alma, por eso desahogó en versos.
Algunos son víctimas de “lo que está en boga”, y en ocasiones las prendas son regaladas.
Lo más favorable es convencer con argumentos y sensibilidad, sin “teques”. Es preciso reconocer también que en el país se puede hacer mucho más a favor del afianzamiento de tradiciones y símbolos nuestros.
En algunos lugares, las gorras y trajes de los equipos de béisbol ya pueden ser catalogados de esa manera (símbolos), asociados al triunfo y la alegría. Ojalá fuera posible comercializar a precios módicos pulóveres y otras ropas con la palabra Cuba o los nombres de las provincias e, incluso, de los municipios. También vender mochilas y otros objetos para niños, con ilustraciones de Elpidio Valdés, María Silvia…, pues predominan las de animados extranjeros.
Las iniciativas en este sentido deben ser constantes. La lucha simbólica puede complejizarse más, por eso la pertinencia de dar pasos seguros y con el encanto de lo natural y creativo.
El amor a los símbolos nacionales, la conciencia del pasado y el presente, la unidad, la alegría colectiva, los avances y la cubanía, entendida como mezcla de sensaciones, orgullo y resistencia, constituirán escudos esenciales siempre.