Guillermo García Frías: Nombre humilde en el pecho de la Patria

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Por Granma | 10 febrero, 2018 |
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De izquierda a derecha: Guillermo García, Ernesto Che Guevara, Universo Sánchez, Raúl Castro, Fidel Castro, Crescencio Pérez, Ciro Redondo y Juan Almeida, durante la lucha en la Sierra Maestra. Foto: Archivo Granma

Nunca he estado en la Sierra Maestra, pero puedo cerrar los ojos e imaginármela. Agua que corre. Árbol que envuelve. Olor a Cuba.  Y porque de tantas historias la he hecho nacer en mi imaginación, casi converso con esos parajes de hace 60 años atrás, de hace 90.

Y pienso en la humildad herida por el hambre, los partos demorados, las pocas letras… una pobreza del tener, que no de esencias, en medio de la naturaleza pródiga que nada podía hacer por los niños con trabajo ni por el raigal anhelo de decirle mía a la tierra.

Con esa marca de guajiros e insatisfechos sueños, anduvo Guillermo García Frías; y como estaba signado por la fe en lo posible, a los 28 años se dio a la tarea de cambiar el mundo.

Así, por la confianza de Celia llegó a la estima de Fidel y, de golpe, comprendió el camino de sus fidelidades.  No hubiera habido Revolución sin campesinos, y Guillermo fue el primero en sumarse, puntal sin grandilocuencias en el renacer de Cinco Palmas y en la recogida de fusiles.

Teniente. Capitán. Comandante. La Plata. Arroyo del Infierno. El Uvero. La victoria.  Creyó entonces que 1959 lo devolvería a su tierrita, porque había cumplido con la Patria y con Fidel; y el Comandante en Jefe le dijo que no, que había que seguir, que lo más difícil estaba por delante.

Porque el deber era un sentimiento hondo y claro, siguió Guillermo por arduas entregas en el Ejército de Occidente, el Ministerio de Transporte, el Partido, los Consejos de Estado y de Ministros, Flora y Fauna… y en medio de todo eso se sacudió el analfabetismo triste en madrugones de estudio, fundó una familia y siguió queriendo, con todo el poder de la admiración, a amigos rotundos: Ramiro, Almeida y Raúl.

Hoy el Héroe de la República de Cuba se parece mucho al guajirito de El Plátano, porque la historia que nos hace limpios no se sostiene en cumbres sino en modestias.

Nunca he estado en la Sierra Maestra –pecho de la Patria– pero sé que allí, nueve décadas atrás, nació un hombre bueno.

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