El hombre que inició el fuego

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Por Geidis Arias Peña | 12 enero, 2019 |
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Las líneas de cualquier texto, por muy pulidas, serán injustas cuando el arrojo cubre las montañas; pero, el silencio, aún peor, convertiría en polvo tanto ímpetu.

Entonces, con la licencia ameritada, contaré que aquel hombre no fue solo fuego irreverente de una madrugada, en su alma siempre hubo brasas de la más pura madera de un patriota: libertad o muerte.

La ardiente página del 12 de enero de 1869, lo convirtió en la convicción profunda de los bayameses, cuando junto su padre Pedro Maceo Infante, fue el primero en prenderle fuego a su casa, ubicada en el hoy círculo infantil Pedro Pompa.

A partir de ese momento, las llamas corrieron por la Ciudad Monumento Nacional, hasta “tragarse” más del 80 por ciento de las viviendas y despojar de las riquezas a un pueblo reconocido por su desarrollo.

Conocía bien la causa, y la defendía a ultranza, sin vacilar  ante el peligro, pues se unió al proceso independentista a los 28 años, pese a poseer un futuro distinguido con el título de farmacéutico, alcanzado en España.

Miguel Antonio  Múñoz, historiador granmense cuenta que como miembro del Cuerpo de Sanidad Militar del ejército expedicionario hispano, lo enviaron a Dominicana, su primer vínculo en campos insurrectos.

En la tierra caribeña fue herido y apresado por los nativos durante 19 meses, hasta regresar a Cuba en 1865 y ser separado de las fuerzas españolas.

El reconocido historiador bayamés José Maceo Verdecia, narra en su libro Bayamo que dos años después, durante la fiesta de Santa Ana, organizó un desfile de jinetes, incumpliendo con una orden del Gobernador Udaeta, que “inflamó” al pueblo en vítores de ¡Cuba Libre!

En la ocasión fue perseguido por las huestes coloniales, y recibió un bayonetazo en una de las piernas, que concluyó en el vientre de su caballo causándole la muerte.

Así, entre azarosos momentos vivió el patricio, típico retrato de la generación bayamesa del ‘68, insurrecta e intrépida desde la médula hasta el pensamiento.

Al llegar el ferviente octubre de 1868 se alzó, junto a su hermano, Francisco Maceo Osorio, y formó parte del Cuerpo de Sanidad, en el cual se reconoció su maestría como médico.

Tras convertirse su suelo natal en ciudad antorcha, referencia la enciclopedia cubana Ecured, que se marchó a las lomas de Guisa, y una vez reestructurada la División Bayamo mereció el cargo de Jefe de Sanidad, con el grado de Comandante del Ejército Libertador.

El incidente de aquel enero no fue casual, ni un disparo de ira juvenil, venganza o egocentrismo, u orgullo desmedido fue un acto de coraje, que solo lo entenderán quienes se dispongan a entregar hasta la vida por su país antes de verlo en manos ajenas.

Su apego a los principios independentistas, consolidaron una amistad con el iniciador de las gestas cubanas, Carlos Manuel de Céspedes, quien admiraba el carácter y pericia profesional en él.

Al tiempo que su medio hermano Maceo Osorio, mantenía discrepancias con Céspedes, el destino se encargaba de unir a los amigos en la última partida de ajedrez del Padre de la Patria, en el fin de sus días el 27 de febrero 1874.

Antes de terminar la Guerra Grande (1868-1878) se casó con María Rosa de las Nieves Madero de la Cruz y Chamorro, su prima hermana, unión que trajo al mundo cuatro hijos.

En el curso de la contienda bélica, se mantuvo bajo las órdenes del general Vicente García, en funciones de médico de sanidad, sin recesar en las actividades revolucionarias, que lo llevan a ser deportado en 1895.

Establecido en Santo Domingo continúo su labor revolucionaria. Un año después enfermó, y su última voluntad fue regresar a la Patria, donde murió el 15 de noviembre de 1896.

Cuando la historia y los hombres de hoy precisen recordarte deberán hacerlo con dignidad infinita, porque el hombre que inició el fuego, Pedro León Maceo Chamorro, merece ser contemplado con orgullo.

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