Huellas del desamor

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Por Diana Iglesias Aguilar | 13 abril, 2018 |
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Glenda es una hermosa y joven maestra. Derrocha ternura al explicar las ciencias, despertando curiosidad en los niños y niñas del tercer grado. En el encuentro con los padres y madres es firme, les pide ojos abiertos para detectar sucesos intrafamiliares que van contra el normal desarrollo del menor, como  parte del trabajo preventivo que desarrollan las instituciones.

Al llegar a estos tópicos la voz se le quiebra. A la misma edad que tienen sus pupilos fue víctima de abuso lascivo, huella del desamor que arrastra en su vida.

Gabi es servicial, no se cansa. Entra y sale con la bandeja del pedido: alimentos ligeros y agua. El líquido vital al tiempo, pero mitiga la sed y lo entrega con una hermosa sonrisa.

Nadie imagina que hace algunos años su existencia se vio quebrada por un golpe inesperado al corazón. El hombre que la había criado como a una hija, abusó sexualmente de ella. Desde la niñez hasta la adolescencia. Mucho le costó pedir ayuda por temor a lo que pudiera pasarle a su madre y hermanito.

Poner las cotas

El acoso sexual y el abuso lascivo a menores son delitos prescritos y condenados por las leyes cubanas con severidad, situaciones que laceran el desarrollo infantil desde sus cimientos.

El abuso sexual a menores es un serio problema social, aunque su índice represente bajas tasas dentro del universo delictivo. Perjudica varias aristas del normal desarrollo infantil y es necesario impedirlo con adecuadas estrategias de prevención para evitar el sufrimiento de niños y niñas y los traumas familiares.

La psicóloga Mariyoleidis Lominchar Hernández  del Departamento Provincial  de Medicina Legal, del Hospital Carlos Manuel de Céspedes, entidad que tiene como línea de investigación la violencia intrafamiliar conyugal y donde contribuyen a la exploración de los testimonios de victimas de abuso sexual, alerta acerca de la prevención dentro de la familia como el recurso más objetivo para enfrentar estas situaciones indeseadas.

Acerca de la tipología de los comisores de abuso sexual a menores nos confirma que se encuentran en primera línea familiares del pequeño (a), los que son merecedores, por la convivencia, de la confianza de las futuras víctimas y sus mayores.

Son personas que conocen la rutina diaria de la familia y se aprovechan de cualquier desliz en la vigilancia para lanzar sus garras sobre la inocencia.

No son los padrastros los únicos malvados de este cuento. Hay padrastros que nunca miran ni tocan con libidinosidad a sus hijastras e hijastros, son capaces de prodigar amor y cuidados a los ajenos como los propios.

Sin embargo, en la lista de los victimarios de abuso sexual aparecen tíos, primos, vecinos, parientes, amigos, incluso padres, aunque parezca inverosímil. Son personas que aparentemente profesan afecto por nuestros hijos.

Entre los delitos cometidos en contra del normal desarrollo del menor, vistos por la especialista en la última década, predominan el  abuso lascivo, seguido de corrupción de menores, que se cometen en solitario y no dejan huellas.

El grupo de edades de los victimarios es amplio. Está entre la adolescencia hasta la tercera edad, personas con pareja sexual reconocida y vida familiar aparentemente normal.

Llama la atención que entre ellos se encuentran personas integradas socialmente, con cargos y responsabilidades, buena conducta social que para sus conocidos resulta increíble vincularlo con este tipo de delito.

Los niños y niñas menores de cinco años son mucho más vulnerables a ser víctimas de personas con desviaciones sexuales, y son más manipulables, en tanto, están carentes de afecto, custodia y supervisión de adultos.

La intimidación, la amenaza o el pago con alimentos, dinero, juguetes y otros, son recursos que emplea el agresor para controlar a la víctima.

Dudas sin ton ni son

Se debe evitar que menores de edad duerman o permanezcan con adultos ajenos a sus padres, al cuidado de otros por tiempo prolongado, periodos vacacionales, fines de semana, y sobre todo, advertir al menor de sus derechos sobre su cuerpo y genitales.

Quizá suene paranoico pero no hay otro remedio, claro, con dosis de cordura. El antídoto es no bajar la guardia, pensar en la posibilidad eriza la piel, pero con la alerta se impide un mal mayor.

Chequear horarios, sobretodo cuando están solos en casa o con adolescentes mayores que ellos, parientes, amigos. Con suavidad e inteligencia, pero hay que explorar situaciones y hablar del tema con los niños y niñas, enseñarlos a cuidarse y darles confianza para que dado el caso, tengan el apoyo que requieren.

La alerta ante estas situaciones casi siempre la dan momentos muy traumáticos, pero si observamos a diario podemos descubrir síntomas y signos como cambios de hábitos alimentarios, del sueño y otros, así como fluctuaciones de los estados anímicos, con frecuencia aparece retraimiento  y  escaso interés por actividades comunes y propias de la edad, aunque estos signos también pueden indicar alteraciones en otros órdenes.

Lecciones

Confianza mató a peligro me dice Glenda, quién fue abusada por el esposo de su madre desde los ocho años de edad. Desde siempre fue una niña alta y corpulenta, con desarrollo sexual temprano, ya a los nueve menstruaba.

Obediente y estudiosa llegaba cada tarde temprano a casa, su mamá retornaba cerca de las seis, por lo que tenía aproximadamente una hora y media para estar sola, momentos que aprovechó el oportunista para abusarla bajo amenaza de atentar contra la vida de la madre y el hermanito de solo un año.

El malestar repentino de Glenda, la somnolencia, los vómitos dieron alerta de un embarazo. Del hospital para la delegación de la policía, todo fue rápido, los médicos actuaron con profesionalidad.

La joven logró encausar su vida, pero el acercamiento hacia los hombres le cuesta trabajo, es una huella dura y profunda, pienso que no será fácil de borrar. Incluso su madre no ha vuelto a tener pareja.

Gabriela no sufrió menos, vino al mundo en una relación de pareja ya rota. Su mamá se unió a un hombre sin hijos que la asumió como propia y al que ella llamó papá. Nació luego un hermanito. Al cumplir los 10 años pasaba tiempo en casa por la doble sección de la escuela y su padrastro trabajaba de noche.

Amenazas, incluso golpes que Gabi escondía con mentiras. Que si tropecé, que si me caí. El abusador era más celoso y atento a Gabi y su estirón que cualquier otra persona de la familia, por eso supo que la adolescente estaba enamorada y ahí fue donde se rompió el eslabón de la cadena.

A Enrique siempre le pareció antipático el papá de Gabi. Con ternura y paciencia se ganó la confianza de su novia que entre llantos y temblores pudo contar parte de la afrenta justo antes de cumplir los 15 años.

Epílogo

No son tuits, son historias tristes que estamos llamados a evitar. A la familia le toca la parte más dura, la de hablar, no por espinoso y difícil menos necesario. Y a los medios de prensa, las instituciones apoyar con la educación a los padres y los niños y niñas para advertidos, se ubiquen lejos de la mira de quiénes violan las leyes dejando surcos profundos de dolor.

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