Huellas de una flor

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Por Yasel Toledo Garnache | 11 enero, 2018 |
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La noticia parecía increíble. El día se tornaba gris. Las emisoras de radio y televisión difundían tristeza. Celia Sánchez Manduley había fallecido a las 11:50 de la mañana de aquel viernes 11 de enero de 1980.

Un ama de casa, en Manzanillo, escuchaba la radio cuando interrumpieron el programa para leer la nota del Comité Central del Partido. La sorpresa la golpeó en pleno rostro. Los ojos se le nublaron y lloró por primera vez desde la muerte de su hijo.

Sufrimiento e incredulidad. Esa fue la reacción del pueblo. Suprema resistencia a aceptar la pérdida que dejaba anonadados a todos.

Esencia querida, amiga en la distancia, definen a la Celia de Media Luna, Pilón, Manzanillo, Granma y Cuba.

Fue una niña bonita. Las fotos de sus primeros años revelan un lindo rostro infantil de tez blanca y hermosos ojos negros.

Su nombre, Celia Esther de los Desamparados, parece profético, pues mantuvo incólume la tradición de auxiliar a los necesitados. Servicial, activa, diligente, de espíritu juvenil, incluso durante sus últimos años de existencia.

Su padre, Manuel Sánchez Silveira, de ideas avanzadas, y la madre, Acacia Manduley Alsina, siempre alegre, cordial, indulgente y bondadosa, fueron fuentes de buenos modales y sentimientos admirables.

Del primero, adquirió la fortaleza de carácter, tenacidad, pureza de intenciones, sensibilidad patriótica y política. De la segunda, las actitudes más femeninas y amorosas.

La joven ganó madurez política con el transcurso de los años. Recibió fuertes influencias del quehacer revolucionario de Antonio Guiteras y, luego, de Eduardo Chivás.

Vivió en Pilón a partir de 1940 y conoció la topografía de la zona como la palma de la mano. Incrementó la lectura de textos de carácter histórico. Era aficionada a la pelota y partidaria furibunda del Almendares.

Fue la coordinadora del Movimiento 26 de Julio en la costa de la provincia, desde antes del desembarco del yate Granma.

Celia constituyó punto de apoyo crucial y principal vía de comunicación durante los primeros meses de la incipiente tropa en la Sierra Maestra. En fecha tan temprana como abril de 1957, Raúl Castro le escribía: Tú te has convertido en nuestro paño de lágrimas más inmediato y por eso todo el peso recae sobre ti; te vamos a tener que nombrar Madrina Oficial del Destacamento.

Tras su incorporación a la lucha en las montañas, algunos pensaron que no podría soportar las penalidades de la vida guerrillera o que su presencia estorbaría la movilidad general del grupo.

En ese medio de fatiga, lluvia, frío, hambre, fango y, a veces, nostalgia en el espíritu, irrumpió aquella mujer de frágil apariencia. Resistió con entereza cualquier esfuerzo y simbolizó la ternura y belleza de la mujer cubana en las duras condiciones de lucha.

Era tanta la importancia de Celia para el Ejército Rebelde que, el 15 de junio de 1957, Fidel le confesó: Tú y David (Frank País) son nuestros pilares básicos. Si tú y él están bien, todo va bien y nosotros estamos tranquilos.

La victoria del primero de enero de 1959 multiplicó sus responsabilidades. Fue Secretaria del Consejo de Estado, Diputada a la Asamblea Nacional del Poder Popular, en representación de Manzanillo, y desplegó un arduo y minucioso trabajo en la Oficina de Asuntos Históricos.

Fue una fumadora empedernida y amante del café. Sentía predilección por el mamoncillo, la ciruela criolla, el tamarindo y el mango.

En 1976 matriculó la Licenciatura en Ciencias Sociales en la Escuela Superior del Partido Ñico López.

Según Pedro Álvarez Tabío en su libro Celia. Ensayo para una biografía, el 20 de julio de 1977 se sintió mal y tenía dificultades para respirar. Acudió a la sala de emergencia del hospital Calixto García, donde le detectaron una sombra en los pulmones mediante examen radiológico. Era cáncer.

La fatalidad del desenlace fue inevitable. La graduación del curso de Licenciatura en Ciencias Sociales se produjo el 4 de octubre de ese mismo año. A Celia Sánchez Manduley se le otorgó el título post mortem.

Nada le impidió alcanzar su meta: ni la complejidad de las materias, ni la enfermedad, ni la muerte.

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