En la tarde del siete de junio de 1955, el joven abogado Fidel
Castro visitó al revolucionario Juan Manuel Márquez en la clínica
donde estaba hospitalizado a consecuencia de una brutal golpiza de
esbirros batistianos.
Fidel y sus compañeros sobrevivientes del asalto al cuartel
Moncada, el 26 de julio de 1953, integrantes ahora de un nuevo
movimiento revolucionario, habían sido excarcelados el mes anterior
debido a la fuerte presión popular y debían marchar al exilio,
decididos a continuar la lucha o morir.
Aquella visita y respaldo dado a Juan Manuel por quien sería más
tarde el Comandante en Jefe del Ejército Rebelde liberador de la
nación, marcó la unión entre dos combatientes de recia estirpe,
dispuestos a darlo todo por la causa de la libertad. El entendimiento,
refieren testigos del encuentro, fue total.
Por aquel entonces Juan Manuel Márquez había entrado en la madurez
de su vida, casi pareja a su fogueo como luchador contra el oprobio,
el entreguismo y por la justicia social, una cualidad con la cual
parecía haber nacido, y sin embargo, forjaron amorosamente el ejemplo
de un padre campesino de estirpe mambisa y de una madre maestra, de
formación martiana.
Nació el tres de julio de 1915 en la localidad habanera de Santa
Fe, antes perteneciente al municipio Marianao, hoy a Playa. Al morir
asesinado, mientras intentaba llegar a la Sierra Maestra el 15 de
diciembre de 1956, acababa de ocupar el rango de segundo al mando de
la expedición del yate Granma.
Siendo un adolescente de 15 años comienza a participar en la lucha
contra la dictadura de Gerardo Machado. Sufrió prisión en el Castillo
del Príncipe y el Presidio Modelo de Isla de Pinos, en este último en
dos oportunidades.
A finales de 1931, en Marianao se crea el Sector Radical
Estudiantil, una organización antimachadista en la cual fue enseguida
un miembro descollante. Fundó por aquel tiempo el periódico El
Radical, de vida efímera, cerrado por la represión.
Después de la caída de Machado, y la frustación de ese proceso,
estaba más más decidido a continuar el combate desde posiciones más
radicales y de contenido político. Asume la secretaría general del
Sector Radical Estudiantil. Siempre consciente del papel a desempeñar
por la prensa funda otro diario, Catapulta, difusor de su ideario
patriótico.
Amplía sus horizontes yendo a las filas de la “Hermandad de los
Jóvenes Cubanos”, también con activo influir de su impronta.
Al salir de la cárcel de Isla de Pinos por segunda vez, continúa en
la trinchera de lucha. Esta vez se acercó al Partido Revolucionario
Cubano (Auténtico), creyendo que la plataforma programática y el lema
proclamados por este partido coincidían con sus convicciones. Más
adelante lo abandona al percatarse de lo contrario.
En la década del 40, fue electo Concejal en dos ocasiones, por su
localidad natal desde donde se implicó en numerosas causas cívicas y
patrióticas , con una honradez y rectitud ejemplares.
Protestó contra el golpe militar de Fulgencio Batista el 10 de
marzo de 1952 y en 1953 se implicó en el Movimiento Revolucionario
del profesor Rafael García Bárcena, abortado el cinco de abril de ese
propio año.
Desde las páginas del periódico El Sol hizo un columnismo militante
y comprometico con las causas más justas, en el que clamaba por la
necesidad del necesario cambio y transformación de la sociedad. Militó
en el Partido Ortodoxo, liderado por Eduardo Chivás.
A rasgos muy generales esta era la connotada trayectoria patriótica
y revolucionaria del infatigable Juan Manuel Márquez. Además de
periodista, fue un orador formidable, que arengaba y hacía vibrar con
sus convicciones a quienes lo escuchaban, algo reconocido por Fidel.
Todo ello explica por sí mismo la empatía que lo llevó a la unión
táctica y estratégica con Fidel, aquella tarde de hospital de 1955.
Luego Juan Manuel viajó a México a encontrarse con él y desde allí
se movía a Miami, Nueva York, Bridgeport, en Connecticut. Tampa, Cayo
Hueso, en constante ajetreo en gestiones para recaudar fondos para
preparar la expedición libertaria a Cuba.
Tarea harto difícil que incluía rigurosa preparación militar,
trabajo político, evasión de las requisas periódicas de la policía
mexicana y sobrevivir en condiciones de penuria económica e
incontables sacrificios personales.
Y llegó el día 25 de noviembre en que salió de Tuxpan, México, la
expedición del Granma. Juan Manuel Márquez era el lugarteniente de la
expedición, en quien Fidel depositaba una enorme confianza.
Desembarcaron el dos de diciembre, bajo el fuego y persecución
enemigos. Vino luego el cinco de diciembre, con Alegría de Pío, pero él
fue de los sobrevivientes. En ese primer encuentro con el ejército de Batista. Juan Manuel, al frente de un grupo, hace un cerco para facilitar la marcha de Fidel hacia la Sierra.
Ya no tiene balas para enfrentar al enemigo, pero sin renunciar a su deber, recorre los contornos durante 10 días en busca de un contacto que lo lleve a las montañas.
A pesar del hambre y extremo cansancio, el incentivo del combate que
siempre animó su vida lo impulsa a continuar caminando. En un sitio
conocido como Las Palomas, en Niquero, lo divisa el campesino
Ignacio Fonseca, quien corrió a avisar a un soldado de Batista,
Francisco Moreno.
Juntos dan alcance al rebelde y lo capturan frente a la casa de
Manuel Matamoros, dueño de una panadería. Allí, hacia el portal de la
casa llevaron a Juan Manuel. La familia le dio de comer boniato
cocido.
Lo sacaron de ese lugar para torturarlo y golpearlo. Se le dio por
muerto, pero al intentar enterrarlo en un cañaveral, al oír sus
quejidos, lo remataron con dos tiros: el mortal se alojó en el
cráneo.
La justicia revolucionaria encontró sus restos y reconstruyó los
hechos en el propio año de la victoria, 1959. Entonces se confirmó el
crimen sin nombre que acabó con la existencia física de un hombre que
nunca ha estado olvidado ni muerto.