La añoranza de Virginia

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Por Orlando Fombellida Claro | 14 enero, 2019 |
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Virgina Cabrera Ortíz FOTO/Soldania Laurencio

“Un día me dije: estoy mayor, he trabajado bastante y quiero descansar. ¡Voy a jubilarme! y lo hice”, cuenta, como apenada por haber adoptado esa decisión, Virginia Cabrera Ortiz.

Por supuesto que tenía merecido derecho a hacerlo, tras 42 años de labor en la escuela de Educación Primaria Pablito Ríos, en la zona urbana del municipio granmense de Bartolomé Masó.

Pero en realidad no estaba cansada ni se le había adormecido la pasión de su vida. “estuve –cuenta- desvinculada (laboralmente)  solo seis meses, porque no podía estar en la casa.

“En las vacaciones (escolares), que me parecían largas, los niños me visitaban y querían que volviera, y empecé a pensar: qué va, no puedo quedarme aquí en la casa, y volví, para otra escuela, porque en la que trabajaba antes habían ubicado una maestra”.

Su reincorporación, tres cursos atrás, fue en la escuela multigrado Tony Alomá, en la zona rural de Peladero, que le resultó “una experiencia muy bonita, porque los niños adelantan, son amorosos y apegados a la maestra”.

Ahora imparte clases a los alumnos de cuarto grado del centro escolar Tony Alomá, en Providencia, lugar enclavado en el firme de la Sierra Maestra. Allá, asegura Virginia, le va bien, los padres de los educandos tienen mucha vinculación con la escuela y cuando entra al aula, “siento que estoy en la misma en la que trabajé toda mi vida”.

En la adolescencia, confiesa con voz pausada y baja, no tenía vocación definida. “Lo que siempre tuve muy claro –precisa- es que debía trabajar, luchar por el desarrollo de nuestra sociedad.

“Nací en 1956, cuando desembarcó el Granma, y en mi casa se hablaba mucho de eso y yo decía, bueno el papel que me corresponde es luchar porque esta revolución  vaya hacia adelante”.

Comenzó a laborar de oficinista en Educación, en Bartolomé Masó, y poco tiempo después tuvo la posibilidad de optar por un curso denominado Plan de Titulación de Maestros Primarios “y opté por él, porque siempre tuve la intención de superarme”.

Tras graduarse, ocupó un aula en la escuela de Educación Primaria Pablito Ríos, donde en el desarrollo de 42 cursos escolares, vio aprender y crecer a decenas de niñas y niños que hoy son hombres y mujeres, muchos de los cuales viven en la zona y al verla la saludan con cariño.

Virginia Cabrera Ortiz, de visita en Ciudad Escolar Camilo Cienfuegos, conversa con estudiantes de Educación Primaria FOTO/Soldania Laurencio

EL MAGISTERIO LE CAMBIÓ LA VIDA

Ahora, como reside en el centro urbano de Bartolomé y da clases en Providencia, “tengo que levantarme a las 5.00 de la mañana, para ir a trabajar, porque la guagua que va para allá arriba sale a las 6.00 (a.m.), pero lo hago con amor, y a las 6.35 estoy en la escuela”, expone Virginia.

“El viaje –añade- me parece largo y a veces hasta tengo miedo, porque es por la montaña. Dos días tengo que quedarme allá, los demás vengo al mediodía o por las tardes”.

Virginia asevera que el magisterio es una profesión muy bonita y a ella le cambió el modo de ver la vida.

El maestro –considera, tiene que tener mucha paciencia, querer que los niños aprendan, prepararlos para que en el futuro lleven a nuestro país hacia adelante.

Manifiesta estar contenta de tener la oportunidad de aportar su granito de arena a la sociedad, y orgullosa de “haber dedicado mi vida a esta profesión”.

Por el momento, no piensa en la jubilación definitiva.

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