Por estos días la indignación no nos abandona. A pesar de la juventud, nunca pensamos vivir para ser testigos de los disturbios del pasado domingo 11 de julio en localidades cubanas y la campaña mediática que vocea SOS Cuba e intervención humanitaria, dos vocablos mutuamente excluyentes, con un intenso debate en el campo del Derecho.
El propio Comité internacional de la Cruz Roja reconoce que existe una contradicción inmanente cuando se habla de “intervención” o “injerencia” “humanitarias”, pues el término “humanitario” debe reservarse a la acción encaminada a mitigar el sufrimiento de las víctimas y el coreado sintagma constituye una intervención armada que implica a menudo un programa político. Evidentemente, balas y bombas sin nombre no tienen nada de humano y no crean otra cosa que nuevas víctimas.
Tres décadas se cumplieron recientemente del desmantelamiento del último país socialista de Occidente con la “intervención humanitaria” de la OTAN en lo que una publicación de Sputnik del pasado 8 de julio califica como “el conflicto armado más sangriento desde la II Guerra Mundial en tierra europea”. Sin cifras oficiales, la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados afirma que fallecieron más de 130 mil personas y otros dos millones fueron desplazadas.
Treinta años después, reseña el diario digital, las nuevas naciones emergidas del conflicto “se enfrentan a una gran deuda pública y a la incapacidad de generar empleo, los niveles de productividad, los bajos salarios y la falta de empleo les impiden crecer y deben sufrir unas tasas de desempleo juvenil de las mayores del mundo”.
Pero antes de los misiles otra guerra se libra en lo mediático, lo simbólico, lo psicológico. La guerra moderna no se inicia en las trincheras, sino en la mente de la gente. Es por eso que nos quieren inocular el miedo, el odio, para que nos avergoncemos de hacer ondear la enseña nacional en los balcones, para que nos miremos con rabia, y por temor, no apoyemos al vecino ni defendamos del insulto a nuestros compañeros de estudio y trabajo, los mismos con los que hicimos la caldosa el 28 de septiembre o sostuvimos el cartel de Viva Fidel el 1 de mayo. La unidad revolucionaria no nos puede fallar ahora.
Mientras escribo estas líneas, en los perfiles institucionales en Facebook y Twitter de los medios de prensa cubanos, este mismo lademajagua.cu, y los personales de los periodistas, se acumulan amenazas, insultos de corta y pega, malas palabras de guión barato y faltas de educación de todo tipo. Sin embargo, en un rápido ejercicio se puede comprobar que el origen de las ofensas al proyecto social cubano y la Revolución y sus dirigentes vienen de más allá de las aguas territoriales de la Mayor de las Antillas.
De igual manera, se encuentran localizadas en otras naciones las cuentas de quienes desde las redes sociales llaman al asesinato, el desorden, la quema, el asalto, a modo de vulgar titiritero a salvo de las repercusiones morales, físicas y legales de conductas delictivas no permitidas por ninguna sociedad del mundo y penadas con severidad en cualquier punto del globo.
Ya lo decía Hitler, responsable del genocidio más atroz de la historia humana, que los conflictos bélicos del futuro iniciarían mucho antes de la confrontación militar: “a través de la confusión mental, la contradicción de los sentimientos, la indecisión y el pánico”. El pánico y la inseguridad que quieren crear falsos rumores, noticias y aspirantes a anécdotas de una represión bárbara.
Los cubanos hemos sobrevivido juntos a las “duras y a las maduras” y nuestros sentimientos y esfuerzos tienen que estar ahora con los campesinos y obreros en la producción, con los diputados en la revisión de los proyectos de leyes, en el ingenio del anirista para la prosperidad de la industria y las salvadoras manos del personal de la Salud, enfrentado a otro enemigo que nos cuesta la vida ya de familiares y amigos.