Aunque son escasas las noticias sobre La Habana anteriores a 1550, se conoce que la primera iglesia de la ciudad era un mísero bohío ubicado en los terrenos que ocupa hoy el Palacio del Segundo Cabo.
Aseguran documentos fundacionales que allí, en un entorno nada suntuoso, se efectuaron las ceremonias religiosas desde la fundación de la urbe hasta que en 1550 se iniciaron los trabajos para la construcción de una iglesia ‘de cal y canto’.
Testimonios de la época reflejan también que, mientras se construía la nueva iglesia, se efectuaban misas en el hospital existente en el sitio que años más tarde ocupó el convento de Santo Domingo y posteriormente la Universidad de San Gerónimo.
INFORTUNIOS DEL PRIMER TEMPLO
Se desconoce la fecha exacta en que terminó de construirse el primer recinto religioso, pero ya estaba erigido el 10 de julio de 1555, cuando la Villa fue víctima del asalto del corsario francés Jacques de Sores.
Al negársele la cantidad de dinero que pedía el corsario para abandonar la ciudad, el también conocido en los mares del Caribe como Ángel Exterminador le prendió fuego a la villa y comenzó por el santuario, donde ultrajó imágenes sacras y robó encomiendas y cálices.
Cuenta el historiador Emilio Roig de Leuchsenring que cinco años después del asalto francés, en 1560, la naciente ciudad estaba aún sin iglesia ‘debido a la pobreza de sus vecinos’ quienes en escenarios disímiles efectuaban improvisadas liturgias, en las que ‘hasta se carecía de ornamentos y demás utensilios religiosos’.
Posteriormente, en un acta del cabildo con fecha 28 de mayo de 1574, se menciona la terminación de una nueva iglesia, ‘de tejas y piedras’ enunciada en dicho documento como ‘Parroquial Mayor’.
El nuevo templo se encontraba en el lugar en que se erigió más tarde la Casa de Gobierno, comúnmente conocida como Palacio de los Capitanes Generales, nombre con el que ha trascendido hasta nuestros días, y en cuyo inmueble radica desde 1967 el Museo de la Ciudad.
Pero los infortunios para el primero de los templos católicos habaneros continuaron con la caída de un rayo, el 30 de junio de 1641, el cual hizo volar en pedazos un navío surto en la rada habanera que dañó muchos de los edificios próximos al lugar de la explosión, entre ellos la Parroquial Mayor.
En 1693, ante la amenaza inminente de derrumbe, se trasladó el culto al oratorio de San Felipe de Neri y posteriormente al del colegio de San Ignacio, en la Plaza de la Ciénaga, abandonado desde algunos años antes, cuando se produjo la expulsión de los jesuitas de Cuba.
En 1772, fue aprobada finalmente, por Real Cédula, la instalación de la Parroquial Mayor en el oratorio de San Ignacio ?iglesia del antiguo colegio jesuita? y la demolición del viejo templo en ruinas.
Muy pronto, en 1778, comenzaron las obras de transformación del oratorio de San Ignacio en Iglesia Catedral.
ENIGMÁTICAS CAMPANAS Y PARTICULAR HISTORIA
Si bien no existe información certera sobre quién fue el proyectista de la Catedral, puede asegurarse que la fachada es obra del maestro cubano Pedro de Medina, quien también participó en la construcción del Palacio de los Capitanes Generales.
Por otro lado, las torres-campanarios del templo son las originales del oratorio jesuita y llama la atención de nativos y foráneos que la de la izquierda es más estrecha para permitir el acceso a la calle lateral.
El lucimiento de sus torres oculta el detalle de sus enigmáticas campanas, cada una con su particular historia.
Una de ellas, a modo de pedigrí, muestra una inscripción con la firma del artista metalúrgico y la fecha de fundición, en 1647, además de un rótulo de garantía del que solamente pueden presumir las más reputadas campanas del mundo.
Otra de ellas data de 1762, año que La Habana vivió bajo la ocupación inglesa; mientras la más longeva y representativa de todas es una fundida antes de la llegada de los primeros españoles a la Isla, la cual se especula que llegó a Cuba procedente de España justamente en 1519, para anunciar con su repique la fundación de la nueva villa.
En su interior, durante la transformación del vetusto edificio en Catedral se llevaron a cabo transformaciones de todo cuanto en él se consideró de mal gusto.
Por ejemplo, cuentan que los viejos cuadros fueron sustituidos por copias de famosas obras de Murillo, Rubens y otros grandes maestros de la pintura, hechos al óleo por el notable artista francés radicado en Cuba Juan Bautista Vermay (1784-1833), fundador de la Academia de San Alejandro.
Los tres grandes frescos que decoran la parte trasera del altar mayor, son obra del pintor italiano Giuseppe Perovani (1765-1835), mundialmente famoso por su retrato de George Washington y quien primero se dedicó a la enseñanza de la pintura en la Habana.
Las obras de escultura y orfebrería del altar mayor, ricas en mármoles y metales preciosos, son obra del italiano Antonio Bianchini (1803-1884), ejecutadas en Roma en 1820 bajo la dirección del renombrado escultor español Antonio Solá, autor del célebre monumento a Cervantes que engalana la Plaza de las Cortes de Madrid.
Otro detalle curioso de la Catedral es que en su nave central se alzó hasta el fin de la dominación española (1898) un monumento funerario, obra del artista español Antonio Mélida, que contenía las cenizas de Cristóbal Colón, trasladadas a la Catedral de Sevilla en 1899, aunque su autenticidad fue puesta en duda.
Entre los años 1946 y 1949, la Catedral fue objeto de un abarcador programa de remodelación que la dotó de su actual apariencia, dirigido por el arquitecto cubano Cristóbal Martínez Márquez, quien cambió el techo original de madera por uno de piedra en forma de bóvedas y dotó al templo de mayor seguridad, iluminación y ventilación.
Vísperas de la visita a Cuba del Papa Juan Pablo II, en enero de 1998, se hicieron nuevas adecuaciones interiores, en función de ajustarla a los cambios en la liturgia católica.
Actualmente, la Catedral de La Habana es un santuario que más allá de su función religiosa forma parte de la identidad de Cuba y de La Habana, una ciudad que llega a sus primeros 500 años.