La rosa blanca y el amigo sincero no faltan en aquel lugar, que se llenó de gloria, aunque sumó un revés bélico al mayo de 1895.
Tres balas condenaron a muerte al Maestro de La Edad de Oro, al orador incansable de la Guerra Necesaria, al revolucionario de todos los tiempos.
Y, Dos Ríos, teñido de rojo, se hizo un monumento perpetúo a la memoria del Apóstol.
LA CRUZ
Cuentan que José Rosalío Pacheco, prefecto de la zona, y su esposa, fueron los primeros en señalizar el sitio del fatídico acontecimiento, del cual recogieron tierra ensangrentada, tras recesar los disparos.
Juan Alberto Machado Capote, especialista de la Ruta martiana, narra que estos lugareños vivían a 170 metros del área, y durante la travesía de Martí, ellos lo habían alojado en su casa y curado algunas de sus heridas.
Al finalizar el día 12 de mayo Martí escribe: “Al acostarnos, desde las hamacas, (…) hablamos de la casa de Rosalío, donde estuvimos por la mañana, del café que nos esperaba (…)”.
Constancia de esa empatía surgida entre la familia Pacheco y el Apóstol, son las palabras de Enrique Loynaz del Castillo, quien cinco meses después del incidente apuntó en su diario al arribar a esta localidad de Jiguaní:
“Como quien llega a tierra consagrada, nos aproximamos al bohío ocupado por la familia del prefecto de Dos Ríos, José Rosalío Pacheco, fanático adorador de Martí. Él me llevó al sitio fatal.
“Mientras el capitán Pacheco preparaba una cruz para allí fijarla, escribí un acta en cumplimiento del encargo del marqués (Cisneros Betancourt), la encerré en una media botella y la enterré bajo la cruz. Allí se levantó la cruz entre un dagame seco y un inmenso fustete”.
Al amanecer del 10 de octubre de 1895 llegó Loynaz del Castillo al histórico campo de Dos Ríos, por orden del entonces Presidente de la República en Armas, Salvador Cisneros Betancourt.
El cumplimiento de la tarea, no solo implicaba una cortesía militar o una disposición presidencial para rendir tributo al principal organizador de la Guerra del 95, sino que marcaba un sitio reverencial para los cubanos.
EL OBELISCO
Allí, en el verano de 1896 acudió Máximo Gómez junto a 300 mambises, y al pasar por el río Contramaestre con sus hombres cogió unas piedras colocadas posteriormente de Oriente a Occidente, para que la cruz de madera quedara de cara al sol, justo como vaticinara Martí su muerte.
Más tarde, El Generalísimo conmocionado por el hecho escribe en su Diario de Campaña:
“(…) Levantamos un mausoleo a piedra viva. El acto fue solemnísimo. Todo cubano que ama su patria y sepa respetar la memoria de Martí, debe dejar siempre que por aquí pase una piedra en este monumento”.
Un héroe, José Martí, completó el epitafio del rústico monolito, el cual señalaba el trágico incidente que lo cuenta como la única baja del enfrentamiento entre el Ejército mambí y los españoles.
Tiempo después, no se sabe exactamente si en 1901 o 1902, el concejal del Ayuntamiento de Palma Soriano, José Estrada, informó que al transitar por donde cayó el Maestro, vio solamente una tosca cruz de madera en mal estado para indicar la importancia de aquel suceso.
Por ello, propone a sus compañeros que el Ayuntamiento se dirigiera a todos los hijos de esta Isla, solicitando su cooperación para obtener fondos y levantar un monumento en el citado paraje.
Doce meses después, en 1903, el señor Estrada, hizo pública la manifestación de lo escasamente recaudado, y pidió a la estructura gubernamental que se le autorizara ir en peregrinación por toda Cuba, a solicitar donativos para llevar a cabo su patriótico objetivo.
A fines de ese mismo año, el Ayuntamiento de Jiguaní cooperó para el monumento con 25 pesos y el de La Habana con 500. En mayo de 1906 la colecta ya alcanzaba 951 pesos, los cuales fueron depositados en un banco de Santiago de Cuba y, en abril de 1907, el Consejo provincial de Oriente donó 400.
Finalmente, el 20 de mayo de 1913, fue inaugurado, en acto público, el obelisco a José Martí, en Dos Ríos.
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Luego del triunfo del 1 de enero de 1959, el lugar adquiere mayor connotación, el Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque con una brigada ingeniera se encarga de realizar los actuales cambios: Cercas perimetrales, los muros, las jardineras para colocar las flores blancas, las aceras de piedras de río y parte de la vegetación descrita por Martí en su Diario de Campaña desde el desembarco en Playita de Cajobabo, -por donde llega a tierras cubanas para reiniciar la lucha- hasta Dos Ríos.
Tiene 10 metros de alto y 16 metros cuadrados en su base, en esta se encuentran las señales iniciales hechas por los mambises y los vecinos.
El sitio, declarado Monumento Nacional en 1980, ocupa unos 10 mil metros cuadrados en un área boscosa. Entre las últimas modificaciones, estuvo la construcción de un muro de contención a lo largo y ancho de la cárcava, el cual ocupa 160 metros cuadrados, con el objetivo de retener la acción erosiva provocada por el río Contramaestre, que causó desplazamiento de dos centímetros al sur, según estudios realizados en 1995.
Hoy, al entrar en el sereno y sencillo monumento, donde nunca se enterró al Maestro, su rostro, de las manos de la escultora Rita Longa, profesa ahora una verdad: “Cuando me toque caer todas las penas de la vida me parecerán sol y miel”.
Flores, una bandera, y el agradecimiento, peregrinan vivaces cada vez que el almanaque marca la tristeza de aquella tarde.
Podremos erguirnos para tocarlo o arrodillarnos para honrarlo, pero no habrá manera más digna para profesarle tributo al Héroe de Dos Ríos, que cuando se actúe con su pensamiento y acción.