La fragua infantil del héroe de Yaguajay

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Por Yelandi Milanés Guardia | 28 octubre, 2021 |
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La niñez es una etapa que marca indeleblemente la personalidad, sobre todo cuando de valores y cualidades se trata. Por eso cuando evocamos las extraordinarias características que definieron a Camilo, debemos volver la vista a los primeros años de vida, donde están presentes muchas de las respuestas de cómo llegó a ser este hombre singular, uno de los héroes más queridos por el pueblo cubano.

Sus padres eran españoles de ideas progresistas, obreros sencillos, que le inculcaron el espíritu patriótico, el amor al trabajo y al estudio, el respeto a los demás, la honestidad y la inconformidad ante cualquier injusticia.

Los principios morales que determinaban su actitud, pudieron desarrollarse de modo favorable debido a la influencia hogareña, al medio que lo rodeaba y al ejemplo positivo de sus más íntimos, más que a un aprendizaje puramente teórico.

Era el menor de tres hermanos, y lo antecedían Humberto (el mayor) y Osmany, por quien sentía mucha admiración debido al esfuerzo que realizaba para estudiar.

Pertenecía a una familia humilde y conoció las vicisitudes de la escasez de la época de sus primeros años. Tenían que mudarse muy a menudo por no contar con dinero para pagar el alquiler de las diferentes viviendas.

Entre los inmuebles que habitó la familia Cienfuegos Gorriarán por sus precariedades económicas, estuvo uno ubicado en San Francisco de Paula, La Habana, el cual se encontraba en muy mal estado, pues el viento entraba por todos lados. Frecuentemente las telas del progenitor (que era sastre) se utilizaban para tapar los huecos de las paredes de madera.

Ramón Cienfuegos y Flores, queriendo influir en el pensamiento de sus vástagos en ese entonces, no deseaba enviar a sus descendientes a cualquier escuela, porque quería que los educara una conocida maestra de filiación comunista.

LOS BUENOS SENTIMIENTOS Y TRAVESURAS

Sobre su hijo, Cienfuegos y Flores, refirió a William Gálvez: “Cuando la guerra de España él salía con nosotros para hacer colectas, pero eso no era tan demostrativo de lo que sería después, como el hecho de que, sin que nadie se lo indicase, guardaba los centavos que le dábamos para la merienda y cuando tenía algo ahorrado nos lo entregaba.

“No vaya usted a pensar que, por lo que cuento, hablo de un niño triste; endurecido por una realidad que se le iba haciendo presente. Nada de eso. Era muy alegre. Siempre sonreía y de vez en cuando hacía una trastada…”

Una historia ilustrativa de los buenos sentimientos del bisoño la narra su padre: “Recuerdo el ciclón del 1944. Él era un niño y como nunca había visto un ciclón estaba loco por saciar su curiosidad. Yo le decía que los ciclones eran muy peligrosos, les tumbaban las casas a las gentes y causaban mucho daño, pero ni eso lo convenció.

“Vino el ciclón y pasamos casi todo el tiempo con la puerta semiabierta. Cuando todo pasó, salimos a la calle y lo primero que él vio fue la casa de un compañerito o lo que quedaba de ella, porque se había derrumbado. A la familia no le pasó nada, pero mi hijo se entristeció y prometió que nunca más se iba a alegrar o desear un ciclón”.

Sobre el imberbe su madre Emilia Gorriarán y Zaballa recuerda que una antigua vecina, le recomendaba que cuidaran mucho a Camilo porque era rubio y bonito, y los gitanos se lo podían robar. Aquella recomendación, un tiempo después, dio pie a una situación preocupante y finalmente risible.

“Una noche se nos pierde Camilo. Nosotros lo buscábamos por todas partes y no aparecía, lo único que se nos había olvidado registrar era una puertecita que estaba en la esquina de la casa. Ya casi sin esperanzas de hallarlo y pensando en lo de los gitanos, abrimos y allí estaba calladito y muerto de risa ¡Qué susto nos hizo pasar!

El progenitor del Señor de la Vanguardia reconoce que en ocasiones fue recio con sus descendientes: “Siempre me gustó ser así con mis hijos. Reconozco que alguna vez fui injusto, por ejemplo, el día que me comunicaron que Camilo había mordido a una conserje del Kindergarten. Lo llamé. Le expliqué lo que pasaba. El no dijo ni esta boca es mía. Un mes lo tuve de penitencia”.

“Después supe, accidentalmente, que no había sido él, sino un compañero al que quería mucho. Pero aguantó el castigo; yo, que sentía lástima, cuando hizo dos o tres trastadas más, le decía: Te las perdono a cuenta del castigo que cumpliste sin haberlo merecido”.

COMO PEZ EN EL AGUA

Ramón Cienfuegos también resaltaba: “Camilo era buen nadador. No voy a referirme a la pelota, porque eso ya se sabe. Pero, en verdad, nada bien. A lo mejor por el susto que pasó cuando era chiquito y, estando en el río Almendares, le advertí que no se metiera en el agua hasta que no le avisara, pues no sabía nadar. No obstante, él me vigiló y se tiró en lo hondo. Por poco se ahoga.

“¡Qué muchacho tan audaz! Cuando ya era un adolescente, de vez en cuando los domingos, nos íbamos para Cojímar. Allí nos bañábamos en un lugar que bautizamos Roca Club”.

Al respecto Emilia Gorriarán decía: “Ellos hablaban  de ese lugar y yo me intrigaba. Una vez les pregunté qué era eso, y Ramón me invitó a ir al Roca Club. Pero Camilo me advirtió: ´No vayas, vieja, que eso no es más que diente de perro, por eso le decimos así´. De verdad que el lugar era malo, pero ¡qué buenos ratos pasábamos allí! Lástima que un día, un gracioso o envidioso nos tumbó un bajareque que habíamos hecho en la orilla para divertirnos”.

HABILIDADES Y ENTRETENIMIENTOS

El autor de sus días evocaba sobre el más ilustre retoño: “También le gustaba leer mucho y bailar, era muy buen bailador, en eso no se me parecía porque yo no tuve tiempo de aprender, pero Emilia sí que bailaba bien. Camilo salió a ella, divertido y bailador.

“Otro de sus entretenimientos era con los perros y con los animales en general. Recuerdo ahora una anécdota,  en la que al poco tiempo del golpe de estado del 10 de marzo se apareció en casa un perro.

“Llegó por la madrugada, de eso estoy seguro, porque Camilo asociando la llegada del animalito con la entrada de Batista por la posta seis de madrugada, le puso Fulgencio al perro.

“Cuando él se fue para Estados Unidos quisimos disimular y le decíamos negrito. Una vez le enviamos una foto y él contestó que había quedado muy bien Fulgencio. Un día nos hacen un registro, ven la carta y preguntan quién es Fulgencio, cuando respondo que es el perro los guardias se disgustaron mucho”.

 VALENTÍA A TODA PRUEBA

Según declaraciones del cabeza de familia a William Gálvez: “Otro rasgo era su valor. Desde niño yo le decía que jamás corriera cuando viera un problema, por eso lo cogieron el día en que, jugando a la pelota él y sus amigos, rompieron el cristal de un camión de la florería Tosca. Todos los niños huyeron pero él se quedó.

“Fue a él a quien cogió el dueño del vehículo y lo llevó a casa. Yo pagué por el cristal roto y poco después supe que el dueño de la florería era un pariente de Emilia. Por eso le decíamos a Camilo: “Mira no se te olvide que tú eres socio de la florería Tosca, porque, por lo menos, pagaste un cristal que no rompiste”.

Al evocarlo, un amigo de la infancia llamado Tato Rabaza, destaca: “Sí, de muchacho, él fue distinto al resto de los de la casa. Sin dudas, Camilo tuvo un carácter más travieso que los otros y no solo eso sino un carácter más rebelde. De pequeño era el que más se fajaba, aunque los otros también tenían motivos para hacerlo.

“Camilo siempre fue más dado a las broncas que los demás, el siempre estaba dispuesto a repeler cualquier agresión. Era el más rebelde y tenía sus motivos, estaba sujeto a una serie de provocaciones constantes de parte de los muchachos”.

Afortunadamente, esa rebeldía con el paso del tiempo se transformó en valentía, la cual fue puesta a prueba desde los años de la lucha en la Sierra Maestra. En cada momento, en cada instante, demostraba haber desterrado de su corazón el temor.

Desde niño siempre desafió al miedo con el arrojo de los que no huyen ante el peligro, como le enseñó el papá. Y así, sin proponérselo, fue convirtiéndose en un combatiente de valor temerario, pues peleaba como si no existieran grandes rivales, porque en la vida aprendió -que no hay mejor arma contra el miedo- que enfrentarlo cara a cara.

Fuente consultada: Gálvez, William: Camilo señor de la vanguardia, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1988.

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