La historia de un retrato

Amaury Palacios Puebla, retratista de la sur oriental provincia cubana de Granma revela algunas interioridades sobre su retrato de Carlos Manuel de Céspedes en la manigua cubana.
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Por Anaisis Hidalgo Rodríguez | 8 abril, 2019 |
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Al concertar la entrevista con Amaury Palacios Puebla, confieso, esperaba por la madurez implícita en su nombre y su referente como retratista, a un hombre de más edad, canoso, algo obeso por los años y hasta con cierta calvicie.
Cuando llegué a su modesta casa, un joven de tez trigueña, flacucho, alto, con ojos vivaces y una lozana sonrisa, atendió mi llamado.
Advirtiendo  mi desconcierto y quietud, como de quien espera a alguien más, dijo: Yo soy Amaury.
Mi sorpresa fue grande, mas aumentó durante un intercambio de casi dos horas en el cual, con desenfado juvenil, comenzó a pintarme las tonalidades de su vida, sus creaciones y concepciones.
“Crear una obra pictórica con todos sus matices, sin descuidar los ingredientes propios del género, es un ejercicio difícil”, testifica este pintor bayamés avalado desde sus tempranos años universitarios con un premio en el Salón de la Galería Oriente de Santiago de Cuba.
Mientras esta arista del arte visual es para muchos una actividad mecánica, en Amaury se distingue la idea del discurso coherente, profundo, que busca el convencimiento del espectador y la pieza en sí misma.
Contradictorio a su juventud, este mozo apuesta por la obra hecha como los tradicionales, no como una visión gratuita del hecho artístico. En él se distingue la indagación personal, el estudio consciente de los grandes academicistas, la preocupación por la buena factura y el interés por los aspectos técnicos de la pintura, enriquecido además mediante intercambios con su homólogo bayamés Alexis Pantoja.
“El artista debe ser capaz de producir una pieza inteligente, que aporte al espectador y trascienda el mero hecho de la obra bien pintada. Es necesario también cuidar la factura”, enfatiza.
-¿Cómo asumes tu obra?
-Trato de que sea convincente desde el punto de vista pictórico y conceptual. Eso es posible, pero me interesa también desarrollar los géneros tradicionales sin dejar de filosofar, cuestionar y proponer.
“Cada cuadro es un reto, todavía no existe uno que haya realizado con desenfado. Reconozco en mí cierto temor, y eso es bueno no perderlo nunca.
“Desde mi proyecto de tesis he reflejado conceptualmente la temática filosófica, existencial, he usado incluso objetos interiores en función de dialogar con el espectador, pero sobre todo, me interesa comunicar.”
-¿Y el retrato, cómo lo concibes?
-Con el retrato, a partir del 2000, mi ejercicio cambia radicalmente.
“Empiezo a hacerlo por encargo, para los museos. Me motivó desde siempre, quizás porque fue uno de los géneros incursionados por los grandes pintores.
“No lo veo como una simple encomienda, sino como mi obra, la que me va a hacer trascender en dependencia de la calidad con que esté hecha.
“Cuando me enfrento a esta modalidad, no lo hago pensando en un eslabón más de la cadena, una pieza más, un compromiso… Para mí cada pieza es única, intento que cada retrato sea irrepetible en su concepción, aunque existan elementos como la gama de colores, la forma de dibujar, dar pinceladas que lo conecten y se vean reflejados de una manera u otra.
“Le comento que el acto de hacer un retrato me resulta más engorroso para un pintor, que lograr algo de su imaginación, pues actualmente el abstraccionismo permite considerar casi a cualquier garabato como una obra de arte- y me pide silenciar mi opinión ante otros avezados del tema, pues me crucificarían.
“Pienso que existen sus matices entre esas dos vertientes. Ingeniar algo respetando todos los ingredientes clásicos del género, en este caso el retrato, exponer los códigos representativos de las etapas, los aspectos psicológicos, es sumamente espinoso.
“Por otra parte, lograr un discurso coherente con profundidad y a la vez, motivar la reflexión tampoco es fácil. Ninguna de las dos son cómodas”, asevera.
-Háblanos de tu serie de retratos sobre los próceres de la guerra independentista en Cuba y en especial el de Carlos Manuel de Céspedes.
-Cuando asumo este trabajo de retrato de próceres de la guerra de independencia, en este caso patriotas del Siglo XIX, investigo los elementos característicos de la época, esto lógicamente influye en la gama de colores, la iluminación, los contrastes de luces, el vestuario, las armas…
“En este de Carlos Manuel de Céspedes, por ejemplo, busqué a un amigo con rasgos similares al patricio para hacer el boceto. Nos ubicamos en una zona de campo, cerca del “Chapuzón” bayamés, donde había árboles, pues al crear el cuadro partí de la descripción que el periodista norteamericano de origen irlandés, James J. OKelly hace en su libro, La tierra del mambí, en el cual capta el estado del campamento mambí”, y cita: Un bosque húmedo, triste, y sombrío, sembrado de hojas secas que producían un sentimiento de tristeza en el ánimo (…)
“Aquel lugar le transmitía melancolía, por eso el retrato está hecho en una clave cromática de grises, aunque hay otros acentos, pero no predomina una paleta intensa; de hecho, Céspedes está situado en un amanecer, con neblina y humedad en el ambiente, y ello ameritaba tonalidades grisáceas. También tomé sus referencias para pintar a Céspedes”, y sugiere algunos rasgos descritos por OKelly, tenidos en cuenta.
“Un hombre de buen talante, algo robusto de cuerpo y estatura mediana (…) Posee una constitución de hierro y nervioso por temperamento permanece siempre en una posición recta. Los rasgos de su fisonomía son pequeños aunque regulares. De frente alta y bien formada, y ojos entre grises y pardos, aunque brillantes y llenos de penetración, refleja en su cara oval las huellas dejadas por el tiempo y los cuidados.
“Además, oculta su boca y la parte inferior de su cara un bigote y barba color gris con unos cuantos pelos negros entremezclados: muestra al sonreírse sus dientes extremadamente blancos y con excepción, muy bien conservados.”
-¿Qué fue lo más complicado de concebir?
-La vestimenta, pues no tuve información de cómo vistió Céspedes cuando estaba en campaña, ahí está la parte subjetiva del cuadro. Me atreví a ponerle una ropa que ciertamente no es un uniforme, teniendo en cuenta algunas referencias de James J. OKelly, quien cuando habla del campamento mambí, hace esta acotación: ‘los oficiales no están vestidos de manera uniforme, cada uno lleva un atuendo según su posibilidad’.
“Atendiendo a esto ideo la vestimenta de Céspedes no con uniforme, para no cometer el error de representar a estos militares con ropas blancas y almidonadas, cosa completamente anacrónica con el ambiente y la circunstancia, pues el color blanco desde el punto de vista militar es un blanco seguro y en campaña es poco probable que puedan conservar esa pulcritud; sobre esto me advirtieron varios especialistas de la Casa Natal y el historiador de nuestra Ciudad Monumento, Ludín Fonseca.”
– ¿Qué temores te asediaron cuando pintabas al Padre de todos los cubanos?
-Muchos. Esperaba con ansiedad los criterios. “Cuando Antonia Buitrago, directora del Museo Casa Natal Carlos Manuel de Céspedes, ha comentado sobre este ejemplar: ‘Este es el Céspedes de la manigua, ese es el que nos faltaba. Ya teníamos al Céspedes abogado, apuesto, de la Sociedad Filarmónica, pero necesitábamos a este: maduro, en plena campaña libertadora’.
“Fue una experiencia única. Céspedes no solo fue el iniciador de las gestas independentistas, era multifacético, excelente estratega, poeta, ajedrecista, dramaturgo, actor, todo un intelectual. Una figura muy trascendente. De todos los patriotas cubanos del Siglo XIX, a mi juicio, fue el que más absorbió el espíritu romántico de la época.”
La paleta de Amaury Palacios Puebla ha eternizado en el lienzo la sapiencia de figuras históricas como Francisco Vicente Aguilera, Perucho Figueredo, Esteban Tamayo, Francisco Maceo Osorio y el rostro afable de Oswaldo Guayasamín…, quizás por eso asegura que esta serie de retratos, es el preámbulo de una nueva etapa en su trayectoria respecto a la pintura de género.
En él, esas piezas, que devienen cántico a nuestras raíces e idiosincrasia, son el resultado no solo de una evolución en su pintura, que cruzó las marejadas de la experimentación hasta llegar a aguas sosegadas pero más comprometedoras, como lo es el retrato.
A Amaury, le agradecemos haya terminado con su conflicto interior, ese en el que confluía el muchacho apegado a la pintura como hecho ritual, como proceso de una larga tradición en la historia del arte, y el que de alguna manera no quería quedarse desfasado y parecer atípico con el contexto artístico y cuanto acontecía en la plástica a nivel nacional.
A esta definición de su quehacer, debe el hecho de contar en nuestro terruño con un retratista consumado.

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  1. Conocí a Amauri alrrededor del año 2000 cuando se inauguraba la Escuela Provincial de Arte y me parecía un jóven modesto, muy callado y timido, hace algunos días le pregunté si había donado cuadros para ambientar la escuela y me respondio que no, cuando aquello el se acababa de graduar. Hoy al verlo y ver sus cuadros me sigue pareciendo un jóven sencillo y modesto, pero con un desarrollo profesional enorme, creciendose entre los grandes, ofreciendonos su su hermosa obra y demostrando toda la virtud del ser humano.