La infancia de una heroína

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Por Yelandi Milanés Guardia | 9 mayo, 2020 |
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Todos los seres humanos van forjando sus valores desde pequeños. Por eso al ahondar en la niñez de Celia Sánchez Manduley, encontramos el origen de muchos de los valores que la caracterizaron, posteriormente.

En la niña germinaba la excepcional mujer que sería luego, por eso resulta interesante adentrarse en sus años iniciales.

Las primeras fotos muestran un bello rostro infantil de tez blanca, cara de óvalo más bien redondeada y hermosos ojos negros. También el pelo era oscuro y ligeramente ondeando.

Cuentan que fue saludable, el único percance de esta época que recuerdan sus hermanos tuvo un origen accidental. Tendría Celia algo más de cuatro años cuando jugando con un bulbo de muestras farmacéuticas se lo tragó.

En medio del susto comenzó a administrársele vomitivos a la niña, mientras el padre, quien le había regalado el bulbo, se daba a la tarea de crear un artefacto por si había que extraerlo. Afortunadamente entre copiosos vómitos la pequeña lo arrojó.

Triste momento y primeros estudios

El 19 de diciembre de 1926 murió Acacia Manduley Alsina, la madre de Celia, víctima de paludismo. Fue un hecho que impactó mucho a la niña de tan solo seis años.   Durante los días terribles de la enfermedad de Acacia, a la familia le era difícil separar de ella a Celia, que se empecinada en permanecer sentada en un taburetico a la vera de la cama de su madre.

Cuando murió, la pequeña fue presa de un estado depresivo y de unas calenturas que el tío Juan, médico también, diagnosticó como un trastorno nervioso y prescribió un remedio casero: baños y tisanas de verbena. Las fiebres pasaron, pero la pequeña quedó melancólica durante mucho tiempo.

Junto a su hermana Flavia comenzó a cursar la enseñanza primaria cuando tenía siete años en una escuela que estaba situada en el barrio del Carmen, y luego pasó para Pueblo Nuevo, en Media Luna.

Entre las asignaturas recibidas estuvieron Geografía, Historia de Cuba, Educación Moral y Cívica, y Economía doméstica, que al parecer fueron las que más llamaron la atención de la heroína.

Ella y sus hermanos guardaron siempre un emocionado recuerdo de la escuela pública de Pueblo Nuevo, por la rectitud y disciplinas que imperaban en sus aulas, la solidez de la docencia, el fomento en los alumnos de las mejores virtudes cívicas y humanas, del respeto a la dignidad del hombre, del amor al trabajo, a la cultura, a la Patria y sus tradiciones.

Además de ir a la escuela ella y su hermana Flavia recibieron clases de piano, durante 3 o 4 años, con las hermanas Rodés. Pero tal parece que en este campo, quizá por falta de interés, los progresos de las dos no fueron particularmente notables.

Tenía gran afición, notable destreza y buen gusto para el dibujo, la pintura y las llamadas artes manuales en general. En la escuela había aprendido a bordar, tejer, hacer flores artificiales, repujar en piel y trabajar el yarey.

Con la tía Gloria aprendió a bordar a máquina, y con Enriqueta Esturo a tomar medidas y hacer moldes para confección de ropas. También le gustaba cocinar y mostraba en este arte imaginación y habilidades.

Travesuras ingeniosas

Vasto, variado, y no exento a veces de originalidad fue su universo de pasatiempos, juegos y travesuras.

El tradicional juego de las casitas gozó de su predilección. En los primeros años era simplemente acunar a una muñeca en los brazos y darle el biberón, pero con el tiempo el juego fue adquiriendo rango y organización.

Luego el padre mandó a construir en el patio una casita. Para el manejo del pequeño inmueble -Celia, algunas de sus hermanas, primas y compañeras de juegos- establecieron una interesante división del trabajo, en la que correspondieron, a la que sería la flor más autóctona de la Revolución, las funciones de cocinera, desenvuelta tan ventajosamente que con frecuencia el padre u otro mayor se contaban entre los comensales.

Desde su más temprana infancia manifestó simpatía por los niños. Dada la corta edad que ella misma tenía entonces, aquella simpatía resultaba en ocasiones un tanto riesgosa. A veces las muñecas eran sustituidas por un bebé de carne y hueso.

Para estupefacción de la abuela Doña Irene las menores llevaban a jugar consigo a una vecinita de alrededor de siete meses. La mecían, le cantaban nanas arrulladoras  y cuando la pequeñita se dormía la acostaba en una tabla de planchar sostenida entre los caballetes de la casita. La intervención de la abuela privó a la vecina de sus placenteras fiestas en una cuna tan espectacular como peligrosa.

De temperamento siempre inquieto, y dotado de gracia, simpatía y sentido del humor, la pequeña Celia era indudablemente traviesa como el grupo de sus compañeros infantiles.

Sus maldades recorrían un amplio diapasón e iban haciéndose complejas a medidas que el tiempo pasaba. A veces se trataba de ocultar un objeto propiedad del algún pariente. A un primo del padre le escondieron con tal ingenio un par de zapatos que vino a encontrarlo un año después.

También cerraban la llave de paso de la casa de un vecino cuando este en trance de bañarse ya se había enjabonado; o izaban en la cima de un poste los balances de una circunspecto familia; o recogían bibijaguas para echarlas en los predios de algún quisquilloso.

En una ocasión un fotógrafo ambulante alquiló un local en Media Luna. Mientras una de ellas se retrataba, Celia y una amiga se apropiaron de algunas de las fotos en exposición y las escondieron en una sombrilla cerrada. Después enviaron, con intencionadas dedicatorias, las fotos de las mujeres a hombres casados, y viceversa.

La broma provocó más de un altercado y posterior reconciliación en el pueblo.

En otra ocasión  atraparon al caballo de un policía, lo tusaron, le pintaron letreros y le hicieron tantas cosas que el pobre animal echó a correr y entró a galope tendido en el hotel Europa provocando la estampida de unos pacíficos jugadores de dominó. Esa vez los autores de la ocurrencia fueron delatados y tuvieron que soportar un regañón.

Otros entretenimientos

Como casi todos los niños los Sánchez Manduley corrían en sancos, hacían maromas en el columpio; se deslizaban por la canal de la cocina;  abordaban, en plena marcha las carretas que pasaban frente a la casa. También amaban el mar y el río.

Cuanto aguacero caía sobre Media Luna, los hacia correr al patio o a la calle para gozar de los beneficios de la lluvia. Y cuando por no saber caminar aún alguno de ellos no podía hacerlo por sí mismos, uno de sus hermanos lo sacaba en brazos. Acacia, la más pequeña, disfrutó de esa forma de su primer aguacero cuando solo tenía nueve meses de edad.

Desde siempre fue el circo uno de sus espectáculos favoritos. Media Luna era visitada regularmente por algunos que recorrían toda la Isla. Pero esperar un año para volver a ver el emocionante espectáculo era demasiado.

Las Sánchez Manduley decidieron montar su propio circo en el patio de la casa. Tocó a una de ellas, como trapecista, el estrellato. Celia se contó entre las bailarinas, y no porque le faltaba arrojo o agilidad para comprometerse en un salto mortal, sino porque ya desde entonces le apasionaba el que sería uno de los grandes gustos de su vida: el baile.

Aunque solía no temerle ni a rayos, truenos, güijes y cocos. Ni ninguna de las otras cosas, animales, fantasmas y fenómenos que suelen amedrentar a niños y adolescentes, solo había una excepción, los ratones. Desde entonces se desarrolló en ella un finísimo instinto para descubrirlos.

Mas ello no disminuyó su valentía para enfrentarse a los roedores que carcomían el tesoro público, y mantenían a Cuba en extrema pobreza y miseria.

En su niñez, tan similar como la de cualquier párvulo, están los orígenes y las respuestas de lo que fue posteriormente la Heroína de la Sierra y el Llano.

Lo que muchos quizás no imaginaron fue que aquella hermosa y traviesa niña, se convertiría en un símbolo de las mujeres que miran los desafíos de la vida sin ningún temor. Porque saben que los que se entregan por entero a los demás, no pueden ser relegados al olvido, con que a veces quisiera arroparlos la muerte.

 

Fuente: Álvarez Tabío, Pedro: Celia: Ensayo para una biografía, Oficina de publicaciones del Consejo Estado, La Habana, 2004.

 

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