La mejor lección para Miguel Enrique

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Por | 25 marzo, 2021 |
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Foto Cortesía del entrevistado.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Para el Doctor Miguel Enrique Almeida Fonseca, a los 25 años de edad, la vida cobró un matiz diferente, ahora se siente más responsable, más capaz ante sus semejantes, más médico y mejor persona.

Pasó una “prueba de fuego” que puso en vilo a su madre, a su esposa, a toda su familia, porque arriesgó su propia existencia para contribuir a salvar la de otras personas y a detener el rebrote de Covid-19 que hay actualmente en la provincia de Granma.

Residente en Bayamo, labora desde hace siete meses, fecha en que se graduó, en el consultorio 23 de El Valle, perteneciente al policlínico René Vallejo, y recientemente cumplió la importante tarea de cuidar de los sospechosos a padecer el nuevo coronavirus en el centro de aislamiento Las Tamaras.

Aunque es un cardiópata que ha estado en cuatro ocasiones con fibrilaciones auriculares, la taquicardia más fuerte existente, no lo dudó siquiera, porque “desde que nos decidimos por la Medicina, más que una profesión elegimos un estilo de vida”.

“Llegué a Las Tamaras –refiere- con el conocimiento en teoría de todo cuanto debía hacer y convencido de la importancia de las medidas de seguridad y de cuán responsable era de la atención a los pacientes. Sabía que en la práctica aprendería otras muchas cosas relacionadas principalmente con la severidad de cumplir los protocolos, pero confieso, ni imaginaba lo engorroso de aquel uniforme cambiado varias veces al día.

“Tampoco había experimentado la zozobra en las guardias un día sí y dos no directamente con pacientes sospechosos, temerosos, a quienes era necesario explicarles una y otra vez y calmarlos, ni los desvelos y los riesgos, en realidad esa fue para mí una tremendísima vivencia, a la cual me sumo todas las veces necesarias.”

Este joven desde pequeño se sintió motivado por el ejemplo de su tía Loly para hacerse médico, y en ella pensó mucho, según refiere, mientras estuvo en la que es hoy primera línea de combate no solo para el personal de la salud.

“Allí se viven muchas experiencias, las personas están asustadas, las guardias son difíciles, ingresan diariamente hasta 30 pacientes, quienes, además, con la aplicación del Interferón sufren reacciones adversas como diarreas, dolor de cabeza, fiebre alta.., y nos toca a nosotros estar atentos, aliviarlos.

“Me sucedió algo que nos puso en alarma a todos, a los ocho días de laborar en ese improvisado hospital de campaña perdí totalmente el olfato, y me aislaron, pero el test de antígeno y el PCR en tiempo real fueron negativos, sentí pavor, pensé en el contagio, pero fue una hipersensibilidad al cloro, nunca había estado tan expuesto a ese producto.

“Esos días valieron para hacer entrañables amistades, éramos seis médicos e igual número de enfermeras, nos ayudábamos, nos consolábamos porque extrañábamos nuestras casas y familias y también entre todos confirmábamos nuestra disposición, nuestro convencimiento de estar siempre donde nos necesitaran.

“Al concluir estuvimos en aislamiento el tiempo reglamentado en espera del resultado de los PCR en el hotel Guacanayabo, de Manzanillo. En los dos lugares fuimos muy bien tratados. Reitero, ahora soy otro hombre y ya tengo una historia que contar a mis hijos cuando lleguen a mi vida, porque soy parte de la Cuba de hoy, con tantas lecciones nuevas aprendidas”.

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